Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 9: Oscuridades

14 El fuego de la venganza (Parte 2: La unión del caos)

—Sabía que acabarías haciéndolo.

Arrodillada sobre un cojín, Wanli me cortaba el pelo. Tras constatar que este empezaba a ser más largo casi que el de Ahishu, había aceptado que me lo cortasen, pese a las protestas de Syu. El mono, sentado en equilibrio sobre una silla, contemplaba caer los trozos de trenzas sobre el suelo con aire decepcionado.

“Tranquilo, Syu, no me va a cortar todo el pelo”, le prometí.

Aunque, visto el tiempo que tardaba en cortármelo Wanli, no parecía. El gawalt dejó escapar un suspiro.

“Más le vale”, refunfuñó. Y saltando abajo de la silla, desapareció por la puerta entornada. Entonces, recordé las palabras de Wanli.

—Me pareció la decisión correcta en el momento —contesté.

Oía los chasquidos de tijeras y, con el rabillo del ojo, veía luengas mechas negras caer a mi alrededor. Estábamos en uno de los salones de la casa del Nohistrá. Esta, al parecer, servía de punto de encuentro para muchos Sombríos que venían en busca de nuevos trabajos o simplemente pasaban a saludar, a la caza de noticias frescas. Pocos Sombríos vivían en ella: había dos niños, hijos de unos Sombríos que estaban en plena misión, y tres jóvenes huérfanos que habían perdido a sus padres en un ataque de orcos hacía unos ocho años. Me removí, impaciente.

—¿Ya está? —pregunté.

Wanli se apartó un poco, me rodeó, verificó que el resultado era aceptable y entonces aprobó y me miró a los ojos.

—No te fíes de lo que pueda decir Lénisu. Estoy segura de que estará orgulloso de ti.

Aparté los ojos, turbada. Wanli parecía agradecerme lo que había hecho por Lénisu. En cambio, él debía de estar fuera de sí, pensé, inquieta. Y en todo caso, dudaba mucho de que se sintiese orgulloso de su sobrina. Pero seguía pensando que había hecho lo correcto.

Suspiré.

—¿Y ahora qué?

La elfa de la tierra sonrió y se levantó.

—Ahora, a vestirte para la ceremonia.

Recogí a Frundis y seguí a Wanli fuera del salón. La mansión, aunque imponente, distaba mucho de ser tan maravillosa como el Palacio del Agua. No había casi ningún tapiz ni figura, los techos eran sencillamente rectos y blancos y las escaleras olían a madera vieja. Pasábamos por un pasillo cuando nos cruzamos con los tres jóvenes Sombríos. Nos saludaron educadamente juntando las manos ante ellos y yo les contesté en silencio mientras Wanli se apresuraba a presentármelos.

—Este es Ujiraka Basil. Esta es Dyara Yhu. Y él es Abi Yawni.

No me presentó a mí y deduje que los tres sabían de sobra quién era y por qué estaba ahí. Cuando nos alejamos, observé que Ujiraka, Dyara y Abi intercambiaban miradas extrañas. Nada más entrar en lo que debía de ser la ropería de los Sombríos, pregunté:

—¿Dyara? ¿Esa no es la que trató de sonsacarte información sobre la caja…?

Mi pregunta murió ante la mirada fulminante de Wanli.

—No me hables de eso ahora. Y no, no es para nada la misma Dyara. Veamos… —soltó entonces, paseando una mirada escrutadora por la habitación.

Había pilas enteras de túnicas negras, pantalones, guantes, cinturones…

—¡Ah! —dijo Wanli, dirigiéndose hacia una mesa.

Ahí había un paquete sin abrir. Lo abrió y sacó una túnica negra que me pareció idéntica a las demás. Me la tiró y la recogí al vuelo con cierta aprensión. Por lo que sabía, esa era la ropa “oficial” de los Sombríos que se llevaba en todas las reuniones mínimamente importantes. Como lo era cualquier ceremonia de iniciación en la cofradía, pensé con una mueca.

Llevaba apenas tres días en la mansión del Nohistrá, pero me parecía que llevaba meses. Me preguntaba a cada instante cuándo volvería Lénisu y me pasaba horas sentada junto a la ventana de mi cuarto, dudando de si no había cometido un grave error aceptando el trato. A fin de cuentas, había aceptado sin tener la más remota idea de las consecuencias. ¿Qué significaba exactamente ser pupila de un Nohistrá? ¿Acaso me obligaba a algo? Deybris Lorent no me lo había explicado, ni yo me había molestado en el momento en preguntárselo, más preocupada por salvar a Lénisu de esa locura. Lo único que se me ocurrió preguntarle antes de que me mandase a mi cuarto esa noche fue si tenía noticias de su hijo Manchow.

—Me traicionó —contestó sencillamente, ensombrecido—. Ignoro dónde se encuentra y es mejor así.

Su respuesta me dejó pensativa un buen rato. ¿Acaso podía Manchow haberlo traicionado realmente? ¿Tenía algo que ver esa traición con la Gema de Loorden? Tal vez. Tal vez Deybris Lorent no había soportado que su hijo un poco lunático lo hubiera engañado y hubiera desaparecido con la recompensa de Amrit Daverg Mauhilver… Y esas reflexiones me habían llevado a esperar que Shelbooth estuviese bien y hubiese sobrevivido a su temerario intento de recuperar el cofre. Y, acto seguido, pasé a pensar en los Monjes de la Luz, dado que Shelbooth y Asten lo eran. Al igual que mi hermano. Cuando, aún en Mirleria, le había preguntado a Laygra qué había ocurrido exactamente en Dathrun y por qué Murri había acabado en la cárcel, se había encogido de hombros afirmando que Murri no le había querido explicar nunca nada, pero que al parecer los problemas se habían solventado. Sólo ahora empezaba a entender que mi hermano había estado guardando más secretos de los que imaginaba.

Durante las noches, apenas podía dormir. Pensaba en mil cosas y a veces me apetecía salir de mi nuevo cuarto e ir a ver a Spaw a casa de Lu, como se lo había prometido. Algo azorada, le había preguntado antes de separarnos qué opinaba sobre mi trato con el Nohistrá; el demonio se había encogido de hombros.

—Considerando tus posibilidades y la influencia de los Sombríos, creo que puede ser una elección acertada —me dijo—. Aun así, mantén los ojos abiertos. Y, si tienes algún problema, ve a casa de Lu. No andaré lejos.

Me conmovía y asombraba la dedicación con que Spaw me protegía. Aunque a veces no podía dejar de pensar que no la merecía. Al fin y al cabo, no era como si me atacase de pronto un dragón y él tratara de protegerme. Era más bien como si yo me metiese en un antro de dragones por voluntad propia y él me defendiese sin atreverse a sacarme de ahí.

—Te vistes con la rapidez de una tortuga iskamangresa, Shaedra.

Volví al mundo real al oír el reproche de Wanli y me di cuenta de que efectivamente me había llevado como un minuto pasar el brazo por una de las mangas de la túnica. Le dediqué una sonrisita culpable y acabé de vestirme, procurando pasar las Trillizas a mi nueva túnica sin que lo advirtiese la elfa.

Tras vestirme, me percaté de que Wanli me observaba con las comisuras de los labios levantadas.

—¿Qué pasa? —solté, curiosa.

La Sombría me sonrió francamente.

—Es la primera vez que voy a ser madrina —explicó—. No ocurre todos los días.

Resoplé y ella me tendió una capa negra.

—Voy a tener la impresión de ser un cuervo de mal augurio —suspiré, mientras me abrochaba la capa.

—El color negro es uno de los símbolos de la cofradía. Por no mencionar que unos Sombríos con capas blancas no serían muy discretos de noche. Anda, ahora te llevaré hasta el Nohistrá. Debe de estar esperándote. Y dentro de una hora empieza la ceremonia.

Agrandé los ojos y, al salir de la habitación, advertí que el cielo empezaba a oscurecerse.

—Wanli… —solté, mientras recorríamos los pasillos.

—¿Mm?

—Aún no me has dicho nada sobre lo que pasó cuando lo de Dahey y la carreta.

El rostro de Wanli se ensombreció.

—Dahey… es un amigo de Lénisu. Pero su lealtad a la cofradía pasa antes. Es uno de los principios que intentó recordarme Deybris anteayer —apuntó, poniendo los ojos en blanco.

Enarqué una ceja. Por lo visto, Wanli no sentía rencor alguno tras la traición de Dahey.

—¿Y Néldaru y Keyshiem? —insistí tras un breve silencio—. ¿Y Dashlari, Miyuki, Srakhi y Mártida? Ellos también estaban con Lénisu.

—¿Mártida? —repitió Wanli, entornando los ojos—. Su nombre no me suena.

—Oh. —Y fruncí el ceño, preocupada. ¿Acaso la Hullinrot había decidido volver a Neermat sin haber examinado la filacteria? Me encogí de hombros mientras Wanli proseguía:

—Néldaru está bien, aunque algo desanimado. Y Keyshiem nunca ha tenido ningún problema de ningún tipo: es un Dowkot, aunque no lo parezca. Nadie se atrevería a meterse con él, a menos que haya algún interés detrás.

—¿Un Dowkot? —repetí.

—Es una familia de comerciantes de vino bastante poderosa —explicó la elfa—. En cuanto a los subterranienses, no tengo noticias claras. El enano debe de estar junto a tus hermanos, según dijo Néldaru. Apuesto a que Miyuki está con Lénisu, al igual que ese say-guetrán. Apenas le quitaba la vista de encima a tu tío, ese gnomo. Es un tipo bastante inquietante.

Sonreí.

—Sí, Srakhi Léndor Mid es especial —aprobé.

Llegamos ante la puerta del Nohistrá. Wanli se giró hacia mí y me estiró el borde de una manga.

—Estoy bien, Wanli —protesté al ver que ella me miraba con el mismo aire crítico que solía adoptar Wigy.

—No te tomes a la ligera la ceremonia de iniciación —me advirtió—. Sé que normalmente los hijos de Sombríos entran en la cofradía oficialmente a los dieciséis años, es decir a tu edad —apuntó—. Aunque francamente creo que Deybris debería haber esperado unos meses a que hubieses tenido tiempo de acomodarte. —Pareció a punto de añadir algo pero se contentó con echar una ojeada rápida a la puerta del despacho del Nohistrá y murmurar—: Ya verás como todo se arreglará.

Hice una mueca, divertida, entendiendo que se refería más a Lénisu y sus problemas que a mi ceremonia.

—Hace tiempo que he dejado de esperar que todo se arregle algún día —repliqué, y entonces alcé una mano y llamé a la puerta del Nohistrá.

* * *

Por primera vez, cené junto a los demás Sombríos, en una enorme mesa que cruzaba todo el salón principal de la mansión. Mientras comía, escuché las conversaciones en silencio y detallé discretamente los rostros de los comensales. A mi derecha hablaban de una canción recién estrenada en las tabernas de Aefna, y a mi izquierda dos belarcos gemelos discutían a propósito de una tienda de zapatos. Nada en ellos permitía adivinar que fuesen Sombríos, si no era que todos iban vestidos de negro y llevaban sobre el pecho un broche metálico con el símbolo de la cofradía. En un momento me crucé con la mirada de Ujiraka Basil, sentado junto a Dyara y Abi. Al ver que le devolvía la mirada, desvió la suya hacia su plato, con aire meditativo. Me pregunté qué opinaría ese joven elfo oscuro de la nueva invitada. Lo cierto era que no me había parado a pensar aún en cómo los demás Sombríos me acogerían. Por el momento, más bien parecían pasar ampliamente de mí, aunque tenía la impresión de que algunos me examinaban con disimulo.

El gawalt trepó sobre mis rodillas y gruñó.

“Afuera llueve y el viento sopla”, declaró, desanimado. “Y encima no hay plátanos”, constató de corrido, echando una ojeada desilusionada por la mesa.

Reprimí una sonrisa y le di una palmadita ligera en la cabeza.

“Deja ya de quejarte. Pareces un saijit.”

Syu se encogió de hombros, me dedicó una mueca de mono y se alejó, desapareciendo de nuevo por la puerta abierta del salón.

Cuando acabamos todos de comer, Deybris Lorent se levantó y cayó el silencio en la sala.

—Como sabéis, esta noche admitiremos a dos nuevos miembros en nuestra cofradía —declaró—. Shaedra Háreldin, sobrina de Lénisu Háreldin. —Me miró a los ojos y sentí que todos se giraban para observarme con curiosidad—. Y Ujiraka Basil —anunció el Nohistrá para mi sorpresa—, que está con nosotros desde los ocho años y al que todos conocéis aquí. Sé que la ceremonia estaba prevista para dentro de dos meses y espero que este adelanto no haya ocasionado ninguna molestia —añadió, dedicándole al joven elfo oscuro un rápido guiño. Ujiraka negó con la cabeza con aire divertido—. ¡Bien! Hermanos, seguidme.

Inmediatamente se oyeron ruidos de sillas y seguí el movimiento, levantándome con aprensión. Según me había explicado Wanli, la ceremonia se realizaría en una capilla adosada a la casa. Me adelantaría hasta el altar, me regalarían una daga y un broche con el símbolo de los Sombríos y luego tendría que compartir una copa de vino con todos los presentes. No parecía tan terrible. Si bien recordaba las lecciones del maestro Yinur, la prueba de iniciación de los Dragones, por ejemplo, era bastante más peligrosa y desagradable.

—¿Nerviosa? —me preguntó de pronto una voz.

Me encontré con la mirada amarilla de Ujiraka Basil y le dediqué una mueca cómica.

—Un poco —confesé.

En cambio, el elfo oscuro, más que nervioso, parecía entusiasmado. Me sonrió y caminó junto a mí hasta la capilla mientras los demás Sombríos nos rodeaban, charlando tranquilamente. Alguien abrió los batientes de la capilla: adentro se alineaban unos cirios encendidos que iluminaban tenuemente la sala circular. Mientras los Sombríos se sentaban sobre unos cojines, sin dejar de murmurar entre ellos, crucé la puerta admirando las elegantes columnas. Así como el resto de la mansión era más bien basta, aquella capilla era una explosión de creatividad: había estatuillas en cada rincón, florituras esculpidas, y allá, en el fondo, se alzaba un estrado con un círculo azulado grabado en toda su superficie. Estaba preguntándome por curiosidad si me sería posible trepar por alguna de esas columnas cuando oí un ruido de pasos precipitados por los pasillos. Se elevaron enseguida murmullos de asombro entre los Sombríos. En cuanto me giré hacia la puerta, sentí como una oleada de llamas apoderarse de mí. Mis piernas flaquearon y tanteé con la mano para arrimarme a algo sólido. Topé con el brazo de Ujiraka y me aferré a él, con los ojos fijos en Lénisu. Jamás lo había visto tan abatido y reventado como en ese momento, pensé, impresionada. Deybris Lorent, con una sonrisilla, efectuaba un ademán para invitarlo a entrar.

—Por favor —decía.

Mi tío le echó una mirada asesina antes de entrar en la capilla. No sé por qué, no me había figurado nunca que un reencuentro con mi tío pudiera ser tan terrible. Avanzó, se detuvo a varios metros de mí, me miró a los ojos durante un instante que me pareció brevísimo y eterno a la vez y finalmente giró sobre él mismo y se dirigió hasta una de las columnas sin haberme dicho ni una palabra.

Sólo entonces me di cuenta de que estaba estrujando el brazo de Ujiraka y me aparté de él, abochornada.

—Esto… Perdón.

—No pasa nada —aseguró Ujiraka, masajeándose el brazo dolorido.

Afortunadamente, no había sacado mis garras, pensé. El Nohistrá se había avanzado hacia nosotros y posó una mano sobre nuestros hombros.

—Seguidme.

Eché una ojeada hacia Lénisu pero este guardaba obstinadamente su mirada clavada en algún punto perdido. Wanli se había precipitado hacia él y trataba, por lo visto, de tranquilizarlo y hablar con él, pero mi tío parecía haberse convertido en mármol. Ya se le pasaría, me repetí, mordiéndome el labio.

Avancé hasta el altar. Era una especie de estrado de piedra con una gran placa azulada en la que aparecía grabado el símbolo de los Sombríos: diez filos de espada dispuestos en círculo con el pomo para adentro. Ujiraka avanzó hasta entrar en el círculo y se arrodilló con elegancia. Lo imité, aunque con menos prestancia, y le eché otra mirada preguntándome si se suponía que teníamos que hacer algo ahora o simplemente esperar. Los ojos del elfo oscuro brillaban de emoción. Eché un vistazo sobre mi hombro. Los Sombríos que asistían a la ceremonia tenían expresiones solemnes, aunque más de uno echaba ojeadas curiosas hacia Lénisu. Me rebullí, sumida en mis pensamientos. Durante aquellos días, me había preocupado que el Nohistrá no cumpliese su parte del trato y me aliviaba saber al fin que Lénisu estaba bien aparentemente. Ahora sólo faltaba que Lénisu destruyese las pruebas o al menos que convenciese al Nohistrá de que las destruiría y, por supuesto, que Deybris Lorent interfiriese para que los demás Nohistrás no tratasen de atentar a la vida de Lénisu. A fin de cuentas, todo parecía arreglarse, me alegré mentalmente.

Busqué de nuevo a Lénisu con la mirada y fruncí el ceño. ¿Dónde…? Me sobresalté cuando vi a mi tío a unos metros de mí junto a Deybris Lorent. Ambos llevaban una daga y un broche. Agrandé los ojos. No podía creer que Lénisu, el mismo que había querido acusar a quien ahora tenía a escasos centímetros, iba a nombrarme Sombría personalmente. Lo detallé con la mirada. Se lo veía agotado por el viaje. Toda su ropa estaba hundida y sus botas embarradas ensuciaron el símbolo de los Sombríos cuando entró en el círculo. Mientras el Nohistrá empezaba a pronunciar un discurso sobre las leyes y principios de los Sombríos, sobre la unidad, el orden y los objetivos nobles de la cofradía, Lénisu y yo nos mirábamos como si nos hubiéramos petrificado mutuamente. Sus ojos no parecían acusadores, ni tristes, ni aliviados. Lo cierto era que su expresión parecía todavía más indescifrable que la de Dol.

Entonces me entraron de nuevo las dudas. ¿Realmente había actuado de manera correcta? Si no hubiese convencido al Nohistrá de que me las arreglaría para que Lénisu callara y desvelara el escondite de la caja, mi tío habría acabado muy mal. Y sabiendo que tenía la oportunidad de arreglar las cosas sin derramar una gota de sangre, ¿cómo iba a poder permitir que Lénisu corriese ningún riesgo? Reconfortada en mi opinión, desvié la mirada hacia el Nohistrá, que acababa de terminar el discurso y daba ahora un paso hacia Ujiraka.

—Ujiraka Basil —pronunció—, ¿juras defender la cofradía de todo enemigo por encima de todo, incluso de tu propia vida?

—Lo juro —contestó el elfo oscuro.

—¿Que tratarás a los miembros de la cofradía como hermanos, que no los defraudarás, que no los traicionarás ni les harás daño?

—Lo juro.

—¿Juras actuar por siempre para beneficio de la cofradía y jamás en su contra?

—Lo juro —repitió Ujiraka con más fuerza.

Deybris Lorent alzó el broche y se arrodilló junto al joven iniciado.

—Ujiraka Basil —tonó—. Bienvenido a la cofradía, hermano.

Le puso el broche en la capa, le ofreció la daga y Ujiraka sonrió con todos sus dientes mientras el Nohistrá se levantaba. Tendió una mano hacia Lénisu para cogerle el broche y la daga. En los ojos de este último brilló un destello hostil y me alarmé de pronto, preocupada. ¿Y si de repente se le cruzaban los cables, empuñaba la daga y se la clavaba a Deybris en un súbito arrebato? No estaba en su estado normal, pensé, mordiéndome el labio. Sin embargo, Lénisu entregó ambos objetos con aparente tranquilidad.

El Nohistrá se alzó ante mí y pronunció con solemnidad:

—Shaedra Háreldin…

—Shaedra Úcrinalm Háreldin —lo interrumpió de pronto Lénisu con un tono cortante.

Deybris hizo un mohín aunque advertí una chispa de diversión en sus ojos castaños. Todo lo contrario que Lénisu, quien contemplaba su cuello como si quisiese rebanárselo con la mirada.

—Shaedra Úcrinalm Háreldin —retomó tranquilamente el Nohistrá—, ¿juras defender la cofradía de todo enemigo por encima de todo, incluso de tu propia vida?

Se me atascó algo en la garganta y carraspeé discretamente antes de contestar con firmeza:

—Lo juro.

No aparté los ojos de Lénisu e, inesperadamente, vi las comisuras de sus labios levantarse ligeramente.

—¿Que tratarás a los miembros de la cofradía como hermanos, que no los defraudarás, que no los traicionarás ni les harás daño?

Meneé la cabeza, aliviada. Lénisu al menos no parecía odiarme ni nada de eso. Al fin y al cabo, no podía estar tan ciego como para no darse cuenta de que había actuado con buenas intenciones, medité. Y entonces me sobresalté al percatarme del silencio y me apresuré a soltar:

—¡Lo juro!

Oí el eco de mi respuesta retumbar en la capilla e hice una mueca mientras una ancha sonrisa burlona se dibujaba en el rostro de Lénisu. Mi tío parecía estar recuperándose de su malhumor, observé, ruborizándome.

—¿Juras actuar por siempre para beneficio de la cofradía y jamás en su contra?

¿Habría jurado Lénisu lo mismo cuando el Nohistrá de Dumblor lo había nombrado Sombrío?, me pregunté, curiosa, soltándole una ojeada.

—Lo juro —dije con más calma.

Deybris Lorent se arrodilló junto a mí. Su mata de pelo rizada le daba un aire cómico.

—Shaedra Háreldin —tonó—. Bienvenida a la cofradía, hermana.

Me abrochó el símbolo de los Sombríos y me tendió una hermosa daga. Siguiendo el ejemplo de Ujiraka, la cogí con ambas manos en un gesto respetuoso.

—¡Demos la bienvenida a los nuevos iniciados! —exclamó el Nohistrá al incorporarse.

Ujiraka y los demás Sombríos se levantaron y los imité. Wanli se aproximó para tenderme la copa de vino y bebí un sorbo tímido antes de pasársela a mi compañero, el cual tragó con menos recato, provocando comentarios burlones. En cuanto me dejaron tranquila y al ver que todos salían ya de la capilla, me precipité hacia Lénisu, quien me esperaba pacientemente en el círculo del altar, ensimismado.

—Lénisu… —musité. Mi voz se quebró—. Lo siento. Yo…

Lo vi abrir sus brazos y me precipité entre ellos. En vez de darme palmaditas en la espalda como acostumbraba, Lénisu me abrazó con fuerza.

—Soy yo quien debe pedirte perdón, Shaedra —repuso con dulzura—. Me he dado cuenta de lo estúpido que he sido y de lo mucho que te quiero… —Se apartó y me miró con unos ojos violetas brillantes—. Jamás debería haberte puesto en peligro de esta forma por culpa de mis delirios de venganza.

Me quedé mirándolo fijamente.

—¿Venganza?

Lénisu hizo una mueca y desvió la mirada hacia su bolsillo, del que sacó un collar negro adornado con piedras azules. Resoplé al reconocerlo. Era el mismo collar que Lénisu había estado guardando en la caja de tránmur. Recordaba que al llevárselo me había dicho que había pertenecido a un Sombrío.

—Me gustaría… que lo llevaras —declaró.

Y sin avisar, alzó las manos y me puso la cadena alrededor del cuello. La tomé con una mano curiosa, examinándola. El metal parecía resistente y estaba rodeado de energías. Le eché a Lénisu una mirada interrogante y él explicó:

—Perteneció a una Sombría de Dumblor que murió hace muchos años. Su nombre era Kalena Delawnendel. Quisiera que lo llevaras —repitió.

Sin gran dificultad, entendí que Kalena no era otra que la mujer de la que me había hablado Wanli hacía unos días. Kalena Delawnendel. ¿Acaso dándome el collar pretendía alejarse de su pasado y olvidarse de ella?, me pregunté. Apreté las manos de Lénisu con fuerza al adivinar su agitación.

—Esa famosa venganza tiene que ver con ella, ¿verdad? —pregunté.

Lénisu se encogió de hombros.

—Tal vez. —Al advertir mi mueca, añadió—: Tal vez te cuente toda la historia un día. Pero ahora creo que no es el mejor momento para largos cuentos trágicos. —Ladeó la cabeza y sonrió—. ¿Qué se siente siendo una Sombría?

Su cambio de tono me dejó perpleja.

—Bueno… Lo cierto es que no muy distinta.

—¡Ah! Pues te aseguro que yo, a tu edad, estaba aún más eufórico que el tal Ujiraka ése pensando que me iba a comer el mundo. Ya ves lo mucho que he mejorado con los años —soltó, burlón.

Le devolví su sonrisa burlona pero enseguida me puse más seria.

—Entonces… ¿no estás enfadado conmigo por haber llegado a un acuerdo con Deybris Lorent? —pregunté.

Lénisu espiró.

—No puedo negar que has logrado estropear todos mis planes, sobrina. —Mi rostro se ensombreció con una mueca culpable—. Pero, pensándolo bien, no es tan grave. Es más, probablemente me hayas salvado la vida. Mis planes empezaban a ser demasiado ambiciosos e idealistas: jamás debería haber intentado acusar a los Nohistrás por la vía legal. Por eso te digo: gracias —me sonrió.

Un profundo alivio me invadió.

—Sin embargo —añadió Lénisu—, no me acaba de convencer el trato.

Enarqué una ceja.

—¿Te refieres a que yo me haya convertido en Sombría o a que vas a tener que destruir esa caja?

Lénisu puso los ojos en blanco, divertido.

—Nadie quiere ver destruida esa caja —me aseguró—. Contiene demasiada información como para desperdiciarla. Son años de trabajo —afirmó con un tono orgulloso que me recordó ligeramente a Syu—. Y tampoco me refiero a que te conviertas en Sombría. Al fin y al cabo, es el destino de los Háreldin —bromeó—. No, lo único que me molesta realmente es que Deybris Lorent te haya cogido como pupila. —Enarqué una ceja, sorprendida, y él dejó escapar una breve carcajada—. Por tu cara, deduzco que no sabes nada de los pupilos de los Sombríos.

—Er… —vacilé—. Lo cierto es que no. ¿Ser pupilo es algo malo?

—Bueno —carraspeó—, ya sé que el dinero no lo es todo, pero sé que para Deybris Lorent tiene cierta importancia. Te lo explicaré brevemente. Según la ley de la cofradía, los pupilos heredan una cuarta parte de las riquezas de sus tutores cuando estos mueren.

Lo contemplé, pasmada.

—Oh. Quieres decir… ¿que Deybris Lorent tendría que dejarme la cuarta parte de sus posesiones al morir?

Lénisu asintió.

—Pero no sólo es eso. En contrapartida, todos los bienes de los pupilos pertenecen también al tutor. Es increíble que no te haya explicado eso Wanli —resopló.

Me rasqué la mejilla con la mano.

—Mis bienes —pronuncié. Y solté una carcajada sarcástica—. ¿Qué bienes? —pregunté— ¿Mis botas, tal vez? ¿Mi mochila naranja que quedó atrapada en el Glaciar de las Tinieblas?

Todo aquello me parecía francamente ridículo. Lénisu puso los ojos en blanco.

—Ciertamente, ahora no eres especialmente rica —bromeó—. Pero eso podría cambiar de la noche a la mañana. Gracias a Derkot Neebensha.

Di un respingo.

—¿Derkot Neebensha? ¿El Nohistrá de Dumblor? Y… ¿qué tengo exactamente que ver yo con él? —inquirí, algo perdida.

Lénisu se pasó una mano pensativa por la barbilla.

—Que una parte de su inmensa fortuna irá a parar directamente a tus manos cuando muera.

Las palabras de Lénisu me dejaron boquiabierta.

—Eh… no acabo de entenderlo bien —confesé—. Yo no soy su pupila. Tú…

—Llegué a un acuerdo con él —explicó mi tío con tranquilidad—. Hace tiempo que renuncié a mi derecho como pupilo, pero cuando el otoño pasado me propuso renegociar, acordamos que entregaría la cuarta parte de su riqueza a ti y a tus hermanos, y no a mí. No sé por qué, no me extraña que Deybris se enterara: se entera siempre de todo. Y sospecho que Ergert tiene algo que ver en eso.

Meneé la cabeza, aturdida.

—Así que Deybris pretende, de paso, quedarse con esos bienes. Pero no lo entiendo. Derkot Neebensha aún sigue vivo.

Lénisu sonrió anchamente.

—Y para un buen rato, si consigue convertirse realmente en nakrús —aprobó—. Sin embargo, Deybris está convencido de que su salud anda cada vez peor y que sus sortilegios de nigromancia no conseguirán más que acelerar su muerte. —Frunció el ceño—. Ya ves qué tutor te has encontrado, Shaedra. Aunque el que me encontré yo no era precisamente un ángel —comentó con una sonrisilla e hizo una mueca agregando con un brillo extraño en los ojos—: Pero increíblemente me quiere como a un hijo, a pesar de todo…

Enarqué una ceja y medité durante unos instantes.

—Pero si Derkot no muere…

—Entonces Deybris habrá ganado una gran pupila —completó Lénisu.

Levanté los ojos al cielo.

—No tan grande, tío Lénisu. Si supieras todas las tonterías que he hecho en tu ausencia.

Lénisu levantó el dedo índice.

—Cierto. Wanli me dijo que estuviste varios meses fuera, desaparecida, y que viniste en una diligencia que provenía de Mirleria. Déjame adivinarlo, te has encontrado con Shakel Borris y habéis ido juntos a salvar a alguna princesa en apuros.

Le dediqué una sonrisa traviesa.

—Casi.

—Oh —dijo, enarcando una ceja—. ¿No la salvaste entera?

Resoplé e hice un vago ademán.

—Qué va. Fui a salvar a Aleria y Akín a la Isla Coja.

Mi tío se quedó un momento suspenso y entonces silbó entre dientes.

—¿En serio? ¿Y salieron vivos?

Puse los ojos en blanco.

—¿Qué te crees? Yo soy una heroína —repuse—. Claro que salieron vivos. Aunque… —sonreí anchamente— no fue exactamente gracias a mí.