Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

17 Sospechas y reproches

“¿Por qué Lénisu siempre tiene que conocer a gente tan rara?”, le pregunté a Syu, al salir del patio del antro de la cofradía.

“Al menos se interesa por nosotros”, relativizó el mono.

“Yo no le he pedido ayuda. Claro que como todo está tan embrollado, al final hasta vamos a necesitar que nos ayude. Qué vergüenza. Ayudados por un nakrús.”

“Recuerdo que una vez me dijiste que Márevor Helith también nos había ayudado”, apuntó Syu.

“No es lo mismo. Márevor Helith es un nakrús redimido. Él mismo dijo que no era nigromante. Pero Derkot Neebensha es un nigromante que está intentando convertirse en un nakrús. Qué ideas. Y encima se mete en nuestros asuntos”, refunfuñé.

Abrumada como estaba por mis pensamientos, me había olvidado totalmente de fundirme en las armonías y, tras recorrer varias calles, me sobresalté al ver aparecer ante mí, en la penumbra, una silueta encapuchada y armada.

—Creí que no te encontraría.

Reprimí un gemido quejumbroso y me masajeé las sienes con las manos. Lo que faltaba.

—Kaota, yo no te he pedido que me siguieras. Es increíble. Se supone que nadie debería haberme visto salir del palacio. Eres peor que mi sombra —gruñí, malhumorada.

Kaota ni se inmutó.

—Total, no debería haberme movido de la cama —suspiré, agitada—. Malditos Sombríos.

Comencé otra vez a avanzar por la calle y la Espada Negra me siguió a unos metros. Al llegar al final de la calle, me detuve en seco.

—¿Para quién estás trabajando exactamente? —le pregunté, escudriñándola con la mirada.

Kaota puso cara sorprendida.

—Para ti —contestó.

—No. Digo aparte. ¿Para quién me espías?

Por una vez vi pasar en su rostro una expresión ofendida.

—No soy una espía, Salvadora, soy una Espada Negra —replicó con tono categórico.

La observé detenidamente. ¿Acaso decía la verdad? Me costaba creerlo.

—No lo entiendo —confesé—. Yo no estoy pagando ninguna escolta. De modo que deben de ser la Fogatina o el capitán Calbaderca o el Consejo, pero alguien tiene que sacar algún beneficio por ponernos una escolta.

—Me temo que a pesar del tiempo que llevo trabajando para ti no has entendido cómo funciona la Guardia Negra —suspiró la joven belarca—. Los guardias somos independientes del Consejo desde hace más de treinta años. Fue el Tribunal quien decidió que necesitabas escolta. El capitán Calbaderca nos eligió a mi hermano y a mí y cobramos el sueldo de cualquier Espada Negra. No hay más. No rendimos cuentas a nadie. Tan sólo tenemos que protegeros a Aryes y a ti. Aunque, por lo visto, has decidido ponérmelo difícil.

Me quedé un momento en suspenso, meditativa. Kaota parecía sincera. Y lo cierto era que tendía a pensar que lo era. Aunque durante la mayor parte del día raramente cruzábamos alguna palabra, habíamos conversado más de una vez y había empezado a conocerla. Sabía que Kaota era una buena persona, sencilla y honesta en muchas cosas. Pero yo siempre había tenido mis reservas porque estaba convencida desde el principio de que ella y su hermano nos espiaban más que nos protegían.

Me sentí algo abochornada.

—Lo siento, Kaota —murmuré al cabo—. Siento haberte insultado de esa manera. Pero debes entender que en ese palacio no me puedo fiar de nadie.

—En eso estamos de acuerdo —sonrió.

Bajamos juntas unas escaleras. Cuando llegamos abajo, carraspeé.

—Entonces, no comentarás a nadie lo que ha ocurrido hoy, ¿verdad?

—Un Espada Negra ni juzga ni desvela secretos —replicó Kaota con firmeza.

Hice una mueca pensativa y confesé:

—A veces me vendría bien que compartieses tu opinión conmigo. Además, estoy segura de que desde el principio piensas que soy una estafadora tremenda.

—¿Una estafadora? —repitió Kaota, poniendo cara de incomprensión.

—Por ser la Salvadora de una leyenda en la que me cuesta creer —expliqué.

La guardia resopló.

—No pienso que seas una estafadora. Precisamente porque desde el principio no intentaste ocultar que no eras la Salvadora.

—Así que tú también piensas que es ridícula la leyenda según la cual la Flor del Norte sana a mil personas y los Salvadores a otros tantos… ¿verdad?

—Yo no he dicho eso. Al principio pensé que tan sólo eras una niña con suerte sacada de algún lugar por Fladia Leymush para montar un circo. Pero ahora he cambiado de opinión y pienso que realmente eres la Salvadora. Llevo toda mi vida entrenándome como guardia y tú has conseguido salir de un palacio sin que me enterase a tiempo. Tienes un bastón mágico y sabes hablar con los monos. Y… Bueno, seguro que hay más.

La observé con una media sonrisa divertida.

—Yo también llevo entrenándome toda la vida para servir a mi pueblo de Ató. No creo que mis habilidades para esconderme vengan de algún don especial reservado para los Salvadores —comenté, burlona—. Y, por cierto, no sé hablar con los monos. Sólo sé hablar con Syu.

“No hace falta más”, me aseguró el mono, con tono convencido.

Seguimos caminando en silencio durante un rato y entonces Kaota preguntó con tono vacilante:

—¿Y adónde has ido?

Se me escapó una carcajada.

—Un Espada Negra no juzga —dije, solemnemente—. Bueno. Para serte sincera, tenía que hablar con una persona a la que quiero mucho. Pero desgraciadamente no se encontraba allá donde he ido.

La curiosidad brillaba en los ojos castaños de Kaota.

—No acostumbro ser indiscreta —confesó—, pero… esa persona ¿es un Sombrío? Antes has pronunciado la palabra “Sombríos” —dijo, para justificarse.

—¿Y qué, si lo es? —inquirí, enarcando una ceja.

La Espada Negra se encogió de hombros.

—Los Sombríos tienen mala fama.

—No te lo voy a negar —concedí—. Pero esa persona en particular es honrada y de buen corazón.

Kaota se mordió el labio y adiviné su dilema: un Espada Negra normalmente jamás interfería en los asuntos de las personas a quienes protegían, pero al mismo tiempo deseaba saber a quién estaba protegiendo exactamente. Tal vez pensase que a lo mejor yo era una Sombría también…

—No te cortes —la alenté, sonriente.

La belarca hizo una mueca cómica.

—Bueno, esto, no le digas al capitán Calbaderca que he incumplido las reglas, ¿eh?

—Ni se me ocurriría —le prometí.

Carraspeó y se lanzó:

—¿Cómo puede ser que conocieses a esa persona si nunca habías estado en Dumblor?

—Porque vine a Dumblor con ella —contesté con tranquilidad.

—Oh. —Frunció el ceño—. ¿Y por qué la Fogatina no la invitó a palacio?

—Porque cuando la Fogatina fue a buscarnos a Aryes y a mí a la cárcel, mi tío, que es la persona de la que hablamos, ya no estaba ahí.

Hice una mueca al ver que mi respuesta le había generado a Kaota muchas más dudas.

—La cárcel —murmuró—. Me temo que será mejor que no sepa más del tema.

Me encogí de hombros.

—Como quieras. La verdad es que si te contase más detalles desmitificaría ligeramente la bella leyenda de los Salvadores y de la Flor del Norte —admití.

Mi comentario pareció dejarla pensativa. Estábamos casi llegando al palacio cuando ella dijo:

—En todo caso, espero que la próxima vez que pienses salir del palacio de esa manera, me avises para que yo pueda cumplir mi trabajo correctamente.

Meneé la cabeza, impresionada.

—Realmente te tomas en serio tu trabajo. Te aseguro que el riesgo de que me pase algo malo es más bien bajo. —Entonces recordé la mano enguantada llena de energía del Nohistrá de Dumblor y añadí—: Por el momento, al menos.

Mis últimas palabras no le pasaron desapercibidas a Kaota y ésta enarcó las cejas.

—¿Entonces me prometes que no volverás a huir de mí? —me preguntó.

La observé y le dediqué una leve sonrisa.

—Procuraré.

Ella no pareció muy satisfecha con mi respuesta.

Cuando volvimos al cuarto, Aryes y Kitari estaban conversando y, al vernos entrar por la ventana, ambos se levantaron de un bote.

—Shaedra, a veces tienes cada idea —suspiró Aryes, aliviado al constatar que no me había ocurrido nada.

Percibí la leve sonrisa de Kaota.

—Kitari, creo que al fin ha entendido que no éramos espías del Consejo —comentó, burlona.

Kitari hizo una mueca teatral, impresionado.

—Vamos avanzando.

* * *

Cuando nos despertaron, al día siguiente, nos llegó la Fogatina en persona con su escolta y su túnica roja. Entró en nuestro cuarto mientras me arreglaban el pelo tres mujeres para la habitual ceremonia pública. Fladia avanzó con un andar majestuoso y declaró:

—Salvadores, ha llegado el momento para vosotros de entrar en escena. Vais a leer un papel en el que informaréis a todos los presentes que vais a organizar, con la ayuda excepcional del Consejo, la gran expedición Klanez.

Intercambié una mirada afligida con Aryes. Esto iba de mal en peor. Aunque, si el Nohistrá realmente quería ayudarnos, quizá no fuese tan mala idea salir de Dumblor, aun con pompa y rodeados de decenas de aventureros y cazatesoros. Siempre podíamos escabullirnos a mitad de camino. Claro que no sería lo que planeaba el Nohistrá.