Página principal. Los Pixies del Caos, Tomo 2: El Despertar de Kala

14 Lidiando con un espectro

«Amo la mente como amo las flores, los árboles y los ríos.»

Yánika Arunaeh

* * *

Fue a la mañana siguiente cuando me enteré por Loy de que el Consejo no solamente había encarcelado a Livon y a Tchag por precaución sino que pensaban transferirlos a la Academia de Trasta al día siguiente para que los expertos examinasen los collares de manera exhaustiva. Ignoraba qué tipo de examen les iban a hacer pasar, pero aquello me daba mala espina. Apoyado contra el mostrador de la cofradía, oía sin escuchar a Loy releer la decisión del Consejo. Escuché su conclusión:

«Se ruega a la cofradía de los Ragasakis que entiendan los motivos de dicha decisión y cooperen en la colecta de informaciones sobre los llamados dokohis o espectros para asegurar la villa de Firasa contra eventos semejantes a los sucedidos en la aldea vecina de Zif-Erdol situada en nuestra jurisdicción. Atentamente, Rubis Katarag, presidente secretario de las Juntas Generales de Firasa y blablablá…»

Loy enrolló el pergamino y, sentada a una silla junto al mostrador, Yánika suspiró:

«Pobre Livon…»

Hice una mueca.

«Tranquila, no se puede decir que Livon esté sufriendo mucho: ahora mismo probablemente esté transformado.»

«Según los de Ishap, lo estaba,» confirmó Loy. «Al igual que Tchag. Los tienen bien encerrados. Mejor que el dokohi que se les escapó.» Sus ojos verdes se posaron sobre mí a través del vidrio de sus gafas. «Desgraciadamente parece que de momento no están dispuestos a que nadie les quite el collar. Me pregunto qué andarán buscando para molestarse en mandarlos a Trasta. ¿Recuerdos metidos en los collares? ¿O bien quieren entender su mecanismo? A mí también me da rabia que los transfieran pero… ciertamente, si lo miramos con frialdad, sus decisiones tienen fundamento.»

Lo tenían.

«Loy. ¿Hay alguna posibilidad de que me dejen entrar a visitarlo?» pregunté.

Loy meneó la cabeza.

«Me temo que no. A Zélif tal vez… si es que regresa pronto a Firasa.»

«Ya veo.» Suspiré y me aparté del mostrador. «Gracias por la lectura, Loy. Yánika. ¿Vamos?»

Salimos de ahí dejando a Loy ocuparse de sus asuntos. Jiyari y Xarifo se habían quedado en casa, el uno a pasar la escoba, el otro a roncar y recuperar el sueño perdido en las noches pasadas a la intemperie. Mientras andábamos, el aura tensa de Yánika nos acompañaba. Escogí un camino poco concurrido y, finalmente, nos sentamos en un banco apartado junto al río, no muy lejos, me fijé, de la choza abandonada de Livon. Tras escuchar el correr del agua durante un rato, Yánika preguntó:

«Hermano, ¿ya puedes romper el hierro negro?»

Meneé la cabeza y me recosté plegando cómodamente una pierna sobre el banco.

«No con la suficiente precisión.»

«Entonces… ¿por qué no estás entrenando ahora?»

En su aura, reinaban la impaciencia y la contrariedad. Alcé la vista al cielo. Aquel día estaba cubierto de nubes y el sol aparecía sólo por intermitencias.

«Ya has oído a Loy. Los gremios no quieren destruir los collares antes de sacarles todo lo aprovechable.»

«¡Pero tenemos que salvar a Orih!»

Y por eso tenía que seguir entrenando también, pensé. Porque era muy posible que, si conseguíamos reencontrarla, la mirol tuviera puesto uno de esos malditos collares.

«Lo sé,» dije. «Pero no sabemos dónde está. El único que igual lo sabe está dentro del collar de Livon. El espectro.»

Me giré hacia mi hermana. No sabía si me inquietaba más su aura o su aspecto. Ella, habitualmente tan esmerada haciendo sus trenzas, las había dejado sin hacer y su cabello ondulado y rosa caía sobre sus hombros, suelto y descuidado. Murmuré:

«Te lo dije, Yani. Cuando estés conmigo, no contengas tu aura.»

De hecho, pese a lo cargado que parecía ya el ambiente, no podía engañarme: seguía conteniendo la mayor parte de su aura. Yánika bajó la vista, balanceó los pies, y asintió. Enseguida me golpeó toda su aura. Jadeé y mi Datsu se desató. Era tan grande su preocupación que no me la esperaba. Era normal que el rapto de Orih y lo ocurrido a Livon la afectasen, pero ¿hasta ese punto? “La mente es débil,” me dijo la voz de Lústogan en mis recuerdos. Mi primer impulso fue el de abrazarla, pero ¿solucionaría eso los problemas? No.

Tendí mis manos hacia las suyas y las apreté con dulzura.

«No tiene sentido preocuparse tanto, Yani. Orih no está muerta: la recuperaremos. Y a Livon… voy a sacarlo de ahí esta misma noche.»

Yánika agrandó los ojos y su aura cambió.

«¿Esta misma noche?»

Sonreí.

«Le quitaré el collar. Pero voy a necesitar tu ayuda.»

Yánika parpadeó, asintió firmemente y preguntó:

«¿No se van a cabrear los gremios?»

Me encogí de hombros.

«Detalles. Mientras no les digamos nada a los demás Ragasakis, nadie podrá culpar a nuestra cofradía. Pero para eso tenemos que guardar silencio.»

Yánika asintió. Vacilé.

«En realidad… los gremios no deberían cabrearse demasiado a largo plazo. Escucha, Yánika. Tengo pensado cambiarme de sitio con Livon. Le pediré que permute conmigo sin permutar el collar. Pero para eso necesito que esté en su sano juicio y no controlado por el espectro. De esa manera, me quedaré con el collar y podré romperlo más fácilmente y con menos riesgo. Pero no lo haré hasta que no lo hayamos examinado: puede que realmente haya información valiosa dentro, y ya que estamos prefiero asegurarme de que la obtendremos. Y dudo de que haya alguien en la Academia de Trasta capaz de sacarla tan bien como nuestra Madre. Cuando ella haya examinado el collar, me liberaré. Y tendrás que estar a mi lado para que pueda hacerlo.»

El aura de Yánika había ido hinchiéndose de nerviosismo e incomprensión.

«Hermano… No lo entiendo.»

Se lo volví a explicar y, mientras Yánika iba asimilando poco a poco mi idea, concluí:

«No sé si es lo correcto. Parte de mi mente, la parte que a veces más me exaspera, me dice que es una locura y que lo mejor que podría hacer es dejar a Livon, dejar la cofradía y olvidarme de los problemas. Pero supongo que a ti te parecería algo imperdonable e inmundo. Así que, ya de hacer algo, huiremos a Taey y pediré a Madre que examine el collar. Con un poco de suerte, sacará la información sobre el paradero de Orih. Es posible que el espectro que habita el collar de Livon sepa muchas más cosas. Tengo la impresión de que no es un espectro común. Es más poderoso que otros. Fue capaz de replicar la permutación de Livon en cuanto lo poseyó. No creo que todos sean capaces de algo así. Por lo que tal vez durante la guerra de Liireth poseyó a otro permutador o bien a un brejista…»

Yánika interrumpió mis cavilaciones al levantarse de un bote del banco.

«¡Hermano! ¿Quieres que te acompañe a la isla de Taey?»

«Sería tu primera vez,» entendí. «¿Te asusta?»

Yánika meneó la cabeza suavemente. Su aura estaba confusa.

«¿Huiremos sólo nosotros dos?»

«Mm… Le pediré a Jiyari que nos acompañe hasta Kozera. Por si tu aura no funciona en algún momento y me transformo. Pero estoy seguro de que el riesgo es mínimo.»

O al menos eso esperaba. Yánika me miró con una mezcla de nerviosismo y curiosidad.

«¿Y cómo vamos a llegar hasta Livon si los Caballeros de Ishap no nos dejan pasar?»

Le enseñé una sonrisa traviesa.

«No nos dejan pasar por la puerta, pero nadie dijo que no podíamos pasar por el muro.»

Mi hermana sonrió a su vez.

«¿Funcionará?»

Mi sonrisa se hizo confiada.

«Funcionará.»

Yánika inspiró y volvió a sentarse en el banco. En un silencio más apacible, contemplamos el agua del río. Corría con fuerza y el aire jugaba, arrastrado por la corriente.

«Hermano.»

«¿Mm?»

«Hay algo que no te he dicho. Algo sobre Jiyari.» La miré, extrañado. ¿Habría notado algo raro en él? Mi hermana se mordió un labio y dijo: «Él… te quiere mucho.»

Parpadeé, asombrado. Y Yánika giró sus ojos negros hacia mí añadiendo:

«Y la parte en ti que tú no sientes… esa también lo quiere mucho a él. Como a un hermano. Creo… que incluso más de lo que tú me quieres a mí.»

Tragué saliva. Por Sheyra… No le había dicho nada aún sobre los Pixies. Al principio sólo había sido una teoría, pero ahora era más que eso. Y, sin embargo, no me resolví aún a contárselo. Porque sus últimas palabras me habían ensombrecido.

«Lo siento,» murmuré. «Por lo visto la parte que no siento es muy sentimental. Sabes que yo te quiero todo lo que puedo. Pero…» me rasqué el cuello, molesto, «no puedo quererte en exceso. Ya sabes cómo somos los Arunaeh, Yani.»

«Lo sé,» susurró ella. «No quería hacerte daño, lo siento. Muchas veces deseé ser como tú y Lúst, quería ser una Arunaeh de verdad, pero luego… luego me convenciste de que no hacía falta que me esforzase por ser una Arunaeh, porque ya lo era.»

Asentí y ella se abrazó las rodillas antes de agregar:

«Si vamos a Taey… ¿me dejarán entrar?»

Resoplé.

«Por supuesto que te dejarán entrar. Eres una Arunaeh. Y no fuiste tú quien rompió el Sello. Sólo te miran como a un bicho raro, nada más. Vamos, será mejor que nos movamos. Si a Livon lo van a transferir mañana… tenemos que actuar esta noche.»

«Mm,» asintió Yánika.

Mientras dejábamos el banco y nos poníamos en marcha hacia casa, me repetí: la dejarán entrar en la isla. Menos seguro era que nos dejasen salir, pero ya me enfrentaría al problema en su momento, así como encontraría la manera de convencer a Madre de ayudarme con el collar en el momento adecuado. Ahora, lo importante era liberar a Livon sin que los firasanos nos vieran y dejar que llevara a cabo su objetivo: salvar a Orih. Y yo lo ayudaría a mi manera, buscando información.

Justo antes de apartarnos del río, volví a mirar el cielo cada vez más plomizo. No iba a volver a verlo en un tiempo. Pero lo volvería a ver, me juré.

* * *

La cárcel de la Orden de Ishap se encontraba en el edificio de esta misma, en el subsuelo. El edificio era amplio, tenía un vasto recinto, una gran sala de entrenamiento, armería y hasta dormitorios. Los Caballeros de Ishap eran una cofradía bien instalada, con guerreros veteranos y una gran popularidad que les permitía vivir acomodadamente. Por eso me sorprendía aún cómo los dokohis habían conseguido sacar a su compañero de ahí. ¿Tan hábiles eran?

Me alegré de haber rechazado la loca idea de Yánika: para ayudar, mi hermana me había propuesto cansarse forzadamente para que su aura cubriera de fatiga nuestros alrededores… Me alegraba de haberle dicho que no hacía falta porque mi hermana ya bostezaba, invadida por el sueño, cuando cruzamos el río Lur hasta la Orden de Ishap. Un poco más y nos quedábamos dormidos, me burlé para mis adentros.

A la luz de las linternas, pasamos por una calle que circundaba el recinto y llegamos a un lugar rocoso y oscuro situado en la boca del Barrio de la Cueva. Tras dar unos pasos más y asegurarme de que nadie nos seguía, me agaché. Había conseguido un plano bastante fiable del lugar en el mercado negro aquella misma tarde. Había sido más bien fácil encontrarlo, aunque no me había salido barato. Ni tampoco la mágara de silencio que había comprado.

Aquí, pensé, tocando la roca. Si cavaba por ahí, llegaría directamente a las mazmorras de la Orden de Ishap. El muro del edificio estaba cerca. Sólo esperaba que la mágara cubriría el ruido.

«No te acerques, Yani,» murmuré.

Mi hermana se quedó a una distancia prudente y, tras ponerme la máscara, activé la mágara de silencio y comencé a estallar la roca. No había soltado aún dos sortilegios cuando de pronto una voz burlona soltó en la oscuridad:

«Os pillamos.»

Me paralicé y escudriñé la oscuridad como un conejo atrapado. Saltaron las alarmas en el aura de Yánika… pero esta enseguida se calmó. Y yo siseé al entender por qué.

«¿Os divierte pegarle sustos a mi hermana?»

Sirih apareció, deshilachando un poco sus sombras armónicas.

«Perdón, perdón. Pensamos que, ya que estabas decidido, mi hermana y yo íbamos a echarte una mano. ¿Dónde encontraste esa mágara?» agregó con curiosidad, agachándose. «Debió de salirte cara. Pero con eso no conseguirás aplacar un escándalo como este. Tus explosiones despertarán a media Orden si Sanay no te cubre.»

Era un poco exagerada con eso de despertar media Orden pero… tenía razón. La mágara era eficaz, pero no tanto como me lo había vendido el mercader. “¡Silenciaría hasta el rugido de un dragón!” había dicho. Suspiré.

«¿Cómo habéis adivinado?»

Sirih dejó escapar una risita irónica.

«Era bastante evidente que tramabas algo. Loy lo dijo a la mañana: algo tiene en mente este muchacho. Y cuando dijo Staykel que no te había visto en la forja aquella tarde, empezamos a hacernos preguntas. Para colmo hace un rato nos ha venido a la cofradía el chaval gnomo diciendo que había estado a punto de coger la diligencia para Trasta pero que al final cambió de opinión, regresó a tu casa y… se encontró con que no había nadie y las mochilas no estaban. Yo pensaba que te habías largado a los Subterráneos sin despedirte, pero Loy ha dicho que te encontraríamos aquí. Parece que el secretario te conoce mejor.»

Mientras hablaba, yo me había sentado en la roca. Diablos. Aquel mediodía Xarifo había decidido volver a Trasta ¿y ahora había vuelto a cambiar de opinión? Suspiré.

«Qué remedio. No quería molestaros pero, ya que habéis venido a echar una mano, ayudadnos. No os acerquéis demasiado. Pueden saltar trozos.»

Sanaytay se agachó a unos metros. Sirih gruñó.

«¿No querías molestarnos, eh? ¿Y qué es lo que pretendes hacer? ¿Sacar a Livon y esconderlo?»

«Liberar a Livon,» repliqué.

«¿Crees que nos conviene? Nos pondrá a los Ragasakis en mala postura y además… no sabemos adónde llevaron a Orih esos dokohis. Si los celmistas de Trasta consiguen averiguar algo…»

«Eso mismo es lo que pretendo hacer. ¿Has olvidado que los Arunaeh son una familia de brejistas? No es por nada, pero la bréjica es una de las artes más difíciles que existen. Dudo de que ningún celmista de Trasta sea capaz de conseguir nada. La Academia de Trasta es conocida por sus biólogos, sus magaristas y sus historiadores… no por sus brejistas. Y cuando un brejista novato se mete en la mente de un sujeto… puede pasar cualquier cosa. Y eso sí que no le conviene a Livon.»

Hubo un silencio. Sirih se había quedado sin habla, por lo visto. Añadí:

«Ya de sacar información, la sacaremos como es debido.»

«¿Te llevarás a Livon con tu familia?» murmuró Sirih.

«No. Iré yo. Jiyari nos espera en la Cueva para la caravana que sale dentro de tres horas para Ámbarlain. ¿Lo entiendes ahora?»

La armónica no contestó de inmediato y pensé que no lo entendía, pero entonces soltó un:

«Estás majara. Sanay, prepárate.»

Me alegré de que no me pusiera más trabas y nos pusimos todos manos a la obra. La fuerza órica quebraba la roca con precisión. Iba rápido, porque el material era fácil de quebrar. Sirih y Yánika se ocupaban de apartar los trozos pequeños, Sanaytay de ahogar los estallidos. Pronto me metí en un agujero que se iba profundizando y llenando de arena. En un momento, lancé un aviso y levanté la arena a base de ráfagas. La saqué toda. Y seguí cavando, esta vez de manera menos vertical.

«Es… impresionante,» le oí murmurar a Sanaytay arriba.

«Ni que fuera mantequilla,» apoyó Sirih, igual de incrédula. «Ya que no nos llevábamos muy bien con los de Ishap, si descubren que hemos sido nosotros…»

La piedra de Nashtag señalaba que llevaba más de media hora cavando cuando llegué a las fundaciones de la Orden y adiviné que, si quebraba un poco más la piedra, acabaría en la dichosa cárcel. Entonces, me paré, regresé al improvisado pozo y miré hacia arriba.

«Yánika. ¿Puedes bajar? Te ayudaré.»

Estaba todo tan oscuro que no veía casi diferencia entre el agujero y la roca. Pero sentí el aire agitarse. Amortigüé la caída de Yánika y esta aterrizó como una pluma. Sirih soltó desde arriba:

«Sanay os acompaña. Yo montaré la guardia, pero más os vale ser prudentes. No toleraré que le pase nada a mi hermana.»

Una vez Sanaytay abajo, nos colamos por el angosto túnel y apliqué la mano en la pared.

«Esto… Si puedes no romperlo todo de un golpe y crear un agujero pequeño,» murmuró Sanaytay, «yo… me resultará más fácil absorber el ruido si tengo acceso al otro lado.»

Enarqué una ceja sin acabar de entender cómo la armónica podía apagar el ruido del otro lado a partir de un pequeño agujero. Tal vez yo cavaba roca como mantequilla, pero las artes acústicas de Sanaytay no eran menos impresionantes. Asentí en la oscuridad.

«De acuerdo.»

De pronto, el aura de Yánika se impregnó de diversión. Mar-háï, con esa situación… ¿En qué estaría pensando? Me puse manos a la obra. Fui poco a poco, haciendo arenilla de la roca sin estallarla. Era un proceso lento y me pregunté qué haría de no llegar a tiempo a la caravana para Ámbarlain… ¿Esperar a la de la mañana? Era demasiado arriesgado pero… Bah. Antes tenía que salir bien todo el resto.

Finalmente, noté aire. La pared estaba perforada. A partir de ahí, pude soltar sortilegios más eficaces y en unos minutos ya estábamos del otro lado. El suelo estaba hecho de grandes piedras, las paredes también. Estábamos en las mazmorras de la Orden de Ishap, entendí. Pero no se veía nada.

Saqué la piedra de luna. Nos encontrábamos en un pasillo. A nuestra derecha, había unas escaleras que subían. A nuestra izquierda, al fondo, una puerta de hierro. Y en frente de nosotros había celdas. Las revisamos una a una, recorriendo el lugar como fantasmas. Todas estaban vacías. Nos detuvimos finalmente ante la puerta de hierro, contemplándola. No había dudas, Livon y Tchag tenían que estar ahí detrás.

Toqué la cerradura. Y me llevé una agradable sorpresa al constatar que estaba hecha de hierro negro. De verdad tenían que temer que Livon se escapara para meterlo en un lugar tan seguro… Sólo que no habían tomado en cuenta que un destructor pudiera pasar a través de eso. Yánika me echó una mirada intranquila a la luz de la piedra de luna.

«¿Vamos a pasar por la puerta? ¿Puedes abrirla?»

Le dediqué una sonrisa irreprimible y tendí una mano hacia la puerta diciendo:

«Claro que puedo. Apartaos.»

Después de mis cuatro días de entrenamiento intensivo, el hierro negro, ese tozudo y empecinado metal, empezaba a resultarme muy familiar. Minutos después, estallé el grueso pestillo y la puerta se abrió. La satisfacción de mi hazaña casi me hizo olvidar que entrar ahí alegremente podía resultar un grave error. Escondí la piedra de luna y eché un sortilegio órico hacia el interior de la habitación. El espectro probablemente estuviese aún controlando el cuerpo de Livon y no tenía manera de saber si los guardias le habían dejado puesta la venda en los ojos o no. Si nos veía… podía complicar el asunto dramáticamente.

«Dos respiraciones,» murmuró Sanaytay.

Las había pillado antes que yo por el sonido. Debían de ser Livon y Tchag. De modo que no habían dejado a ningún guardia ahí abajo… Una decisión acertada para evitar permutaciones accidentales pero la precaución les iba a costar caro.

Entramos los tres en la oscuridad total, aguzando el oído. Oí un tintineo de cadenas y un ronquido. ¿Estaría durmiendo?

«¿Livon?» murmuré.

¿Ya habría operado en él el aura de Yánika? Mi hermana, que me cogía de la manga a ciegas, murmuró:

«Tchag está durmiendo. Livon está confuso. Creo que está volviendo en sí.»

Bien. Pero me aseguraría de todas formas. Repetí el nombre de Livon hasta que este preguntara patosamente:

«¿Drey? ¿Dó… Dónde estamos?»

¿Podría ser el espectro intentando engañarnos? Decidí que desconfiar más no compensaba y saqué la piedra de luna. Esta iluminó la habitación con su luz tenue, desvelando el suelo empedrado y frío, una mesa, dos sillas a un lado. Unas cadenas sujetas al muro más lejano amarraban las muñecas y tobillos de Livon, apresando a este como un alma torturada. Sólo que, gracias a los dioses, no parecía realmente haber sido torturado. Tchag yacía a sus pies, dormido, con una cadena atada al collar.

«Tchag ronca igual de bien en todos los casos,» comenté y contesté: «El Consejo de Gremios te condujo ayer a las mazmorras de los Caballeros de Ishap, ¿no lo recuerdas?»

Livon llevaba un saco opaco en la cabeza. Percibí un movimiento de esta y un murmullo turbado:

«Sí… De cuando en cuando, creo que volvía en mí. Es por culpa del espectro, ¿verdad? Myriah me estuvo gritando durante un buen rato.»

“¿Gritando?” protestó la voz bréjica de la arlamkesa. “¡Estaba llamándote para que no te dejaras apalear por ese espectro! ¡Casi me quedo afónica!”

«No tienes cuerdas vocales, Myriah,» le recordé.

“¡Impertinente!”

La bréjica pareció funcionar en Tchag mejor que cualquier sonido: el imp despertó y, viéndonos, soltó una exclamación de alegría.

«¡Yánika! ¡Sanay! ¡D…!»

Se quedó a media exclamación, no supe si porque tenía un repentino agujero de memoria y no recordaba mi nombre o porque se había percatado de la cadena que lo mantenía atado o… porque acababa de ver la mala postura en que se encontraba Livon. Este meneó la cabeza debajo del saco y murmuró:

«Perdón… No me siento bien…»

«Y no me extraña,» repuse. «Te han encadenado ahí como a un criminal.»

Así como la cerradura de la puerta estaba hecha de hierro negro, las cadenas eran de hierro normal, constaté. Sin embargo, no las estallé. Con precaución, le quité el saco y la venda. Sus ojos, grises oscurecidos, parpadeaban ante la luz. Al verlo, suspiré de alivio.

«Livon. He venido a liberarte. Pero antes tengo una pregunta. ¿Serías capaz de permutar conmigo y dejarme el collar de manera segura?»

Livon, ya más espabilado, frunció el ceño.

«¿Dejarte el collar? ¿A qué te refieres?»

«Tengo una idea,» dije, y se la expliqué con tranquilidad, esperando que el espectro dentro del collar no reaccionara de pronto y tomara el control del cuerpo de Livon, echando a perder todos mis planes.

Finalmente, Livon suspiró.

«Entiendo. Gracias, Drey. Tu idea es lógica. Pero no es justo que te quedes con el collar. Puedo acompañaros y…»

«Imposible,» lo corté con calma. «En la isla de Taey no entran los extranjeros. Ni siquiera los amigos.»

Livon frunció el ceño. Hubo un silencio. Y entonces murmuró:

«Yo fui quien metí la pata permutando con el dokohi.»

«Y yo no pude detener a los espectros para que no se llevaran a Orih,» repliqué. «Averiguaré su paradero. Tú prepárate para ir a buscarla, reúne mapas de la zona este de Lédek, todo señala que la base de los dokohis se encuentra por ahí… Si puedes, interroga al ex-dokohi barbudo. Despertó ayer, pero según Yeren sólo recuerda que estaba recogiendo setas en un túnel y que unos tipos lo acorralaron, de eso hace ocho meses. No se acuerda del resto… Pero interrógalo más a fondo. Dentro de tres semanas, nos encontraremos en el puerto de Kozera en la taberna de La Ola de Oro y te diré lo que haya averiguado.»

Otra persona habría dado más contra-argumentos, pero Livon no era así, era alguien directo, que respetaba las decisiones de sus compañeros y confiaba en ellos. Asintió.

«Tres semanas,» repitió.

«Para estar seguros,» dije. Livon asintió de nuevo, inspiró… y lo detuve resoplando: «¡Espera! Cuando permutes, probablemente te quedarás inconsciente como el humano barbudo… Cuando despiertes…»

«Diré que no me acuerdo de nada,» aseguró Livon con paciencia. «No soy tonto, Drey. No traiciono a mis amigos.»

Me ruboricé, e hice una mueca. Que me traicionara o no, no iba a cambiar gran cosa. Al fin y al cabo, a los caballeros de Ishap no les costaría entender quién había sido el autor del agujero: un destructor. Y probablemente yo era el único destructor en kilómetros a la redonda.

«Ya… Hay un último asunto,» dije. «Se trata de Tchag. O lo llevamos a Taey y le pido a mi madre que lo examine para descubrir de dónde viene… o rompo su collar ahora, sabiendo que siempre hay un riesgo. Dejo la decisión en tus manos… pero decídete rápido.»

Livon se quedó un momento en silencio. Eché una ojeada nerviosa hacia la puerta entreabierta. Esperaba que ningún guardia tuviese la tarea de ir a comprobar la situación del preso. Llevábamos tan sólo unos minutos ahí pero…

«Está bien,» dijo de pronto Livon. «Destruye el collar.»

Eso significaba renunciar a la información del collar. Livon agregó con decisión:

«Me importa poco de dónde venga Tchag. Ahora es un Ragasaki. No importa su pasado.»

No hice preguntas. Dejé la piedra de luna y el diamante de Kron en manos de Yánika y me acerqué al imp. Me agaché, clavé mis ojos en los suyos, bien abiertos, inocentes y expectantes, y le murmuré con suavidad:

«Todo va bien.»

Si pensaba poder quitarle el collar sin problemas, era porque este estaba considerablemente más suelto y era más fino que el de Livon… y porque en aquellos dos meses me había dado cuenta de que la piel del imp era bastante más dura que la de un saijit. Me quité un guante, lo coloqué entre el collar y el cuello de Tchag para protegerlo y me concentré, examinando el hierro negro. Entonces, con toda la precisión de la que fui capaz, apliqué la presión. El hierro se quebró. Sonreí mentalmente. Había funcionado. Hice lo mismo del otro lado y el collar cayó en dos trozos sobre el suelo, produciendo un sonido metálico fuerte. Afortunadamente, el sortilegio de Sanaytay debía de haber absorbido el ruido para que no saliera de la celda. Inmediatamente, Tchag se desplomó, y el aura tensa de Yánika se hizo aún más pesada.

«¡Tchag!» se preocupó Livon, agitándose en sus cadenas.

«Está bien,» aseguré levantándome y poniéndome de nuevo el guante. «Su respiración es más fuerte que la que tenía el barbudo.»

Eché una mirada hacia el collar. Notaba energía dentro, por lo que el espectro debía de estar aún encerrado, ¿verdad? Un espectro no era nunca del todo invisible: tenía que materializarse de alguna manera. Y yo no veía nada. Recogí los dos semi-círculos, me alejé en la celda, me senté y comencé a estallarlos. Reduje uno entero en unos cuantos trozos. Agarraba el otro pedazo cuando Sirih entró en la habitación mascullando:

«¿Qué diablos estáis haciendo?»

«Destruyo un espectro,» contesté, concentrado.

Sirih se acercó. Hubo un silencio. Y un perplejo:

«¿A qué estás jugando?»

Alcé la cabeza y Yánika carraspeó.

«Hermano… No tenemos tiempo para eso.»

Eran precauciones, me dije. Pero Yánika tenía razón. No tenía tiempo para ser tan esmerado. Así que abandoné el segundo trozo y regresé junto a Livon. Los ojos de este me parecieron de pronto más pálidos, pero cuando lo volví a mirar se habían oscurecido.

«Bien. Livon… ¿estás seguro de que podrás permutar y dejarme el collar?»

Livon hizo una mueca.

«Si me quedé con él, supongo que podré deshacerme de él, pero no estoy seguro.» Ante mi expresión sombría, añadió con una sonrisa optimista: «Puedo permutar tres veces. Lo que nos da tres oportunidades para conseguirlo.»

“Yo lo ayudaré,” intervino Myriah.

Enarqué una ceja. Cierto. La había visto tanto tomar el papel de jugadora de Erlun que había olvidado que Myriah era una permutadora como Livon. No pregunté hasta qué punto sus artes de permutación eran más afinadas que las de su alumno y me encogí de hombros.

«Entonces, adelante.»

«¿No me quitas antes las cadenas?» preguntó Livon.

Negué con la cabeza.

«Me tienes que dejar el collar y los hierros. Cuando me quede con el collar, quiero estar bien atado. Es una medida de precaución temporal. Por eso, en vez de tres oportunidades, en realidad sólo tenemos dos, porque si fallas la primera permutación, tendrás que perder la segunda para volver a estar con los hierros y dejármelos en la tercera. ¿Entiendes?»

«Er… ¿Vas a encadenarte por el espectro? Pero… si puedes romper las cadenas, él también podrá hacerlo,» objetó Livon.

«Eso no está tan claro, pero por eso dije ‘temporal’,» apunté.

«Tâ… ¿Podéis dejar de charlar como si estuvierais en un laboratorio?» se quejó Sirih. «Si bajan los de Ishap, estamos acabados.»

«Cierto.» Me volví hacia Livon. «Normalmente no debería transformarme si Yánika está a mi lado. Si sale mal, cuento con vosotros para darme un buen garrotazo.»

Señalé la barra de metal que le había dado a mi hermana aquella misma tarde. Livon palideció.

«¿No sería mejor un… no sé, un dardo con sedante rápido o algo así?»

«Para una persona normal, lo sería,» convine. «Pero los sedantes no actúan igual sobre mí. Por el Datsu,» confirmé ante su expresión sobrecogida. «Venga, hazlo.»

Miré a Livon a los ojos y esperé. El aura de Yánika estaba cargada de tensión, algo bueno porque cuanto más fuerte era su aura menos posibilidades de que el espectro pudiera controlar nada. Sanaytay y Sirih estaban junto a la entrada, vigilando el pasillo.

De pronto, sentí como si una fuerza enorme estuviera absorbiéndome, o más bien absorbiendo mi mente. Era un poco como lo había descrito Livon, pensé: como un djinn siendo engullido y encerrado en una lámpara. Sentí el metal en mis muñecas y mis tobillos, sentí dolor y… un tremendo odio. Un odio horrible, impensable, inaguantable, aún más extraño que el rencor que profesaba Kala hacia los saijits. Un odio puro que intentaba arrinconarme en mi propia mente para hacerse dueño de mí. Pero, en un instante, el odio dejó de afectarme y golpeó contra un velo protector y aterrado que lo rechazó. ¿Esa sería el aura de Yánika? En cualquier caso, en cuanto el odio se alejó, sentí cómo el Datsu se desataba de pronto como una oleada. Dejé de sentir nada, pero… seguía siendo yo.

Encadenado con los hierros, abrí los ojos. Vi a Livon desplomado en el suelo, inconsciente. La piedra de luna iluminaba la habitación lo suficiente para ver que Yánika y las armónicas me contemplaban, expectantes.

«¿Ha funcionado, verdad?» preguntó Sirih.

Me había quedado con el collar y el espectro no me había dominado. Sí. Había funcionado. Asentí y rompí los hierros de mis muñecas y mis tobillos.

«Todo en orden,» dije.

Pasé junto al cuerpo de Livon sin detenerme y salí de la habitación. Creo que en ese momento sólo Yánika se dio cuenta del detalle: mi corazón se había quedado frío como una piedra.

Pero seguía siendo yo.