Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 7: El alma Sin Nombre

3 La puerta de la muerte

La torre donde vivía Kyisse me dejó impresionada nada más entrar. Desembocamos en una sala totalmente circular, de varios metros de altura, en cuyo centro se alzaba, imponente, la estatua de una gárgola negra sobre un gran pedestal. Incrustadas en los muros, unos pequeños ópalos de piedras de luna iluminaban la sala. Lénisu fue el último en salir del pasadizo por el que nos había conducido la niña y al advertir la estatua resopló.

—Mil brujas sagradas. Esto tiene toda la pinta de ser el antro de Láukareth —comentó.

—Quién sabe —meditó Aryes, acercándose prudentemente a la gárgola.

—¿Hablas de la famosa gárgola oscura? —solté, observando con fascinación aquella criatura de piedra.

“Da la impresión de que va a despertar en cualquier momento”, resopló Syu, con los ojos agrandados.

“Conozco algunas canciones sobre esta gárgola”, intervino Frundis. Marcó una pausa y añadió con tono misterioso: “Algunas ya han caído en el olvido. ¿Queréis escucharlas?”

Puse los ojos en blanco.

“Pues claro”, contesté. Sentí la aprobación del mono y el bastón trocó enseguida su melodía por una leyenda sobre Láukareth que hablaba de su vida apasionada por el conocimiento y el saber. Mientras tanto, Kyisse nos condujo hacia los pisos superiores. Pasamos por habitaciones llenas de armarios y objetos rotos antes de llegar a la última planta. Ahí nos esperaba otra sorpresa.

Como en los demás niveles, la sala en la que entramos era totalmente circular. Pero ahí todo estaba bien ordenado. Contrariamente a la luz tenue de las piedras de luna, la luz que desprendían las estanterías llenas de libros tenía destellos dorados que iluminaban el cuarto como el fuego. En el centro, había cojines, alfombras, pergaminos y otros objetos que no supe ni identificar. Aquel cuarto era casi un perfecto hogar… Tan sólo le faltaba a Kyisse poder compartirlo con una familia.

Tras una breve conversación con Kyisse, Lénisu nos hizo un gesto para que nos sentáramos.

—Esperad aquí. Voy a bajar para ver cómo anda la cosa. A lo mejor podemos razonar a esos hobbits y preguntarles si conocen la zona. Kyisse dice que todas las escaleras que llevan a la Superficie han sido bloqueadas hace poco por esos medianos. Con rocas o puertas macizas. A lo mejor saben de algún camino seguro que no desemboque en el Laberinto.

—Ten cuidado —le dije, inquieta.

Lénisu sonrió con tranquilidad.

—Siempre lo tengo.

Desapareció por las escaleras antes de que pudiese yo rebatir esa afirmación. Suspiré. Tan sólo cabía esperar que volviese entero, pensé. Syu se tiró sobre un cojín y meneó la cola.

“Deberías confiar más en el tío Lénisu”, comentó.

“No es una cuestión de confianza”, le aseguré. “Ambos conocemos a Lénisu. Es capaz de ver a unos medianos armados hasta los dientes y adelantarse para saludarlos. Aunque estén furiosos por haber perdido a un carnero.”

“Lénisu no es culpable de nada en esta historia del carnero”, terció el mono. “Es lamentable el fin del animal pero confieso que sin él a lo mejor Drakvian nos habría atacado a nosotros.”

Lo miré, aterrada.

“Syu, Drakvian sería incapaz de hacer eso.”

El gawalt puso cara escéptica pero se encogió de hombros y se alejó para curiosear.

Spaw estaba intentando comunicar con Kyisse, pero me daba a mí que entendía la mitad o menos de lo que le contestaba la niña. Drakvian se había tumbado sobre los cojines, como si después de haberse hartado a sangre hubiese decidido echar una siesta. Y Aryes daba una vuelta por la sala echando un vistazo a los libros de las estanterías.

Sin embargo, todos estábamos atentos al mínimo ruido proviniente de las escaleras. Para ocuparme la mente, me dediqué a examinar algunos objetos que se encontraban en la habitación. Me fijé así en que algunos eran mágaras o lo habían sido en algún tiempo lejano. Quién sabía si ahora las energías que fluían en esos objetos no habían perdido todo trazado. También encontré una piedra de Nashtag y, mientras daba vueltas por la sala, curioseando, no dejé de echarle ojeadas de cuando en cuando para medir el tiempo que pasaba. No tenía la práctica de los iskamangreses para leer el tiempo en el Nashtag, pero cuando tuve la certeza de que había pasado más de media hora empecé a asomarme a las escaleras, rebullendo de inquietud.

—Maldito Lénisu —gruñí—. Seguro que le ha pasado algo. No puede ser que tarde tanto. Debería haber ido yo, que sé esconderme con las armonías…

—Shaedra —me cortó Aryes—. Lénisu no será un experto armónico, pero es un Sombrío. Y no cualquiera. Es el capitán Botabrisa. Seguro que sabe cómo pasar desapercibido. Si no ha vuelto dentro de media hora más, empezaremos a preocuparnos. Pero por el momento, tranquilicémonos.

Aprobé con la cabeza, mordiéndome el labio. Spaw estaba sumido en la lectura de un libro y Drakvian dormía. Su daga, Cielo, sobrepasaba de su capa oscura. ¿Cómo podía una persona encariñarse tanto por un objeto muerto?, me pregunté. Aún recordaba las miradas conmocionadas de Drakvian y Lénisu cuando habían perdido sus armas. No podía compararse a la relación que tenía yo con Frundis, me dije. Vacilé. ¿O sí? Frundis era un saijit vivo. Hilo, en cambio… Fruncí el ceño. En realidad, ignoraba todo acerca de esa espada. A lo mejor también llevaba a algún saijit dentro, pensé, con ironía.

Alguien me cogió dulcemente la mano y alcé la vista, sorprendida, para cruzar la mirada dorada y risueña de Kyisse. Le sonreí, dejando a un lado todas mis preguntas.

Ukaman —dijo Kyisse, estirándome de la mano para que la acompañase. Nos sentamos delante de una tabla de madera llena de pergaminos y libros.

Quería enseñarme un libro en particular. Lo abrió por la primera página: estaba llena de garabatos. Señaló el dibujo y me miró. Enarqué una ceja y examiné la página con más atención. Me costó verlo, pero cuando lo vi me quedé de piedra. Aquello era un dibujo teórico que representaba el flujo de las energías asdrónicas. Unos pequeños símbolos, obviamente letras, aparecían a lo largo de toda la membrana energética.

—Vaya —solté.

Kyisse asintió al ver que había entendido y tendió una mano para crear una esfera blanca sin aparente dificultad.

Takawere.

—Demonios —dije. ¿Era posible que Kyisse hubiese aprendido a utilizar las armonías únicamente a partir de los libros? Tahisrán, aquella sombra que la había acompañado, tenía que haberle enseñado lo básico. A menos que sus padres ya le hubiesen enseñado…

Pero Kyisse no se quedó ahí. La esfera blanca fue adquiriendo poco a poco colores y finalmente pude ver un enorme torreón negro rodeado de murallas que se alzaba en una caverna gigantesca, junto a una playa.

Klanezjará —explicó la niña.

Asentí, mientras la armonía se iba deshaciendo. Si bien recordaba, el castillo de Klanez se situaba en algún lugar junto al Mar del Norte. Pero jamás hasta ese momento había tenido una prueba tan convincente de que existiese.

“Cómo les gusta a los saijits construir paredes de piedra”, suspiró Syu, mientras me trenzaba un mechón.

“Es su verdadero hogar”, le expliqué. “Pero me pregunto si realmente hay gente dentro. Las leyendas cuentan que todo aquel que entra en el castillo, se vuelve loco.”

“Exacto”, apuntó Frundis, dejando sus canciones de gárgolas para empezar a declamar un largo poema épico titulado Canción de Maukath el Tenebroso.

Kyisse ladeó la cabeza, como si percibiese algo de nuestro intercambio mental. Le sonreí y, sin previo aviso, le pasé a Frundis. La niña me miró con cara sorprendida pero cogió el bastón. Al tocarlo, inspiró hondo, sobresaltada. Esperé unos segundos y al ver que Kyisse parecía escuchar a Frundis o comunicar con él, me dediqué a mirar con más atención el libro con esquemas armónicos.

Casi al mismo tiempo, oí el ruido de unos pasos en las escaleras y me precipité para ver surgir a Lénisu. Su expresión sombría me alarmó.

—¿Qué…? —pregunté. Pero Lénisu levantó una mano para imponer silencio.

—Menuda masacre —pronunció. Nos miró con extrañeza—. ¿No habéis oído nada? —Negamos con la cabeza—. Los medianos han matado a todos los nadros. Menos mal que han perdido nuestro rastro.

Palidecí.

—¿Nadros? —preguntó Aryes, acercándose.

—Sí. Nadros rojos. Al parecer, han bajado por las mismas escaleras que nosotros.

Recordé, como en un sueño, cómo habíamos pasado por la puerta maciza que nos había abierto Kyisse. En ningún momento me daba la impresión de que la hubiésemos vuelto a cerrar. Pero quién hubiera imaginado que los nadros serían capaces de pasar por la puerta del Laberinto que llevaba a las escaleras… Carraspeé mentalmente. Tal vez el troll la hubiese destrozado, razoné.

—Además —prosiguió Lénisu, posando su mano sobre la empuñadura de su espada—, los hobbits han decidido bloquear la entrada con rocas. Aunque reconozco que, de todas formas, no era una buena idea volver a subir por ahí. Parece que el Laberinto está demasiado poblado.

Spaw cerró el libro que estaba leyendo.

—Yo propongo esperar un rato a que los medianos se olviden del carnero. Y luego intentamos salir de esta caverna. Y si nos topamos con un hobbit, le pedimos amablemente que nos indique el camino.

—Sin duda sabrán indicarnos el camino hacia la muerte —comentó Lénisu.

Resoplé.

—No seamos pesimistas. Tú mismo lo decías ayer. Me parece que la idea de Spaw es buena. Esperamos a que se calme todo esto y luego… luego ya se verá.

Lénisu se encogió de hombros. Su mirada fue a posarse sobre la vampira dormida y esbozó una sonrisa.

—Hay al menos una cosa buena en todo esto —dijo—. Drakvian parece restablecerse definitivamente.

En ese momento, la vampira abrió un ojo y sonrió, traviesa.

—Todo gracias al carnero —asintió—. Venga, dejad de hablar de lo que vamos a hacer y descansemos.

Syu, sobre mi hombro, aprobó.

“Por una vez, estoy de acuerdo con ella”, declaró.

Enarqué una ceja.

“¿No habrás estado enseñándole a comportarse como una buena gawalt?”, inquirí, burlona.

El gawalt resopló.

“Ni se me ocurriría. Es una vampira y nunca dejará de serlo.” Marcó una pausa y añadió, pensativo: “Pero a lo mejor tú has sido un buen ejemplo para ella.”

* * *

Esperamos en la torre más tiempo de lo previsto. A nadie le apetecía alejarse mucho y toparse con ese pueblo feroz de medianos. Entre nuestras provisiones, las sopas de puerros negros, los drimis y demás plantas comestibles que se podían encontrar cerca de la torre, no nos faltaba comida.

Kyisse nos maravillaba cada vez más. A pesar de su infancia solitaria, era una niña alegre. Sus ojos dorados brillaban de felicidad al ver tanto movimiento alrededor de ella. Cuando Lénisu y Spaw estaban ocupados, comunicábamos por vía mental. Es decir, ella le hablaba a Syu y él me transmitía lo que me quería decir. Claro que a veces mezclaba traducción con interpretación y completaba las palabras de Kyisse dando su humilde opinión de gawalt.

Fue cuando me enteré, con cierto asombro, de que el vestido blanco que llevaba Kyisse tenía un encantamiento que lo conservaba inmaculado. Según Syu, ella lo había encontrado, años atrás, en esa misma habitación donde dormíamos, entre los cojines. No me atreví a examinarla muy de cerca, pero tenía la impresión de que aquel vestido no era una mágara cualquiera. Al fin y al cabo, tal vez llevaba ahí metida en la torre desde hacía muchos años. Y, ciertamente, ningún magarista había pasado por ahí a renovar los sortilegios.

Mientras Aryes, Kyisse y yo íbamos a buscar drimis o intentábamos descifrar los libros de la biblioteca, Lénisu, tras encontrar un baúl lleno de armas, se pasaba el día afilando espadas y tratando de determinar cuál era la menos mala. Ya nos estaba aburriendo a todos con su sonido metálico. Incluso Frundis llegó a quejarse.

Spaw y Drakvian eran los únicos en explorar la zona con más ahínco. Quién hubiera dicho que el demonio y la vampira fuesen a llevarse bien con lo pesada que había sido ella con él… Eso pensaba yo, cuando los veía salir de la torre. Gracias a sus exploraciones, entendimos que había una zona de la caverna que estaba repleta de túneles que bajaban, subían y cruzaban la roca, tortuosos… Y resultaba que el pueblo mediano se había instalado no muy lejos de ahí, reservándose la caverna entera para su ganado.

—Tiene toda la pinta de ser un pueblo nómada que ha decidido asentarse ahí por un tiempo indefinido —explicó Spaw, cuando la vampira y él volvieron de una de sus exploraciones—. Y siguen mandando patrullas muy regularmente por nuestra zona. A pesar de lo que digas, Drakvian, yo estoy casi seguro de que saben que hay un vampiro por estos parajes.

—Mmpf —dijo Drakvian, sentándose junto a nosotros—. Yo nunca lo he negado.

Estábamos todos en la sala circular, menos Lénisu, que aquel día había decidido ir solo a coger puerros negros. Suspiré. Al menos ya no oíamos el silbido de la piedra contra el metal. Aryes, Syu, Frundis y yo habíamos pasado horas intentando enseñarle abrianés a Kyisse. Pero me daba a mí que aprendíamos más rápidamente tisekwa nosotros que ella abrianés.

—Algún día habría que decidirse a salir de aquí —dijo Aryes. Por su tono de voz, estaba claro que no tenía ganas de meterse en un túnel al azar para acabar los dioses sabían dónde.

—Algún día —aprobé, con una gran sonrisa.

Aryes puso los ojos en blanco.

—El problema es que no sabemos si, al coger un túnel que sube, no va a empezar a bajar hasta las profundidades del Abismo —explicó.

Spaw soltó una risita.

—Estamos lejos de alcanzar las profundidades del Abismo, como dices. Ni siquiera estamos en los Subterráneos propiamente dichos. Me encantaría poder dedicar más tiempo a leer estos libros tan misteriosos que se esconden en esta biblioteca… Sin embargo, no puedo vivir solamente de drimis y bayas.

—En eso estamos de acuerdo —apuntó Drakvian—. Si hubiese al menos algún conejo, pero ni siquiera. La próxima vez que tenga sed, empezaré a diezmar el ganado de esos medianos —nos avisó.

Hice una mueca.

—Nos moveremos —declaré.

—¿Y Kyisse? —inquirió Spaw.

La niña parecía haber entendido nuestro intercambio porque, con una voz suave pero insistente dijo:

Kau eresé Klanezjará.

Palidecí levemente, pero en aquel momento tuve una corazonada.

Klanezjarae insil —contesté, esperando no deformar demasiado el tisekwa.

Los demás me miraron, asombrados. Spaw soltó una carcajada.

—¿Nos estás diciendo que vas a acompañar esta niña al castillo de Klanez?

Me mordí el labio y asentí con la cabeza.

—No puede quedarse aquí —repliqué—. Y el castillo de Klanez es su hogar, aparentemente.

Spaw me contempló un momento y resopló. Observé cómo Drakvian sonreía mientras Aryes fruncía el ceño, pensativo.

—Desde luego, Zaix tenía razón —constató el demonio—. A lo mejor tú sí que acabarás encontrando una manera para liberarlo de las cadenas de Azbhel. No es nada en comparación con entrar en el castillo de Klanez…

—El castillo existe —retruqué.

—Oh. Sí. Existe. Claro que existe. Pero como sabrás, nadie se acerca a él. Está rodeado de trampas.

—¿De veras quieres llevarla al castillo de Klanez? —preguntó Drakvian—. Yo creo que si la llevásemos a Ató estaría más feliz.

Vacilé. Lógicamente, Drakvian tenía razón pero…

Klanezjará insaw —repitió Kyisse, sacudiendo la cabeza.

Todos la miramos, molestos. Entonces, la voz de Lénisu sonó desde las escaleras:

—Como diría Stalius, será lo que los dioses quieran. Si el túnel que elijamos se dirige a la Superficie, vamos todos a Ató. Y si acabamos en los Subterráneos… Entonces, antes de nada, vamos a Dumblor.

Ante esa declaración que no admitía réplicas, callamos todos. Menos Frundis. El bastón acababa de entonar una canción melodramática acompañada de un laúd. En ocasiones me preguntaba si llegaba a veces a sentirse mínimamente implicado en nuestra delicada situación.