Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 2: El Despertar de Kala

24 El Sueño de los Pixies

Ruidos lejanos. Un suspiro. Un movimiento discreto. Ganas de bostezar. Abrí los ojos con el ceño fruncido.

“¿Kala?”

Enseguida mi cuerpo se sobresaltó y se enderezó.

“¡Ya era hora! Dormías como un oso lebrín,” me lanzó. “Me preguntaba cuándo te decidirías a despertarte.”

Enarqué una ceja. ¿De modo que él se había despertado antes? ¿Y había estado esperando a que me despertara solo? No pude evitar sonreír y Kala refunfuñó:

“¿Qué pasa?”

“Nada,” aseguré.

Eché una mirada a mi alrededor. De alguna forma, habíamos acabado en un pequeño cuarto de la carpa y habíamos dormido sobre un cómodo jergón de pieles. Una luz anaranjada se filtraba a través de uno de los muros de tela, iluminando suavemente la habitación.

“¿Sabes cómo hemos acabado aquí?” pregunté.

Kala se encogió de hombros.

“Me suena que en un momento alguien nos montó en un anobo y nos llevó de vuelta a la carpa, pero no recuerdo bien. ¿Tú tampoco?”

Negué con la cabeza y sonreí de nuevo. Esa vez, porque no se me había pasado por alto el «nosotros». Kala empezaba a acordarse de mí.

“¿Qué te pasa esta mañana?” masculló Kala.

Mi sonrisa se ensanchó.

“Nada, en serio, sólo estoy de buen humor. Quizá porque esta noche no he tenido ninguna pesadilla. Afortunadamente, porque, si no, habría hecho volar la carpa de esta gente con mi órica… Pasando a lo importante: deberíamos averiguar si esa Mel nos considera como un peligro o no. Todavía nos están vigilando.”

Kala giró la cabeza hacia las formas imprecisas que se adivinaban en la sala principal a través de la tela.

“Si no saben nada acerca de Lotus,” dijo, “deberíamos marcharnos ya.”

“Mm,” vacilé. “¿Recuerdas la cara de la bruja? Parecía que conocía a alguien capaz de responder a nuestras preguntas. ¿No te fijaste? Fue justo cuando Mel te propuso el vino. Me pregunto si lo hizo aposta.”

Kala torció mi mueca pensativa en un mohín impaciente y se levantó.

“Yo me muevo. Tú sigue pensando.”

“¿Y por qué tú no puedes pensar también?” me irrité.

“Porque se me da mal.”

“Menuda excusa,” me burlé, contrariado.

Dejamos la conversación cuando oímos un súbito alboroto en la sala principal. Movidos por la curiosidad, salimos a ver. Acababan de entrar varios saijits quitándose las máscaras y hablando al mismo tiempo. Una figura, que el drow calvo mantenía arrodillada con un puño firme, se quejaba:

«¡No soy ningún espía!»

«Eres un Zorkia,» ladró el drow calvo. «Un sucio Zorkia. Llevas la marca de Makabath. ¿Te crees que porque vivimos en el bosque no nos enteramos de lo que ocurre afuera? Eres uno de los que se fugaron de la cárcel.»

¿Zorkia?, me alarmé. Kala estiró el cuello para intentar ver el rostro del hombre. El drow calvo empujó la cabeza del presunto Zorkia hasta el suelo sin miramiento alguno. En ese momento me alegré del trato más bien amistoso que me profesaban esos desterrados. Rodeando el grupo de rebeldes, pude al fin ver unas orejas ligeramente puntiagudas y un rostro azulado de kadaelfo… Jadeé de sorpresa.

«¿Reik?»

El Zorkia estaba maniatado y tenía la cara cubierta de moratones. No eran heridas demasiado recientes, entendí con un escalofrío. ¿Lo habrían interrogado ya en Kozera? ¿Pero cómo había logrado huir? Kala siseó en un súbito silencio.

“¿Por qué has hablado? Ahora me miran todos.”

De hecho, me miraban. Y podía haber metido la pata y bien, admití para mis adentros. Que los desterrados del Bosque de Liireth se llevaran mal con los Zorkias era natural. Si estos habían sido mercenarios al servicio del Gremio de las Sombras de Dágovil desde hacía cuarenta años… sin duda habían participado en la guerra contra los simpatizantes de la Contra-Balanza.

«¡Tú…!» exclamó entonces Reik, estupefacto. «¿Eres…?»

Kala lo fulminó con la mirada, contrariado. Y, tras observarme más detenidamente, Reik dejó escapar un vulgar:

«Ashgavar… Te voy a arrancar las entrañas, maldito.»

Los demás nos miraban alternadamente.

«¿Lo conoces, Kala?»

Me sobresalté al ver a la vieja Yaga detenerse a mi lado. Sus ojos astutos y penetrantes me incomodaron, pero Kala, él, se encogió de hombros.

«Consiguió que un escama-nefando no me devorase.»

Inmovilizado en el suelo, Reik escupió de rabia.

«¡Y así me lo pagas! ¡Vendiéndome! Debí haberte rebanado la cabeza en el Aristas, sucio Arunaeh…»

Eso sí que era malo, palidecí mentalmente. Kala replicó con calma:

«Sucio saijit.»

El que faltaba… Inspiré para serenarme y pregunté:

“Kala. Déjame un rato, ¿quieres?”

“No quiero.”

“Maldito. Reik está en apuros…”

“¿Y a mí qué me importa?”

“Nos salvó la vida. Quiero devolverle el favor. Déjame,” insistí.

Luché y Kala chasqueó la lengua, malhumorado, pero me dejó. Mientras tanto, el drow calvo le hacía comerse la tierra del suelo a Reik diciendo con terrible suavidad:

«No me importan tus asuntos con el Hijo de Liireth, vete más bien preocupándote tú por lo que te vamos a hacer, Zorkia. No sé por qué locura se te ocurrió venir a refugiarte en nuestro bosque, pero seguramente te traerá recuerdos de la guerra, ¿eh? ¿La viviste, verdad? ¿Cuántos compañeros nuestros mataste, Zorkia? ¿Cuántos dagovileses torturaste? Hacíais lo que queríais, hasta con las mujeres. Vía libre. Todo era vuestro, ¿eh?» Lo golpeó de nuevo contra el suelo. «Y entonces el Gremio os traicionó ¿y esperáis que nosotros vayamos a olvidar vuestras travesuras? Eran sólo unos muertos, vamos, es pasado, bebamos un poco de vino para limpiar todo eso y pasemos a otra cosa, ¿verdad?» Acercó sus labios a su oído advirtiendo: «Tu muerte será lenta.»

«Un momento, un momento,» intervino Mel, abriéndose paso.

La nieta de la bruja había trocado su ropa usada y grisácea por una túnica negra adornada con el símbolo de un ocho. No sabía qué representaba, pero había visto más de una máscara con ese símbolo entre los demás. ¿El de la Contra-Balanza, tal vez?

Mel se detuvo con las manos en jarras y echó una mirada venenosa a Reik antes de afirmar:

«Antes de enterrarlo, seguro que tiene cosas interesantes que decirnos. Llevadlo a la sala subterránea.»

Eso no me sonó bien. Ni tampoco a Kala. Mientras los forajidos obedecían a Mel y arrastraban al Zorkia por la sala, no pude evitar soltar:

«Reik. No fui yo. No te vendí.»

Los ojos que giró hacia mí me hicieron sentirme muy mal. Todo su rostro estaba ensangrentado. Con un nudo en la garganta, murmuré:

«En serio.»

No replicó y desapareció por una trampilla que había abierto Dist en el suelo. La mirada interesada que me lanzó la vieja Yaga me arrancó una mueca.

«¿Fuisteis amigos?» me pinchó. «Hasta te llamó Arunaeh. Caray. ¿Si será que no eres de verdad uno de los Siete Hijos de Liireth?»

«No lo molestes, Yaga,» intervino una voz temblorosa. La vieja bruja, con su cachava, acababa de detenerse ante mí. Sus ojos rezumaban seriedad. «Vamos, muchacho. Dime lo que sabes de ese Zorkia. ¿Qué tipo de persona es?»

La pregunta me dejó absorto y noté que más de un desterrado se había parado a escuchar mi respuesta.

«Bueno…» dije al fin, «diría que es un mercenario con principios. Lo conocí hace apenas unas semanas. Su grupo me contrató para hacer estallar una estalagmita, pero en realidad lo que querían era que les abriera una caja fuerte robada al Gremio de las Sombras. Me dejaron ir con vida después de eso, y luego me salvaron la vida cuando me atacó un escama-nefando… y cuando nos atacaron orquillos, Reik también me defendió. Me pidieron que, a cambio, sacara información sobre el paradero de sus compañeros en Makabath y, para asegurarse de que no los traicionaría, se quedaron con un amigo mío. Sólo que yo… caí enfermo y no regresé el día acordado. Y en fin… ellos no le hicieron nada a Jiyari, que yo sepa.»

La bruja agrandó levemente los ojos al final.

«¿Jiyari?» repitió. «¿Es…?»

«Un Hijo de Liireth, un Pixie,» asentí. «Me lo encontré hace más de un mes. ¿Lo recuerdas?»

La vieja bruja me miraba con ojos cada vez más emocionados.

«Sí, claro que lo recuerdo. Por todos los dioses, cada vez que empiezo a dudar de que seas el verdadero Kala, vuelves a convencerme de que lo eres. Jiyari,» murmuró, «era una niña adorable, y tan frágil…»

«¿Niña?» repetí, sobrecogido. «Era un niño.»

La bruja ladeó la cabeza.

«No, no, era una niña. Lo recuerdo bien, porque Mel… Quiero decir, yo jugué sobre todo con ella esos meses.»

Aquello me tenía anonadado. Jiyari, ¿una niña? ¿El rubio seductor que le guiñaba el ojo a todas las chicas? Tal vez no lo recordase ni él, pero… Diablos, ¿una niña?

“Kala,” lo invoqué. “¿En serio Jiyari era una niña antes de reencarnarse?”

“¿Y qué sé yo?” suspiró el Pixie. “Nunca me fijé. ¿Es importante?”

Ahogué un resoplido incrédulo.

“¿Cómo que nunca te fijaste? Eso se ve…” O no se ve, me dije. Tal vez no podía verse tan fácilmente en los Pixies dadas las experiencias de las que habían sido sujetos. Suspiré. “Demonios, importante, lo que se dice importante, no es, pero tú mismo te diste cuenta de que Rao, ella, es mujer.”

“¿Ah?” dijo Kala. “¿Lo es?”

Le respondió mi oleada de incredulidad. No me esperaba eso.

“Piensa,” insistí. “Si Rao hubiese sido un hombre, no se te habría ocurrido besarla aquella vez.”

“¿Ah?” repitió Kala con impaciencia. “Ahora piensa tú. No somos saijits, somos Pixies. Besé a un Pixie, no a un sucio saijit. Si eres un golem de acero y besas a un gato-vampiro, ¿te importa que sea gata o gato? En fin,” añadió como yo me quedaba a cuadros por su razonamiento. “Te hago notar que las dos viejas te están mirando raro. Si sigues así, déjame que…”

“Está bien,” lo corté. “No importa. Yo sólo me sorprendía de que Jiyari hubiera sido niña y que en tus recuerdos ni siquiera te paraste a pensarlo una vez, eso es todo.”

Y añadí en voz alta para las dos ancianas:

«Perdón. Estaba…»

Se oyó de pronto un grito desgarrador y me ensombrecí enseguida girándome hacia la trampilla abierta. Mar-háï… ¿qué le estaban haciendo a Reik?

«¿Realmente es necesario?» pregunté, tragando la saliva. «Él… me salvó la vida.»

«Entiendo,» dijo lentamente la vieja bruja entornando unos ojos de acero. «Sin embargo, me pregunto a cuántos saijits habrá visto ese hombre gritar de esa misma manera sin mover un solo dedo.»

No podía contestarle a eso. Pero repliqué:

«Esto sólo os convierte en lo mismo. Tú tampoco estás moviendo un solo dedo, bruja.»

En unas zancadas, uno de los saijits que escuchaban en la sala estuvo ante mí y me agarró de la túnica firasana siseando:

«Cuida tus modales, bicho gris. A la dama se la llama jefa.»

«Forgak,» intervino la bruja con voz autoritaria. «No hay por qué sulfurarse. Suéltalo.» Como a regañadientes, el tal Forgak me soltó. La anciana agregó: «Escuchad. Este hombre es Kala, hijo tercero de Liireth. No lo parece, pero tiene casi setenta años. Su padre nos salvó de más de una hecatombe durante la guerra, murió por nosotros y era su deseo que ayudáramos a sus hijos. Os pediré a todos que lo tratéis con respeto.»

No se me pasó por alto la mirada escéptica y casi maternal que le echó la vieja Yaga a la bruja. Estaba claro que ese cuento de los Hijos de Liireth resucitados no les convencía a todos.

De la trampilla, subían gruñidos, voces y gritos ahogados. Kala se estaba poniendo nervioso, seguramente atacado por terribles recuerdos. No lo aguanté más y me giré hacia la bruja.

«Si tanto queréis ayudarme, perdonad a Reik y dejad que se vaya. No quiero que nadie sufra a mi alrededor.»

«Qué amable,» apuntó la vieja Yaga, burlona. «¿Has olvidado ya que ese tipo habló de arrancarte las entrañas? Oh, y no me digas que no sabes que los Zorkias ayudaron a perseguir a Liireth. Lo acorralaron para que los celmistas del Gremio lo mataran como a un perro. ¿Y aun así quieres…?»

«Yaga,» la cortó la bruja ternian con tono de reproche.

Los sentimientos de Kala amenazaban con invadirme y relegarme de nuevo a un rincón.

“Los odio,” gruñó mentalmente con fuerza. “¡Los odio a todos!”

La órica se desató a mi alrededor. Traté de retenerla. Pero no podía. La órica se iba haciendo cada vez más fuerte. Y la rabia de Kala se acrecentaba. Siseando de furia, caminé hacia la salida. No hacia la trampilla, hacia la salida. Algunos intentaron acercarse, pero fueron brutalmente proyectados al suelo. Salí… grité… y le di un puñetazo al primer árbol que se me cruzó concentrando toda la órica. Bajo el impacto, el pobre árbol, seco y muerto, se desenraizó a medias y se quebró emitiendo un potente crujido. Se oyeron exclamaciones de asombro detrás de mí. Attah… Tan torpe había sido el sortilegio de Kala que había malgastado mi tallo energético casi por completo hasta que mi Datsu lo había detenido en seco. No me pasaba eso desde hacía muchos años, y en unos días ya llevaba dos, entre el ataque al Sello y el árbol.

“Cálmate, Kala,” le recomendé mientras jadeábamos ante el tronco destrozado. La bruma se había dispersado, dejándome ver una extensión de árboles muertos.

“No es culpa mía,” dijo Kala en un murmullo súbitamente muy triste. “Cuando me viene… no puedo controlarme. También me pasaba antes. Y no me he curado, todo porque al final no quise olvidar.”

Fruncí el ceño, suspenso. ¿Qué quería decir con que no podía controlarse?

“¿No quisiste olvidar?” pregunté.

“Sí… No quise. En el Sello, durante un año, estuve ascendiendo, y ascendiendo. Dejaba atrás algunas cosas en el camino. Recuerdos que me hacían daño. Pero no tuvo tanto efecto, porque, al final, quise guardarlo todo. Aunque tampoco lo conseguí del todo. A veces tengo la impresión de que soy sólo una mitad. No soy el Kala de antes. ¿Es extraño, verdad? Sólo soy… una parte.”

Su confusa confesión me dejó perplejo. Me giré hacia las expresiones tensas y atónitas de los rebeldes de la carpa. Una parte, decía… Una sonrisilla se dibujó en mis labios y dije mentalmente:

“Normal. La otra parte soy yo.”

Ante su sorpresa añadí:

“¿Qué importa que no seas realmente el de antes? Eres una mitad. Y yo la otra. Eso lo tengo bien claro, Kala. No podremos ser separados sin morir. Así que será mejor que nos llevemos bien y dejemos de discutir tontamente. Tras razonarlo un poco, es la mejor solución, ¿no te parece?”

Sentí claramente el asombro de Kala.

“Si no puedes controlarte, intentaré hacerlo yo,” añadí. “Tal vez incluso pueda hacer que mi Datsu te alcance. Se trata de trabajar de manera colaborativa.”

“De manera… colaborativa,” repitió Kala.

“Trabajar juntos.”

“¡Sé lo que es!” se exasperó Kala. Y suspiró, cruzándose de brazos. “Está bien. Por ahora… aceptaré que existes.”

Puse los ojos en blanco. Menudo avance… Sin esperar a que le contestase, Kala alzó bien alto la cabeza ante la comitiva y lanzó con voz gruñona:

«Sacad al Zorkia de ese agujero. Yo me encargaré de él.»

Por un momento, pensé que, en vez de hacerle caso, los saijits iban a encargarse de nosotros, pero entonces la vieja bruja asintió y dijo unas palabras a Dist en voz baja. El humano negro afirmó con la cabeza y volvió adentro de la carpa con presteza. La bruja dio unos pasos hacia mí, haciendo que todos se tensaran, listos para reaccionar a cualquier agresión. La vieja ternian, la Melfisaroda impostora, estaba totalmente tranquila. Alzó una cabeza sonriente hacia mí.

«Menuda fuerza, muchacho. Casi parece que tu puño sigue siendo de acero.» Sus ojos se hicieron más serios. «Di, hijo. Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras pero… sé que estarás con ganas de encontrarte de nuevo con tu familia. Ahora debes de sentirte como un kérejat solitario. Si sabes dónde está Jiyari… deberías ir a buscarla. ¿Qué vas a hacer con el Zorkia?»

Kala vaciló.

“¿Qué quieres hacer con él, Drey?”

Que me lo preguntase ya me sorprendió pero… Sonreí ampliamente y dije en voz alta:

«Nos lo llevamos.»

“¿Tú y quién más?” graznó Kala. “Me estás haciendo pasar por un lunático…”

“Ops, perdón,” reí mentalmente.

Kala enarcó una ceja y guardó silencio un instante.

“Veo que te ha regresado el buen humor. ¿A qué se debe?”

¿Tanto se notaba? Me ruboricé un poco.

“Er… Bueno, entre otras cosas, porque por primera vez me has llamado por mi nombre.”

Kala resopló. Marcó una pausa. Y volvió a resoplar.

“Eres simple.”

Me sonrojé más.

“Entiéndelo. Ayer… me sentí bastante ninguneado. Imagínate, llevas pensando dieciocho años que tu cuerpo te pertenece sólo a ti y de repente llega un desconocido, te llena la cabeza de recuerdos prehistóricos y te trata como si no fueras más que un incordio, una ‘vocecita’…”

Kala estaba atónito.

“¿Tan mal lo has pasado?”

Me puse rojo y…

“Aj, olvídalo,” solté.

Los saijits, a nuestro alrededor, debían de pensar que era uno de esos sacerdotes de Antaka que sólo hablaban soltando una frase cada tanto tiempo. Por un súbito impulso, me incliné hacia la vieja bruja diciendo:

«Perdón por los disturbios y gracias por la ayuda. Iré enseguida a por Jiyari.»

«Aún tengo algo que decirte,» protestó la ternian. «Se trata de Zarafax.»

La miré, expectante. No me sonaba haber oído a nadie con ese nombre y a Kala, por lo visto, tampoco.

«Zarafax fue un famoso celmista de la Contra-Balanza,» explicó la ternian. «Un día, en plena guerra, partió en busca de una valiosa reliquia, el Espejo del Paraíso, y no regresó. Algunos aquí piensan que huyó por cobardía, pero lo dudo. Él fue uno de los pocos magos que conocieron realmente a Liireth. Fueron amigos. Los demás compañeros que tuvo murieron todos hace tiempo, pero Zarafax puede que siga vivo, en algún lugar. Seguramente sepa más que yo sobre los planes de Liireth y sobre… ese sueño del que una vez me habló.»

Clavó sus ojos viejos y velados en los míos.

«Buena suerte, Kala.»

Me pregunté de qué sueño estaría hablando. Kala había mencionado el día anterior algo sobre el sueño de los Pixies… ¿En qué consistía ese sueño? Iba a preguntárselo pero en ese momento la entrada de la carpa se abrió, dejando pasar a un Reik con la cara más o menos limpia y las manos chapuceramente vendadas. Lo empujaron afuera y el Zorkia perdió el equilibrio. Tendí una mano y conseguí amortiguar su caída con la poca órica que me quedaba. Me agaché junto a él.

«¿Puedes caminar?»

Reik temblaba pero asintió y se levantó, rechazando mi ayuda. Ignoré su mirada envenenada y dije:

«Necesitaré mi mochila.»

Dist me la trajo y me fijé en que había hecho un nudo en cada correa para reparar su estropicio.

«He rellenado tu cantimplora vacía,» añadió.

«Gracias.» Eché una mirada circular hacia los rostros de los rebeldes. Algunos, más tímidos, se habían enmascarado. Pero los demás me miraban todos con expresión sobrecogida. No era hostil… pero tampoco era amistosa. Más bien los tenía asustados, entendí. Al fin y al cabo, era un hijo del Gran Mago Negro. Me giré hacia la vieja bruja y dije: «Gracias, abuela. Puedes estar segura de mi silencio. Y yo confío en el vuestro.»

La anciana sonrió.

«Naturalmente. Ve con cuidado, muchacho. Dist y Mel te acompañarán hasta los lindes. Y ese Zorkia…»

«No hablará,» aseguró Mel acercándose con andar felino. Le echó una mirada tan fría a Reik que este se estremeció. Un mercenario que había visto mil miserias y matado a gente… ¿Qué diablos le habría hecho esa diablesa?

Nos montamos sobre unos anobos que nos allegó un enmascarado, Reik y yo en uno, Mel en el suyo y Dist en otro. Y nos alejamos así de la carpa, de los rebeldes, de la lápida de Liireth y de los recuerdos de la guerra que parecían pesar sobre todo el bosque como una araña de plomo.

Los anobos eran potentes criaturas cuadrúpedas con patas ágiles y avanzaban por el terreno irregular cubierto de raíces con sigilo y ligereza. Debajo de esa piel dura, rugosa y verde, sus músculos trabajaban sin descanso. El que montaba era particularmente dócil y entendía el movimiento de mis rodillas con facilidad pese a que yo jamás había sido buen jinete.

«Di,» murmulló de pronto Reik rompiendo un largo silencio. Mel y Dist cabalgaban algo delante, sin preocuparse de que nos perdiéramos: los anobos sabían seguir el olor a través de la niebla. Sin alzar la voz, el Zorkia soltó: «¿Por qué se te ha quedado esa cara gris?»

«Francamente, no lo sé,» admití. «Cosas que pasan.»

«Mmpf. Te burlas de mí. Dijiste que no nos vendiste. ¿Es cierto?»

«Cierto como un puño,» aseguré.

«Entonces fue el agente,» masculló Reik. «Ese maldito… Di. ¿Cómo es que conoces a los Estabilizadores?»

«¿Los Estaqué?»

Oí un resoplido incrédulo detrás de mí. Noté cómo sus brazos, antes reacios a agarrarme, se aferraban a mí con más seguridad.

«¿No sabes qué son los Estabilizadores? Son una cofradía. O eran. Esos que viste son supervivientes. ¿No te fijaste en los ochos? Es su símbolo. Caí mal, en verdad. Entré en este bosque perseguido por los guardias y con la intención de caer con algún grupo de mercenarios desterrado para contratarlos, pero… caí realmente mal.»

«¿Qué son los Estabilizadores?» pregunté.

«Realmente no eres más que un muchacho,» suspiró Reik. «Los Estabilizadores lucharon en la guerra. Antaño, eran una cofradía de mercenarios lunáticos. Aceptaban contratos para participar en una batalla, pero ponían siempre una condición: si la balanza cambiaba y se veía que el enemigo iba a perder, cambiaban de bando, y así hasta que salieran todos corriendo. Aterraban a todos con sus gritos… Unos lunáticos, ya te digo. Todo por el bien del Equilibrio, deberías saber de eso, tú que eres un Arunaeh. Pero durante la Guerra de la Contra-Balanza, cambiaron de líder y de actitud. Decidieron ampliar el alcance de sus acciones y se aliaron a los rebeldes para enfrentarse contra el Gremio de las Sombras. Pero acabaron muy mal. Y esos… Esa vieja a la que has llamado abuela, es la temible Melfisaroda, la líder de los Estabilizadores. En serio, ¿cómo puedes ignorarlo? Debes de estar burlándote de mí…»

«En serio no me burlo de ti,» dije. «No lo sabía. Esa abuela… la conocí por pura casualidad hace tiempo.»

Hubo otro largo silencio. Entonces, llegamos a los lindes. La bruma ya no era tan espesa y pude ver una ancha llanura sin árboles con alguna gruesa columna rocosa. Desmontamos. Mel alzó una mano hacia mí diciendo alegremente:

«Una visita corta, pero llena de recuerdos. Buena búsqueda. Oh,» añadió como recordando. «A propósito de ese Zarafax… Mi madre olvidó mencionártelo. Se cuenta que el Gremio se apoderó de una de las lágrimas, pero algunos dicen que en realidad fue Zarafax el que la robó.»

La noticia impactó a Kala. ¿Por qué un amigo de Lotus lo traicionaría y robaría a uno de sus hijos?

«¡Shiabá soltó Mel a modo de saludo y taloneó su anobo para volver a la bruma en silencio.

«¡Espera!» exclamé. «¡Gracias!»

La nieta de la bruja no contestó. Y al ver a Dist voltear su montura, apunté:

«Olvidas el anobo…»

«Es un regalo,» me cortó Dist. «Te acortará el viaje. Cuídala bien. Se llama Neybi.»

Agrandé los ojos. ¿En serio me estaba regalando el anobo?

«E… Espera,» protesté. «Hay algo que no me has devuelto. La piedra esa, ya sabes…»

Dist tenía puesta la máscara, pero adiviné su mueca por el mentón que descollaba. Tras una vacilación, sacó mi diamante de Kron y lo lanzó al aire, recogiéndolo.

«¿Es verdad que con esto me podría comprar un pueblo entero?»

Sonreí.

«Supongo. Es una piedra preciosa sumamente rara.»

Tendí la mano. Y Dist suspiró.

«Me siento estúpido,» admitió. «Pero es el deseo de la jefa y lo respetaré.»

Aunque visiblemente a regañadientes, me devolvió al fin el diamante. Confesé:

«No esperaba que me lo devolvieses tan fácil.»

«Bah…» Dist chasqueó la lengua y se quitó la máscara, alzando una mirada hacia los árboles del bosque sumidos en la bruma. «No es dinero lo que nos falta. Echo de menos otras cosas que no hay aquí. Hay tantas cosas que han quedado atrás hace ya mucho tiempo… Pero, mientras mis hermanos sigan aquí,» me dedicó una ancha sonrisa blanca, «no me muevo ni por un diamante.»

Se volvió a poner la máscara y alzó una mano.

«Shiabá Incliné la cabeza e iba él a talonear su anobo cuando vaciló y preguntó: «Por curiosidad, ¿qué vas a hacer con ese diamante?»

Enarqué las cejas y noté la diversión de Kala también cuando sonreí y contesté:

«Destruirlo.»

Dist se quedó un instante sin reaccionar. Entonces, resopló, taloneó su anobo y desapareció en la bruma. Tras un silencio, Reik dejó escapar un gruñido incrédulo.

«¡Eso es un diamante de Kron, muchacho! ¿Qué quieres decir con que vas a destruirlo?»

«Lo literal,» aseguré, cogiendo las riendas del anobo y volviendo a montar. «Por algo soy un buen destructor. Tengo que entrenar. Me retó mi hermano.» Sonreí, mirando el diamante de Kron, negro e intacto. «Y acabaré destruyéndolo sea como sea.»

Reik meneó la cabeza.

«Mar-háï… Creo que estos Estabilizadores me han aturrullado la cabeza. En serio, chaval. ¿Ya tenías ese diamante cuando nos encontramos en el Aristas?»

Asentí. Y Reik cerró los párpados un instante suspirando.

«Y eso es lo que pasa cuando no registramos a la gente. En cualquier caso,» añadió, agarrándose a la silla y montando él también, «me has salvado la vida. Eso me lo ha dejado bien claro esa ternian del diablo.»

«Un favor por otro,» afirmé, invitando a Neybi a que avanzara.

«Mm… Sin duda,» meditó Reik sentado detrás de mí. «De modo que te libras de la información sobre Makabath, ¿verdad?»

Hice una mueca.

«Si la consigo, te la daré. Pero no prometo nada. Ahora… no me conviene buscar a mi familia, si ves lo que quiero decir.»

Reik no contestó más que con un gruñido levemente frustrado. Al de un rato de estar atravesando la llanura de hierba azul, me fijé en que ya la energía inestable del Bosque de Liireth apenas se notaba. Rompí el silencio.

«Danz y tus demás compañeros…»

«Me ayudaron a huir,» gruñó Reik con amargura. «Los kozereños nos interrogaron, y luego llegaron los dagovileses. Entre ellos había Zombras. No tuvieron piedad, como era de esperar. En el camino, justo después de Doz, hubo un incidente y… salí disparado hacia los túneles.» Tras un silencio, añadió: «De eso hace dos días. Les prometí que los salvaría, y se me ocurrió pedir ayuda a los únicos capaces de ayudarme.»

«Desterrados del Bosque de Liireth,» entendí.

«Así es. A estas alturas, mis compañeros deben de estar ya en Makabath. Y sacarlos de ahí… es tarea imposible estando solo. Pretendía… La verdad, no sé qué pretendía. Huí como un cobarde. Debí haberme negado. Debería haber sido Zehen… Él es el más joven. Perra vida,» graznó. «Ya no me queda nadie. Maldita perra vida.»

Sentí compasión pese a todo. Habían sido mercenarios, pero también eran saijits. Entonces, tomé una decisión.

«Te ayudaré,» solté de pronto. «Te ayudaré si me ayudas.»

«¿Qué…?»

«Sabes manejar la espada. Y sabes muchas cosas que yo ignoro por haberme pasado la vida entrenando con las rocas. Tú me ayudas a buscar a mis hermanos, y yo te ayudo a rescatar a los tuyos. ¿Qué te parece?»

Hubo un silencio. Entonces, Reik jadeó:

«Tú estás loco.»

No lo negué. Otro silencio. Y:

«Qué remedio. Supongo que en situaciones tan malditamente malas, lo mejor es estar loco. Está bien. Te ayudaré. No tengo ni espada ni un kétalo… pero te ayudaré.»

Sonreí con la mirada posada en el bosque de columnas rocosas que se alzaba un poco más lejos, más allá de la llanura.

«Estupendo. Entonces, encantado de trabajar contigo, Reik. Empezaremos por ir a Kozera a por mi hermano.»

«¿A Kozera? ¡Tú estás chiflado, hijo!» exclamó Reik. «Si me pillan…»

«No te pillarán. Ah, por cierto, mira a ver en mi mochila si sigo teniendo esas gafas de sol que compré…»

«¿Gafas de sol?» se extrañó aún más el Zorkia. Se liberó de una mano y rebuscó. «¿Las gafas negras? ¿Para qué son?»

Las agarré y me las puse diciendo:

«Para que la gente no me mire tan raro.»

Oí claramente el suspiro de Reik. Una nube de kérejats se arremolinó cerca y nos siguió unos instantes rozando la hierba azul en silencio antes de virar hacia una columna. Me resultaba muy extraño mirar a través de esas gafas y me las quité, pensando que ya que me las pondría en el momento adecuado.

«Por cierto,» añadí, sondeando la oscuridad, «llámame Kaladrey.»

«¿Kaladrey?» se sorprendió el Zorkia.

«Kaladrey,» afirmé.

No sonaba nada mal. La diversión de Kala no se me pasó por alto.

“Tú también estás de buen humor,” le hice notar.

“Huh,” carraspeó Kala. “Sólo estaba pensando… que empiezas a caerme bien.”

Sonreí anchamente y taloneé a Neybi replicando:

“Eso roza con el narcisismo.”

Me respondió un gruñido exasperado. Sereno, inspiré el aire salado y me dije que el mar de Afáh no debía de estar lejos. No habíamos acabado de cruzar la llanura cuando lo avisté y a la luz de las piedras de luna pude ver surgir entre las sombras de la orilla las ruinas lejanas de la Ciudad Perdida. Nada menos que cinco líneas de luces en movimiento salían de esta con rapidez. Percibí el siseo bajo de Reik:

«Fijo que son los Zombras.»

Y no me cupo duda de que esas patrullas dagovilesas buscaban al comandante fugado de los Zorkias. Por Sheyra… Menudo aliado me había encontrado. Palmeé el lomo de Neybi y, enseguida, la anoba cambió de dirección. El regalo de los Estabilizadores era nuestra mejor ventaja.

No te muevas, Jiyari, pensé. Vamos a por ti.

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Nota del Autor: ¡Fin del tomo 2! Espero que hayas disfrutado con la lectura. Para mantenerte al corriente de las nuevas publicaciones, puedes seguirme en amazon o echar un vistazo al sitio web del proyecto donde podrás encontrar mapas, imágenes de personajes y más documentación.

Tomo siguiente: El Sueño de los Pixies.