Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 8: Nubes de hielo

2 Hojas, colmillos y fuentes

No acabamos en el paso de Marp, contrariamente a lo que había vaticinado Lénisu. Primero nos dirigimos efectivamente hacia el este, pero luego topamos con un precipicio y torcimos hacia el noroeste. Al día siguiente, cuando el sol ya se escondía tras el horizonte, llegamos al pie de la montaña, metiéndonos en un bosque de pinos espaciado que lindaba con la Insarida. El capitán Calbaderca decidió que pasaríamos la noche ahí y los demás no parecieron alarmarse mucho por ello. Aryes y yo, sin embargo, intercambiamos una mirada preocupada. Habíamos vivido demasiados años en Ató como para no haber oído decenas de historias oscuras sobre la Insarida. Aun así, tampoco era plan de volver a subir por la montaña. No nos quedaba otra que cruzar aquel bosque y dirigirnos hacia el este para rodear la Insarida y pasar por el otro lado del Trueno, que era mucho más seguro.

Kaota y Kitari estaban emocionados, contemplando el entorno, la hierba, la corteza de los árboles y la luz del poniente. Parecían de pronto muy pensativos, como si, al encontrarse a descubierto, bajo un cielo luminoso e inmenso, estuviesen remodulando su visión del mundo.

Nos detuvimos a unos metros de un arroyo. Agotada de tanto andar, me senté sobre una piedra mientras Syu daba un salto y desaparecía entre las ramas de los pinos, soltando exclamaciones mentales de júbilo.

“Deberías hacer lo mismo”, me aconsejó con tono sincero, antes de alejarse, saltando de rama en rama.

Shelbooth, Kitari y el capitán habían ido en busca de leña seca para el fuego. Lénisu, Srakhi, Dash y Miyuki estaban sentados a unos cuantos metros, hablando con tono quedo. Quién sabía lo que se estaban diciendo. Entonces, no sé por qué, pensé en el juego de naipes que tenía en la mochila naranja. Hacía tiempo que no jugábamos… Pero recordé entonces que ya no tenía ninguna mochila. Aquellos espíritus del lago habían recibido regalos para todo un año, suspiré.

Aedyn se había alejado para cambiarse y ponerse una túnica más seca y Ashli preparaba un hueco para la fogata. Y junto a esta última, Aryes les estaba explicando a Kaota y a Kitari algunas curiosidades sobre la vida de la Superficie. En cuanto a Manchow, estaba muy concentrado en un palo de madera que había encontrado y del que iba cortando trozos con su navaja, totalmente abstraído. Mis párpados se estaban cerrando, y estaba a punto de adormilarme cuando de pronto una voz me llamó:

—¿Shaedra?

Me sobresalté y giré la cabeza. Mártida me miraba con en el rostro una leve sonrisa. En sus manos llevaba dos cantimploras.

—¿Puedo hablarte?

Entendí que quería conversar a solas conmigo y, reprimiendo una mueca de sorpresa, asentí y me levanté. La seguí, bajando hasta el arroyo.

—¿Qué sucede, Mártida? —pregunté, curiosa.

La elfocana había adoptado una expresión más solemne de la que solía. ¿Acaso tenía algo que decirme sobre Frundis o sobre el plan de Lénisu? Se agachó junto al arroyo y comenzó a llenar una de las cantimploras mientras me contestaba:

—Sucede que nos conocemos desde hace semanas y que todavía no me he presentado debidamente ante ti. Lénisu me hizo prometer que no diría nada hasta llegar a la Superficie, pero ahora creo que es hora de que te lo diga.

Pestañeé.

—¿Que me digas el qué? —inquirí, intrigada.

Los misterios que envolvían la elfocana me parecieron de pronto más vívidos. ¿Quién era realmente Mártida? ¿Acaso era una Sombría? En todo caso, había salvado a Frundis, recordé. No podía tener malas intenciones.

Mártida retiró la cantimplora llena del río. Discretamente, echó un vistazo hacia su alrededor y bajó la voz.

—No te asustes, ¿eh? A Lénisu lo asusté un poco cuando se lo dije. Verás, mi nombre entero es Mártida Cheleveth y vengo de Neermat.

Pronunció estas últimas palabras con rapidez y en un susurro casi inaudible. Pero la oí y me quedé helada. Un misterio menos, pensé. La elfocana precisó:

—Soy una Hullinrot. Bueno, desde hace apenas un año —apuntó—. Me mandaron para que te buscara. Al parecer, tienes una filacteria que pertenece a… —Carraspeó—. Bueno, ya sabes, a…

—A Jaixel —asentí, como ella vacilaba otra vez. Aquello sí que no me lo esperaba… De pronto toda la historia del lich me volvió a rondar por la mente, asaltándome con nuevas preguntas. Tragué saliva, algo mareada—. Creía que los Hullinrots no salíais a la Superficie por miedo a que notasen que sois unos nigromantes…

—Habla más bajo, por favor —murmuró ella cautelosa, mientras rellenaba la otra cantimplora de agua fresca—. Confío en que no hablarás de esto con nadie. Al fin y al cabo, tú también tienes parte nigromántica en tu ser.

Hice un mohín.

—No hace falta recordármelo —repliqué—. Antaño, pensaba que los Hullinrots queríais matarme. Pero si no es el caso, no veo por qué voy a denunciarte. Sería erróneo pensar que eres una enemiga simplemente porque eres una nigromante —añadí con filosofía.

—Bien —suspiró, pensativa, mientras sacaba la cantimplora del pequeño río—. Y… Supongo que ya sabes lo que ando buscando.

—Er…

Alcé la mirada hacia un pino al oír el crujido de una rama. La cabeza de Syu asomó entre las agujas del árbol mientras Mártida entrecerraba los ojos, desconfiada.

—No te preocupes, es Syu —le dije a la elfocana.

“¿Problemas?”, preguntó el mono.

“No exactamente. Mártida es una Hullinrot”, expliqué con concisión.

Oí el suspiro de Syu.

“Siempre se me olvida lo que son los Hullinrots”, confesó.

Reprimiendo una sonrisa, negué con la cabeza para contestar a la nigromante.

—La verdad, Mártida, no sé lo que los Hullinrots queréis hacer con mi filacteria. El mismo Márevor Helith no lo sabía.

Enarqué una ceja al ver que ella había pegado un respingo.

—¿Conoces a Márevor Helith? —resopló, tras un silencio.

—Em… Sí. Sólo un poco —maticé, molesta.

Mártida hizo una mueca.

—Márevor Helith no es muy fiable —me dijo.

¿Había acaso personas fiables entre los nigromantes?, me pregunté con ironía. Siempre me había parecido gracioso pensar que un nakrús podía tener mala reputación entre personas versadas en las artes nigrománticas. ¿Qué había hecho el maestro Helith para tener tan mala imagen entre los nigromantes?

—Supongo que es normal que no sepas muy bien lo que ocurre en Neermat —prosiguió Mártida, meditativa—. Al fin y al cabo, está muy lejos de aquí. Pero si conoces a Márevor Helith, te habrá explicado quién es Jaixel… —Asentí con la cabeza—. Es un lich poderoso, viejo de quinientos años. Se instaló no muy lejos de Neermat, en el laberinto de Tafosia, hace unos quince años, porque comenzó a tener serios problemas con los guardias del primer nivel de los Subterráneos. Empezó a causarnos problemas a nosotros matando nuestros esqueletos. Hemos intentado muchas veces capturarlo, pero siempre se nos escapa.

—Pero ¿tan difícil es matar a un lich? —pregunté.

—Bueno, matarlo quizá hubiéramos podido. Pero nuestro objetivo no es matarlo, sino examinarlo —explicó. Y calló, al oírme resoplar.

—¿Examinarlo? —repetí con una vocecita—. ¿Al lich?

—Sí. No es que queramos convertirnos en liches —rió—, pero estamos seguros de que Jaixel puede enseñarnos mucho sobre la nigromancia. Sin embargo, el lich está loco y cada vez que nos acercamos mata a nuestros esqueletos.

—Demonios —pronuncié—. A ver si lo he entendido. Con lo poderoso que dices que es ese lich, vais así y todo hasta su guarida e intentáis capturarlo… ¿para estudiarlo? No me extraña que mate a vuestros esqueletos.

Mártida puso los ojos en blanco.

—Si nos hubiera permitido examinarlo lo habríamos dejado tranquilo hace años —replicó—. De todas formas, hace meses que ya no lo estorbamos porque se estaba poniendo realmente furioso y nos estaba complicando la vida en Neermat. Así que, a falta de lich, me mandaron a mí en tu busca para que examinase tu filacteria. Derkot me ayudó a encontrarte.

—¿Derkot Neebensha? —articulé—. ¿El Nohistrá de Dumblor?

Claro, todo encajaba. El Nohistrá, además de ser un simpatizante de la nigromancia por estar en pleno proceso de transformación en nakrús, había hablado con un Hullinrot, según había dicho él mismo. Aquella persona tenía que ser necesariamente Mártida.

—Exacto —asintió la nigromante con tono ligero—. Si me ayudas y me permites estudiar detenidamente tu filacteria, sería estupendo —me dijo, con una sonrisa.

Sus palabras me dejaron desconcertada.

—¿Seguro que tan sólo quieres examinar mi filacteria? —pregunté, recelosa—. Márevor Helith dijo que estabais de acuerdo para quitármela.

La elfocana sonrió.

—No creo que sea capaz de hacer eso yo sola —replicó—. De todas formas, no sería un buen método. Podría resultarte fatal o bien la filacteria podría acabar dañada. Si realmente quieres que te la quitemos, tendrías que venir conmigo a Neermat.

—Entiendo. Esto… Creo que entonces me quedaré con la filacteria. Todo eso es muy nuevo para mí. Estaba convencida de que queríais matar a Jaixel. En fin, no importa. Lo que nunca he entendido es cómo Jaixel me metió esos recuerdos en mi cabeza.

—¿Así que la filacteria contiene recuerdos? —Mártida había adoptado una expresión pensativa—. Bueno, a pesar de llevar años y años con la nigromancia y con la energía bréjica, ignoro totalmente cómo se las arregló Jaixel para transmitirte una parte de su mente. Lo único que conozco es la historia que se suele contar el día de Okoruth a los niños de Neermat. Jaixel atacó a dos ternians que llevaban un recién nacido, convirtió a los padres en rocas y te llevó a ti para criarte y enseñarte los secretos más profundos de la nigromancia.

Hice esfuerzos por no echarme a reír.

—Me temo que esa historia anda lejos de la realidad. Yo no tengo ni idea de nigromancia y en mi vida he visto a Jaixel.

Una súbita chispa de luz iluminó la progresiva penumbra y poco a poco la fogata empezó a llamear. La Hullinrot asintió mientras la oscuridad llenaba el bosque de sombras.

—Tal vez lo que digas sea cierto —convino—. Pero, de todas formas, lo importante y lo más maravilloso es que poseas una parte de la mente de Jaixel —declaró con tono emocionado.

La contemplé durante unos segundos en silencio. Mártida estaba desvariando, me dije.

—Creo que es la primera vez que me dicen que mi filacteria es maravillosa —mascullé—. Pero bueno, ¿acaso es tan importante la nigromancia como para hacerse un viaje larguísimo para encontrar una filacteria que a lo mejor no te sirve de nada?

—Así es la investigación —replicó, encogiéndose de hombros—. Los Hullinrots somos unos grandes eruditos en las artes nigrománticas. Creo que lo entenderás si te hago una comparación. Tú que has estudiado energías, ¿cuál es la que más te gusta?

—Er… las armonías —contesté vacilante.

—Pues imagínate que de pronto aparece un famoso armónico que pasa por tu calle soltando sortilegios increíbles. Lo lógico sería aprender de él, ¿no te parece? Estudiar a un lich vivo sería… —Meneó la cabeza y resopló, sin palabras.

—Contraproducente —acabé, con una mueca—. Sobre todo a un lich vivo, porque se supone que un lich está ya muerto.

La elfocana soltó una carcajada franca.

—Me temo que no tenemos el mismo concepto de vida y muerte. Entonces, ¿estás de acuerdo para que examine tu filacteria? —inquirió.

Me encogí de hombros.

—Mientras no rompas nada.

—Estupendo. La examinaré a fondo y luego te prometo que no volveré a molestarte. Lo juro por todos los esqueletos que quieras.

Me estremecí.

—Mejor jura por algún dios, queda menos macabro —le aseguré, burlona.

La elfocana puso cara sorprendida y se rió.

—Claro. Debería tener más cuidado con mis palabras. Lo juro por tus dioses y los que sean —añadió, muy divertida—. Y ahora volvamos junto al fuego, o tu tío empezará a preocuparse. Pero en cuanto estemos más tranquilas, me dejarás un día entero para que examine tu mente, ¿trato hecho?

—Ese es un trato un tanto ligero —repliqué, con una ceja enarcada—. Yo te ayudo… a cambio de nada.

—Por supuesto que no —me cortó enseguida Mártida—. Ya le prometí a Lénisu que a cambio, si tú estabas de acuerdo, le ayudaría a recobrar no sé qué objeto que le robaron.

Agrandé los ojos. Lénisu, suspiré. Nunca se aburría de recobrar a Hilo. Pero al parecer no le había explicado a Mártida que aquel objeto era ni más ni menos que una espada reliquia en manos de un Ashar.

—Está bien, todo sea por mi tío, trato hecho —asentí, sonriendo—. Pero un consejo: pregúntale a Lénisu cuál es ese objeto robado. Estoy convencida de que omitió algunos detalles cuando te habló de ello.

—Bueno. Se lo preguntaré —aseguró Mártida, intrigada. Y volvimos hasta el fuego en silencio. La sombra de Syu apareció, deslizándose silenciosamente por un tronco, y correteó junto a mí.

“Y yo que pensaba que Mártida era una persona cuerda”, suspiré.

“Nunca te fíes de un saijit”, me aconsejó Syu con tono de sabio. “Por el momento, el único saijit cuerdo que conozco es el maestro Dinyú.”

Enarqué una ceja.

“¿Y yo?”, protesté.

El mono gawalt me dedicó una sonrisa burlona pero no contestó.

Mientras la alta elfocana se sentaba alrededor del fuego, posando las dos cantimploras llenas de agua, meneé la cabeza, pensativa. ¿A quién se le ocurría, siendo nigromante, arriesgar la vida de tal manera simplemente para conocer mejor las artes nigrománticas de los liches?

Al sentarme, me fijé en la mirada inquisitiva que le echó Lénisu a Mártida. Y pensar que él sabía desde el principio que estábamos viajando con una Hullinrot… Mi tío siempre se rodeaba de gente extraña. Sólo faltaba que Dash resultase ser el vástago perdido de un rey y Miyuki una bruja desterrada de Albrujia y ya montábamos una fiesta de parias y guardias, como solía decir Taetheruilín.

Dividida entre catorce personas, la cena fue muy frugal: apenas nos quedaban provisiones y comimos una mezcla de raíces hervidas con semillas de los Subterráneos. A falta de comida, charlamos mucho, bromeamos y hasta me atreví a contarles a todos una historia de Ató muy conocida que hablaba del gran monstruo de Acatlán.

Cuando hube terminado mi historia, Manchow me aplaudió muy animado.

—Yo había oído una historia semejante —dijo el joven humano—, pero creía que Acatlán se había convertido en un demonio de hielo y no en un elemental de sombras.

Aryes soltó una risotada y sonreí.

—Acatlán fue creado por la famosa celmista Liyina —comentó el kadaelfo—. Por fuerza tuvo que ser un elemental. Según lo que se cuenta en Ató, claro está.

—Pues en los Subterráneos existen historias de celmistas que fabrican demonios con varitas mágicas —intervino Ashli, sonriente.

—Claro, si empezamos con eso —dijo Lénisu con desenfado—, yo os voy a contar una historia sobre una familia normal que adquirió de pronto el poder sobrenatural de controlar las energías a su antojo. Esa familia moraba en un antiguo castillo…

—Esa leyenda ya la conocemos —lo cortó Shelbooth, poniendo los ojos en blanco.

—¿En serio? —replicó Lénisu con una sonrisa burlona.

—El mismo Fahr Landew habló con los abuelos de la pequeña Flor del Norte —argumentó Ashli—. Los Klanez existen. Y la niña sabía controlar las armonías de manera increíble, ¿verdad, capitán? —Sentí un escalofrío al oírla hablar de Kyisse en pretérito. Kyisse estaba viva, estaba segura de ello. Pero me hubiera gustado que Zaix me lo confirmara…—. No digo que sea una familia sobrenatural —prosiguió la sibilia—, pero está claro que los Klanez no son sólo una leyenda.

—El castillo existe —apoyó Kitari.

—Bueno, bueno —intervino de pronto el enano—. Ya nos vale de historias y leyendas y castillos. Es hora de dormir. Me propongo para el primer turno de guardia. Pero no más de dos horas, luego te despertaré a ti, Lénisu —lo advirtió.

Poco tiempo después, tumbada entre Aryes y Kaota, me sorprendí sonriendo.

—Buenas noches —dijo Kaota.

—Buenas noches —le contestamos Aryes y yo.

La belarca le dio un pequeño empellón a Kitari que se había tirado casi literalmente sobre su lecho de agujas de pino.

—Que Amzis vele en tus sueños, hermano —le soltó Kaota, burlona.

Kitari bostezó y apenas le hubo contestado se sumió en un profundo sueño.

Sonreí de nuevo. A pesar de todas las pasadas desventuras, las cosas no iban tan mal. Había sobrevivido. Y estaba rodeada de buena gente y personas a las que quería sinceramente. Además, íbamos a pasar por Ató antes de dirigirnos a Aefna e iba a ver a Kirlens y a Wigy. Y a Deria y a Dol. A los pagodistas y al maestro Áynorin.

Sin quererlo, había extendido una mano y topé con la de Aryes. Abrí los ojos y crucé su mirada azul. Él me sonrió y me cogió lentamente la mano. Su mensaje silencioso aceleró los latidos de mi corazón. Le sonreí y me sentí feliz.

En ese momento Syu se aproximó y se acurrucó junto a mí, bostezando delicadamente, declarando:

“Un gawalt siempre debería estar feliz.”