Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 8: Nubes de hielo

5 Maestra Kima

A la mañana siguiente, me despertaron los martilleos de los obreros reparando los tejados. Abrí los ojos y vi mi cuarto a la luz del día, tan vacío y mío como siempre.

Me levanté de un bote, y ya estaba vestida cuando Syu salió bostezando de entre las mantas.

“¿Qué es ese ruido infernal?”, preguntó.

Sonreí, burlona. Syu a veces tenía comentarios muy parecidos a los de Frundis.

“Están reparando parte del tejado del albergue”, expliqué. “Tengo un hambre voraz, ¿vienes?”

El mono gawalt se rascó la cabeza, perezoso, pero en cuanto hube abierto la puerta se deslizó conmigo por la abertura y saltó sobre mi hombro. En la cocina, estaba Wigy preparando los desayunos. Le di los buenos días y agarré tres panecillos calientes que ella acababa de sacar del horno. Mi hermana me echó una mirada reprobadora.

—No hay que desayunar tanto a la mañana. Luego te dolerá la barriga durante todo el día.

—Llevo semanas comiendo como un penitente —le recordé, mientras masticaba enérgicamente—. ¡Están riquísimos!

Ella puso los ojos en blanco y sonrió.

—Ya lo sé —replicó—. ¿Y bien? ¿Qué planes tienes ahora? ¿Ir en busca de algún gigante perdido en el Bosque de Hilos? ¿O ir a buscar a esa niña a Aefna para llevarla al mausoleo del clan ese?

Acabé de tragar mi primer panecillo y resoplé, divertida.

—Al castillo de Klanez —la corregí—. Pues sinceramente, estoy dudando. Lo del gigante lo voy a considerar seriamente —le prometí con aire teatral—. Lo de Kyisse, en cambio, ya está decidido.

—Claro, porque te lo ha dicho ese capitán soberbio con el que he estado hablando antes, ¿eh? No me cae bien. Es un engreído.

Enarqué una ceja.

—¿De veras?

—Sí —afirmó ella. Entendí que era inútil discutir: cuando Wigy se había formado una opinión de alguien, luego era difícil hacerla cambiar.

Quise ayudarla en la cocina, pero ella negó con la cabeza.

—Ve a hablar con tus compañeros de capa negra y diles que no se queden pegados a sus sillas y que vayan a visitar Ató. Me están poniendo nerviosa, llevan dos horas sentados. Creo que te están esperando.

Hice una mueca pero asentí y salí de la cocina. Efectivamente, Kaota, Kitari, Ashli y el capitán estaban sentados a una mesa, vestidos con sus capas negras, delante de unas jarras vacías. Los parroquianos les echaban de cuando en cuando miradas furtivas y me fijé en que había hasta más gente de lo habitual: algunos curiosos pasaban por ahí para ir a ver a los dumbloranos. Y, a juzgar por los comentarios que oí, al acercarme a su mesa, supe que ya todo el mundo se había enterado de que formaban parte de una guardia especial llamada la Guardia Negra.

—Buenos días —les dije alegremente, al llegar junto a ellos—. ¿Habéis desayunado ya?

—Hace dos horas —asintió el capitán.

—No estamos acostumbrados a tanta luz —explicó Kitari.

Sonreí.

—¿Y dónde están Dashlari y estos? —pregunté.

—Paseándose por Ató —contestó el capitán Calbaderca. Y entonces se incorporó—. Aquí hay cada vez más gente. Salgamos.

Se levantaron los tres Espadas Negras y nos dirigimos hacia la puerta, seguidos por decenas de pares de ojos. Tendí la mano hacia la puerta cuando, de pronto, esta se abrió. Apareció Nart en el umbral. Me vio, carraspeó y cogió un tono solemne.

—Shaedra Úcrinalm Háreldin, estás convocada en la Pagoda Azul. Ahora mismo —especificó, y sonrió anchamente—. Hola, Shaedra, ¿qué tal te va la vida?

Pasado el susto, sonreí y me fijé en su túnica azul.

—¡Te han nombrado portavoz de la Pagoda! —resoplé, asombrada.

Nart puso cara falsamente modesta.

—Sí. Después de todos los servicios prestados a Ató, alguna recompensa tenían que darme —replicó. Y entonces retomó un aire más serio—. ¿Vienes? La maestra Kima quiere verte.

Fruncí el entrecejo.

—¿La maestra Kima? ¿Y quién es esa?

Nart carraspeó.

—Es la sustituta del maestro Dinyú. Se supone que deberías estar estudiando con ella.

Suspiré.

—Entonces, voy a disculparme y le diré que he estado… algo ocupada.

Se oyó de pronto una puerta abrirse en volandas y Wigy salió bramando de la cocina.

—¡Por el amor de Ruyalé! Dejad de hablar y cerrad esa puerta, se está enfriando toda la taberna. —Se paró en seco al ver a Nart y puso cara gruñona—. Claro. Tenías que ser tú. —Me miró, ignorándolo por completo—. Cierra la puerta cuando salgas, Shaedra.

Dio media vuelta y volvió a su cocina con grandes zancadas.

—Por lo visto, ella y tú seguís tan amigos como siempre —observé, mientras salíamos de la taberna.

—Er… De hecho, es un desastre —confesó Nart.

—Bueno, te presento a Ashli, Kaota, Kitari y a Djowil Calbaderca, capitán de la Guardia Negra en Dumblor —le dije—. Este es Nart —añadí.

—Un placer conoceros. Yo soy Nart Henelongo, cekal de la Pagoda Azul —se presentó el elfo oscuro, juntando las manos en un saludo respetuoso.

—Un placer —contestaron los Espadas Negras. Se los notaba algo perdidos por tanta extraña gestualidad.

—¿Dónde están Mullpir y Sayós? —pregunté, mientras subíamos la cuesta hacia la Pagoda.

—Oh. Ambos están con un maestro Centinela, recorriendo el paso de Marp —contestó Nart.

Capté un deje de envidia en su voz y supuse que él hubiera querido estar con sus dos viejos amigos. Lo más probable era que su padre orilh lo hubiese hecho nombrar portavoz de la Pagoda para que precisamente no se fuera.

Cuando llegué ante las escaleras exteriores de la Pagoda, eché un vistazo discreto hacia el tejado. Ahí, en alguna parte, estaba escondida la caja de tránmur. A menos que Lénisu ya hubiese pasado a recuperarla aquella noche… Me giré hacia el capitán Calbaderca.

—Supongo que no tardaré mucho, pero no tenéis por qué esperarme. Podéis ir a visitar Ató. Hay lugares maravillosos. Podéis empezar por la Neria. O por la calle del Arce.

Al capitán no parecía encantarle la idea.

—Hemos decidido que saldríamos de Ató mañana por la mañana —declaró.

Agrandé los ojos y se me vino abajo el ánimo. Claro que tenía ganas de saber que Kyisse estaba bien, pero salir de Ató cuando apenas acababa de llegar… En fin. Al final iba a resultar que, al igual que el maestro Áynorin, no me gustaba andar con prisas, pensé, divertida.

—De acuerdo —dije al cabo—. Se lo comunicaré a la maestra Kima —añadí, preguntándome al mismo tiempo cómo demonios sería esa maestra. A lo mejor era una arpía recalcitrante y totalitaria dispuesta a expulsarme definitivamente de la Pagoda por mi comportamiento indigno. Pero también podía ser una simpática maestra que simplemente quería verme para preguntarme amablemente cuánto tiempo pensaba estar fuera de Ató salvando a Flores del Norte y pateando la Tierra Baya.

Entré en la Pagoda Azul con Nart. Antes de pasar el umbral, Syu se apeó de mi hombro y declaró que iba a ver si había algo interesante en el mercado aquel día, como por ejemplo golosinas o fruta seca. La Pagoda estaba como siempre. En la primera planta, reconocí en una de las salas al maestro Yinur, que al verme, realizó un leve saludo de la mano y todos los nerús se giraron hacia mí, curiosos. Entre ellos, estaba Taroshi. El envenenador profesional, pensé, con cierto rencor.

—Creo que maestra Kima está en la segunda planta —murmuró Nart—. Bueno, yo vuelvo a mi despacho.

Enarqué una ceja.

—¿Tienes un despacho? —me extrañé.

—Sí, pero sin estufa ni chimenea —suspiró Nart—. Por eso intento no quedarme ahí mucho tiempo parado. Gajes del oficio —añadió, divertido—. ¡Buena suerte! Luego pásate por mi despacho para contarme en detalle tus aventuras, dicen que hasta te metiste en el palacio del Consejo de Dumblor, ¿es eso cierto?

—No, no me metí yo en el palacio, me metieron ahí —rectifiqué.

Nart me señaló con el dedo.

—Impresionante. Te pasas por mi despacho, ¿prometido?

Sonreí.

—Prometido.

Una vez en el segundo piso, paseé la mirada por las distintas salas y acabé por caer en la buena. Ahí estaba Aryes, de pie, delante de una elfa oscura de ojos rojos, sentada sobre el parqué y leyendo atentamente un libro a la luz de una linterna.

Aryes me dedicó una mirada elocuente y me acerqué a él, saludando como se debía a una maestra de Pagoda. Se suponía que, cuando un discípulo era convocado, tenía que ser el maestro quien hablara primero, así que esperé, preguntándome cuánto tiempo llevaba ya Aryes aguardando. Como Syu se había marchado al mercado y me había dejado a Frundis en mi cuarto, la espera se me hizo interminable.

Intenté adivinar qué libro estaba leyendo la elfa oscura, en vano. Luego me dediqué a contar las rayas del parqué, preguntándome si alguna vez un maestro se había atrevido a comportarse de manera tan ridícula. Y al fin, pasé a pensar en lo ocurrido anoche y me ruboricé levemente. Y, de repente, oí unos chasquidos de lengua y por poco no solté un grito de nerviosismo.

“¿Shaedra?”, me dijo Zaix.

“¡Zaix! Demonios, gracias a los dioses”, resoplé mentalmente. “¿Tienes noticias de Spaw?”

“Pues claro. Sólo quieres hablar conmigo porque tengo noticias de la pequeña niña, ¿mm?” Yo iba a replicar pero enseguida prosiguió, abandonando su tono de reproche: “Está viva y en plena forma, según Spaw. Es una explosión de Sreda.”

Se me cortó la respiración.

“¿Queéé? Lu no la habrá convertido en una demonio, ¿no?”, me alarmé.

“No, tranquila”, se rió Zaix. “Era una broma. Digo simplemente que la pequeña Kyisse está viva. Ah, y me ha pedido Spaw que lo esperes en Ató. Y que no pases por Aefna. Dijo que él iba a ir con ella hasta Ató.”

“¿A Ató?”, resoplé mentalmente, anonadada.

“Bueno, creo que ha tenido algún lío con unos conocidos y se ha tenido que marchar de Aefna”, explicó Zaix con ligereza. “También me pidió que te recordara que no podías decir nada a los demás para que no crean que tienes poderes de adivina. ¡Ya está!”, anunció.

“Gracias, Zaix”, dije. Pero para mí que no me oyó porque ya se había retirado.

Así que Spaw estaba viniendo hacia aquí, me dije, algo alterada. ¿Qué tipo de problemas había tenido exactamente en Aefna? ¿Acaso se trataba de aquellos demonios que lo buscaban en Dumblor y que habían decidido no soltarlo hasta vengarse? Podía ser. Pero, ¿por qué venía a Ató, si él no sabía dónde estaba yo? ¿Creía tal vez que Nawmiria Klanez podía estar viviendo en el este de la Tierra Baya? A lo mejor vivía en Ató y todo se solucionaba en una tarde, me dije, sarcástica. Claro que la misión del capitán Calbaderca consistía en conducirla hasta el castillo de Klanez… Pero cada cosa a su tiempo. Luego tiempo tendría para convencerlo de que no se la llevara.

Oí de pronto una voz ante mí y di un respingo, asustada. Resoplé, acordándome de dónde estaba y miré a la maestra Kima. La verdad era que su rostro me sonaba mucho, me dije, mientras la escuchaba.

—Así he estado esperando yo que aparecieran mis dos discípulos —declaró—. Creo que es justo que vosotros esperéis unos momentos a que vuestra maestra os atienda.

Reprimí un mohín. Esto empezaba mal. Nuestra maestra se levantó y resultó ser bastante bajita para una elfa oscura.

—Sois kals de Ató —declaró—. Tenéis ciertas responsabilidades y una de ellas es obedecer a vuestros maestros y servir a Ató. ¿Creéis que habéis cumplido con vuestras obligaciones estos últimos meses?

—No, maestra Kima —contestamos. Al menos no las pagodistas, completé mentalmente.

—¿Y creéis que comportándoos de esta manera estáis honrando el nombre de la Pagoda Azul?

—No, maestra Kima.

—¿Seguís pensando que sois pagodistas de Ató, verdad?

—Sí —contestamos con sinceridad.

—Entonces explicaos. ¿Por qué habéis tardado tanto en volver del Torneo de Aefna?

Sentí la mirada rápida que me echaba Aryes y suspiré profundamente. Otra vez con las explicaciones. Y en esta ocasión iba a tener que crear una historia más coherente… Entonces caí en la cuenta y se me escapó una pregunta tonta:

—¡Maestra Kima! ¿Es usted la madre de Rúnim, la bibliotecaria?

Enseguida me di cuenta de que había metido la pata. Sin embargo, divisé una sonrisa en el rostro de la elfa antes de que la borrase y retomase la imperturbable máscara de la justicia. Pero había visto suficiente: en realidad maestra Kima no era tan terrible como quería aparentar ante sus dos discípulos extraviados.