Página principal. Ciclo de Shaedra, Tomo 6: Como el viento

27 Dientes de marfil

Lo primero que hice cuando volví a mi cuarto fue transformarme con la esperanza de que mi cuerpo de demonio lograría eliminar el veneno como lo había hecho con la anrenina. Y mientras Aryes y Spaw se ocupaban de Darosh, conté a Syu y a Frundis lo que había pasado.

“Cada vez que te vas sola, te pasa una desgracia”, suspiró el mono con infinita paciencia. “Deberías aprender la lección.”

“Un rodillo”, repitió Frundis, alucinado. “¡Santos clarines! Ese rodillo mancha tu historial de portadora de armas. Espero que no me confundas con ese utensilio de cocina porque me sentiría muy insultado.”

Puse los ojos en blanco.

“En mi vida se me ocurriría confundirte con un rodillo, Frundis. Y tienes razón, Syu: ahora, si no consigo desprenderme de ese veneno, va a ser un verdadero problema. Y Darosh está muy mal”, añadí, preocupada.

“Podríamos buscar un antídoto”, propuso el gawalt, más animado. “Como en la Balada de la bruja de Chaybenkull. Claro que habría que saber qué antídoto”, añadió, dándose cuenta de que no era tan fácil.

En ese instante, Aryes aparecía junto a la puerta abierta. Era noche cerrada, pero estábamos lejos de tener ganas de dormir.

—¿Puedo pasar? ¿Cómo te encuentras? —me preguntó.

—Lo cierto es que no tan mal —le aseguré—. La anrenina fue mucho peor.

—¿La anrenina? —repitió Aryes, sin entender.

—Oh. Eso es historia pasada. En primavera, Taroshi me envenenó con anrenina. Pero ya lo he perdonado. Bueno, no del todo, pero mientras no lo tenga delante de mí, estamos en paz.

Aryes me miró, boquiabierto.

—¿Taroshi, hijo de Kirlens? Por las barbas de Karihesat, ¿cómo pudo…?

—Aryes —lo corté—, ¿cómo está Darosh?

—Oh. La verdad es que muy mal. Pero se ha despertado y nos ha pedido que fuéramos a hablarle al Nohistrá de Kaendra. Spaw y yo vamos ahora mismo a verlo. Y será mejor que no te muevas mucho, o el veneno se expandirá más rápido —me advirtió al ver que me enderezaba en mi cama.

—Siento el veneno, pero transformada no parece tener grandes efectos —lo tranquilicé.

—Mira que salir tras una ashro-nyn…

—¡Fue Darosh quien me lo pidió! —protesté, ruborizándome—. No empieces tú también. Syu y Frundis ya me han estado echando la bronca —le expliqué con una mueca de niña compungida.

Aryes tuvo una sonrisa traviesa.

—Empiezo a entender por qué Lénisu tiene tantos problemas. Si los Sombríos se meten en los asuntos de las demás cofradías tan alegremente, todos sus miembros deben de estar durmiendo con la daga debajo de la almohada. Descansa, estaremos de vuelta enseguida.

—¿Sabes dónde vive el Nohistrá? —pregunté, extrañada.

—Darosh nos ha dado indicaciones. Se llama Sinen Minantur. Y vive cerca del Templo.

—¿Aryes? —preguntó Spaw, apareciendo en el marco. Y de pronto se quedó en suspenso—. ¿Shaedra? ¿Qué…? Vaya. Qué sorpresa.

Entendí el problema y no pude más que soltar una carcajada.

—Hace tiempo que Aryes sabe que soy una demonio, Spaw, no te preocupes, si yo he podido confiar en ti, tú podrás confiar en él.

Ante la mirada escrutadora de Spaw, Aryes se rebulló, incómodo.

—Bueno, ¿vamos? No es por nada, pero Darosh está agonizando.

Spaw asintió y comentó:

—No me gusta hablar con gente como los Nohistrás, pero no voy a dejar que vayas solo. Podrías perderte.

Aryes y yo intercambiamos una mirada, burlones.

—Procurad no toparos con asesinos por el camino —les aconsejé—. Por cierto, ¿alguien quiere llevarse a Frundis? Está deseando vivir aventuras.

Aryes y Spaw se miraron con sorpresa.

“¿A qué viene eso de las aventuras?”, preguntó el bastón.

“Así podrás contármelo todo en detalle. Y si es posible, no compongas nada durante la conversación con el Nohistrá y no desestabilices a tu portador temporal.”

“Desestabilizar, ¡pff! Qué ideas”, replicó Frundis, con una risita malévola.

Aryes se adelantó y cogió a Frundis. Intercambió unas breves palabras con el bastón que lo hicieron sonreír.

Cuando me dejaron sola, me levanté y me dirigí hacia el espejo, junto a una mesilla. Se delineaban claramente las marcas de la Sreda sobre mi rostro y en medio lucían dos ojos rojos. Definitivamente, Darosh no me podía ver así o pensaría que las almas de los difuntos venían a llevárselo con ellas a la Muerte.

“Voy a ir a ver si Flan sigue vivo”, dije.

Syu, que me observaba con atención, formó una ancha sonrisa en su rostro de mono.

“No sé por qué, me olía que no podrías estar dos minutos tranquila.”

Puse los ojos en blanco.

“Apenas siento el veneno. Sé que no voy a poder arreglar nada, pero me gustaría saber…”

“Vosotros, los saijits, deseáis siempre saberlo todo. Ha recibido una flecha envenenada en el vientre. ¿Qué más quieres saber? Qué ganas de complicarse la vida”, gruñó Syu.

Me mordí el labio y consideré seriamente la postura del mono gawalt. Tenía toda la razón. Saliendo no iba a conseguir nada más que extender el veneno que había en mi propio cuerpo, estuviese Flan vivo o muerto.

“Menos mal que estás aquí, Syu”, solté, tumbándome en la cama, pensativa. “A veces, en estos casos, pierdo mi capacidad de reflexión.”

Syu resopló, divertido.

“Eso mismo estaba pensando.”

* * *

Cuando Spaw y Aryes volvieron, empezaba el cielo a azularse y yo me sentía repuesta y los esperaba en el cuarto de Darosh, bajo mi forma habitual. A fin de cuentas, la daga apenas me había rozado. En cambio, Darosh estaba aún más pálido de lo acostumbrado y no había abierto un ojo desde que me había sentado a su cabecera.

Junto a Spaw y Aryes, entró en el cuarto un hombre de unos sesenta años cuyo rostro inspiraba a la vez respeto y aprensión. Iba respaldado por una mujer rubia con cara redonda y por un joven de expresión impertérrita cuyos ojos inquietos miraban los alrededores, alerta. Los tres iban bien armados.

—Dejadnos solos —ordenó el sesentón.

Sin duda, debía de ser el Nohistrá, pensé, sorprendida. Jamás me hubiera imaginado que acudiría en persona en ayuda de Darosh.

Spaw, Aryes y yo salimos del cuarto en silencio y recuperé a Frundis de manos del demonio, que lo había llevado de vuelta a casa.

“Interesante vuelta”, me contó.

“¿Ese hombre tan serio es el Nohistrá, verdad?”, pregunté.

“Ajá. Nos ha costado tiempo llegar hasta él, pero en cuanto le hemos explicado el asunto, se ha puesto en marcha. Aunque su mujer intentaba detenerlo; creo haber entendido que no le caía bien Darosh. En realidad, todo parece indicar que existe una estrecha relación entre el viejo y nuestro anfitrión.”

Agrandé los ojos, entendiendo.

“¿Quieres decir que Darosh es hijo del Nohistrá?”

“Eso es lo que he deducido yo”, aprobó Frundis gravemente.

Me acerqué a Aryes y a Spaw, en el pasillo, y les susurré:

—¿Van a salvarlo?

—Supongo que sí —contestó Aryes.

—Aunque, quién sabe, igual el Nohistrá resulta ser un ashro-nyn —bromeó Spaw.

Sonreí y luego meneé la cabeza.

—No le podría hacer daño a su propio hijo.

Spaw sonrió.

—Lógicamente, no debería. ¿Así que Frundis te ha contado mi teoría, eh?

—¿No era idea de Frundis? —me extrañé.

—¡Ja! ¿Eso te ha dicho? —preguntó Spaw, incrédulo.

Adivinando sin duda que iba a hacerle una pregunta embarazosa, Frundis me llenó la cabeza de una veloz melodía de piano, fingiendo estar absorto en su creación.

“Nunca cambiará”, comenté.

Syu meneó la cola.

“Es un bastón.”

En el pasillo, nos topamos con un viejo elfo oscuro vestido todo de negro, cuyo rostro arrugadísimo nos mostró una sonrisa simpática y desdentada.

—Hola, muchachos. Pasad por aquí, el Nohistrá, ese buen hombre, ¡me ha pedido que os vigile!

Era evidente que la idea le parecía del todo divertida y me fue difícil reprimir una sonrisa. Nos invitaba a entrar en el salón así que lo seguimos adentro, dejé a Frundis contra el muro y me senté en el sofá, junto a Aryes y Spaw.

—Bien, bien —dijo el anciano, pillando sitio en una butaca—. ¡Uf! No debería haberme sentado, ni Vaersin conseguiría levantarse de estas butacas a mi edad. Me llamo Chakrinel.

Enarqué una ceja, observándolo con atención. Me pregunté por qué le habían apodado con el nombre de una especia de Mirleria famosa por su picante. Una vez que nos hubimos presentado cortésmente el anciano se quitó el sombrero de paja, sacó una pipa, la encendió y se puso a fumar unas hierbas que olían a estiércol abrasado.

—Según me han contado, sois de Ató —dijo, después de soltar una bocanada de humo.

“Parece un dragón”, comenté.

“Mm”, aprobó el mono gawalt, frunciendo la nariz.

—Shaedra y yo somos de Ató —asintió Aryes—. Spaw… en cambio… —Le soltó una mirada interrogante y el demonio bostezó con toda la boca abierta antes de contestar.

—Yo soy de Aefna. ¿Y tú, Chakrinel?

El anciano puso aire pensativo, como retornando al pasado.

—Nací en Kaendra, pasé mi juventud en Aefna y viví durante treinta años cerca de la Arboleda.

Sin duda se refería a la mítica Arboleda de las Repúblicas del Fuego, me maravillé.

—¿Entraste en la Arboleda? —pregunté con suma curiosidad.

—En algunas ocasiones, sí —contestó animadamente—. Es un lugar precioso. Aunque perdí ahí a más de un viejo amigo. Es uno de esos lugares llenos de buenas y malas sorpresas donde uno no se puede despistar.

—¿Y qué hacías ahí? —interrogó Aryes.

—Oh, ya veo adónde quieres ir a parar. Algunos de mis amigos iban en busca del Manantial de la Juventud, pero yo enseguida desistí, como podéis comprobar. Tenía otras preocupaciones más realistas. Viejos asuntos que ya no interesan a nadie. Me casé ahí y fundé una alegre familia… Pero desgraciadamente vino la guerra y la estupidez saijit se los llevó a todos. Un poco como lo que le pasó a Darosh, pero en su caso es todavía más trágico porque la epidemia pareció resurgir de la nada sólo para llevarse a su mujer.

Me quedé sin habla.

—¿Su esposa murió por una epidemia? —resopló Aryes.

—Por las fiebres frías —aprobó el anciano—. No fue una epidemia cualquiera. El año fatídico se llevó a muchísima gente de Kaendra —recordó con aire sombrío—. Por eso esto parece tan abandonado. Aún no sé cómo sobreviví a ese invierno. Aquel año, Darosh se había mudado a Aefna con su esposa, pero al año siguiente volvió por una misión. Y la mala suerte quiso que su esposa fuera una de las últimas víctimas de esa edad oscura.

Recordaba bien el episodio, contado por algunos parroquianos del Ciervo alado, pero era historia reciente y jamás había podido leer nada sobre ello en un libro. Si bien recordaba, las fiebres frías habían arrasado Kaendra el año 5617, es decir, hacía diez años. Pero no era lo mismo oír una historia contada en una taberna de Ató y oír contar en Kaendra la vida real de Darosh.

—Fue el Nohistrá quien lo hizo volver a Kaendra —adivinó Spaw—. Escalofriante. ¿Es su padre, verdad?

—¡Ah! —El viejo esbozó una sonrisa—. Lo es, de hecho. Algunos malhablados de Kaendra suelen llamar a Darosh el Bastardo de Sinen. Cada vez que oigo a alguno hablar de esa forma, lo castigo con mi cachava, si no huyen antes, claro —bromeó.

Soltó otra voluta de humo y esta vez fue Syu quien lo comparó a las chimeneas de Ató.

—Vosotros sois muy jóvenes para haber vivido lo que viví yo —prosiguió—. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando tenía pocos más años que vosotros, en Kaendra había forasteros aventureros por todas partes. Cazadragones, cazarrecompensas, celmistas sospechosos, de todo pasaba por aquí. Casi había más personas extrañas que mineros. Y Aefna, no os podéis ni imaginar. En los años cuarenta, los jóvenes que estábamos ahí ¡nos metíamos en cada bronca!

Siguió hablando de su vida pasada y del siglo anterior con una amenidad agradable, aunque yo era incapaz de dejar de pensar en Darosh. Estaba muy mal y no quería que le sucediese lo peor.

—¿Por qué te apodan Chakrinel? —pregunté, curiosa, cuando observé que llevaba un rato sin hablar.

—Todos me lo preguntan —sonrió—. Cuando volví a Aefna, en el año setenta y ocho, todos se reían de mí por ser incapaz de comerme un plato sin añadirle chakrinel. A alguien se le ocurrió apodarme Chakrinel y así me quedé. Antaño me llamaba Hébalith. ¡Un nombre horrible para un Sombrío! —exclamó—. En el dialecto típico de Kaendra, significa Sol Naciente.

Se puso entonces a hablar de la etimología de los nombres y me fijé en que Spaw y Aryes, que habían pasado toda la noche en vela, empezaban a tener dificultades para mantener los ojos abiertos. ¿Qué demonios estaba haciendo el Nohistrá? ¿Acaso era una especie de curandero? El viejo elfo oscuro acabó por impacientarse él también y nos abandonó un momento para ir a informarse. Spaw, que había cerrado los ojos, abrió uno para observar al anciano salir del salón. Aryes, en cambio, parecía profundamente dormido, constaté con una leve sonrisa.

—Me parece que está en la Quinta Esfera —comentó Spaw.

—¿La Quinta Esfera? —repetí, extrañada.

—Es una expresión —carraspeó Spaw—. La suele decir Lu.

Lo cierto era que sentía una verdadera curiosidad por aquella “abuela-demonio” de Spaw. Desgraciadamente aquel no era el momento para hablar de demonios, me dije.

—Pues ya he bajado a la Cuarta —soltó Aryes, sin abrir los ojos pero bostezando—. Por Nagray, ¿alguien sabe ya si van a salvar a Darosh? —preguntó, enderezándose.

En aquel momento, oímos unos pasos en el pasillo y esperamos, impacientes, a que el anciano volviese. Chakrinel entró, seguido del Nohistrá, cuyo aire sombrío me heló la sangre en las venas.

—Darosh… —murmuró Aryes, con los ojos agrandados.

—Nos llevamos a Darosh para cuidarlo —nos informó—. No le molesta que os quedéis aquí pero cuando os vayáis, pasaos por mi casa para dejar las llaves. —De pronto se giró hacia mí—. ¿Eres la sobrina de Lénisu, verdad?

Enarqué las cejas, asombrada por la súbita atención que me prestaba.

—Sí —vacilé—. ¿Cómo está Darosh?

—Grave, pero vivirá si lo cuidamos bien. Quisiera agradeceros a los tres vuestras buenas intenciones. Y quisiera, joven ternian, que, cuando le veas a tu tío, le repitas estas palabras: las hojas rojas nacen en otoño. Lo entenderá.

—Me temo que no se lo podré decir —repliqué, muy molesta a la idea de tener una nueva tarea pendiente que recordar—. Lénisu se ha ido a los Subterráneos y Srakhi nos ha dejado plantados. Yo me vuelvo a Ató.

Se encogió de hombros.

—Simplemente díselo si lo ves. Aunque le convendría saberlo.

—¿Y qué pasa con Flan? —preguntó Aryes, mientras yo me repetía, perpleja, las palabras enigmáticas de Sinen.

—Ya nos hemos ocupado del asunto —nos aseguró él—. Ahora, dormid un poco y, naturalmente, no habléis de este asunto con nadie. Lo consideraría como una traición. Buenos días —nos dijo gravemente, saliendo de la habitación.

Nos levantamos para saludarlos a él y a Chakrinel. El cielo empezaba a clarear, pero era verano y los días eran muy largos de modo que aún no había nadie por las calles. Aun así, me extrañaba que sólo los Sombríos se hubiesen enterado de lo ocurrido.

—Espero que se recupere pronto —comentó Aryes, cuando hubimos cerrado la puerta detrás de ellos.

Asentí con la cabeza, pensativa.

—¡Bueno! Yo voy a dormir —declaró Spaw—. Y os propongo que salgamos hoy mismo.

Aryes y yo lo contemplamos, sorprendidos.

—Bueno… —reflexionó el kadaelfo—. Reconozco que no me apetece quedarme aquí. Tener asuntos con los Sombríos es una cosa. Pero con los ashro-nyns…

—De acuerdo —suspiré, convencida—. Pero habrá que comprar los víveres. ¿Cómo los vamos a comprar? No tenemos ni un kétalo en los bolsillos.

Spaw puso los ojos en blanco.

—Darosh debe de tener algún kétalo perdido por ahí. No se va a morir por tener uno de menos.

—Desde luego —aprobó Aryes.

—De acuerdo —repetí.

Spaw se dirigió hacia su cuarto y yo suspiré. Sinceramente, sentía cierta aprensión a salir de Kaendra en esas circunstancias y con la única compañía de Aryes y Spaw. Al fin y al cabo, Aryes y yo teníamos quince años y Spaw no debía de tener muchos más… ¡Vamos!, me dije, alucinada. Yo que siempre me metía en los peores líos imaginados, siguiendo fielmente los pasos de Lénisu, ¿me había convertido en una cobarde hasta el punto de temer salir de una ciudad? La imagen del cadáver del guardia asesinado por una arpía me impactó de nuevo y meneé la cabeza para intentar deshacerme de aquel recuerdo.

—No te preocupes —me dijo Aryes, adivinando por lo visto mis reparos—. Pasaremos por el camino más seguro.

—A la ida también pasamos por el camino más seguro —comenté. Y sonreí anchamente, añadiendo—: Pero basta de pensar, seamos buenos gawalts y vayamos a dormir.

Aryes me dedicó una sonrisa divertida y luego frunció el ceño.

—¿Ya no notas el veneno, verdad? —inquirió.

—No. Apenas me rozó la daga. Aryes, ¿tú qué crees que ha querido decir el Nohistrá con “las hojas rojas nacen en otoño”?

Mi amigo hizo una mueca cómica.

—¿Sabes? Hace tiempo que ya no intento adivinar los asuntos de los Sombríos y de Lénisu —contestó simplemente—. Son complicados y a mí me traen sin cuidado.

“Me ha quitado de la boca lo que quería decir”, se emocionó Syu, agitándose sobre mi hombro.

Aryes sonrió al oírlo y me carcajeé.

—Creo que de ahora en adelante voy a seguir tu ejemplo —decidí.