Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 2: El Señor de los Esclavos

15 Contrato de esclavo

—Siéntate, estepeño —dijo Azune.

¿Le estaba hablando como a un esclavo o bien era sólo una impresión? Dashvara se sentó de todas formas ante el escritorio y, en vez de ponerse a acribillar a la semielfa a preguntas, esperó en un sereno silencio. Como decía Sashava, a veces el silencio es mejor que cualquier pregunta.

Azune entornó los ojos.

—La charla será breve, tranquilo. Pronto podrás regresar a tu litera con los tuyos. Supongo que querrás conocer algunos detalles sobre Atasiag Peykat.

Tamborileando con sus dedos, Dashvara puso una expresión que decía más o menos «ya que lo propones, habla». Azune arrugó la nariz.

—Bien. Esto sólo lo tienes que saber tú, no tus compañeros: Atasiag Peykat no es otro que Cobra. Pensé que era mejor avisarte. Atasiag no debe de ninguna manera ser identificado como el cabecilla de la Hermandad del Sueño.

Desconcertado, Dashvara dejó de tamborilear y alzó una ceja. Cobra, ¿eh? ¿El ladrón de Dazbon que le había dado dos denarios después de haberle mandado rescatar una daga en un mugriento canal? Ja. Qué bien. Maravilloso. Los Xalyas se habían encontrado como nuevo amo a un maldito ladrón. Rompió al fin el silencio.

—¿Qué tiene que ver Cobra con los Hermanos de la Perla?

—Él es nuestro nuevo mecenas. Forjamos una alianza entre ambas hermandades pocos días después de que zarparas de Dazbon. Lo decidió la Suprema. —Azune permaneció inexpresiva al hablar. No le acababa de agradar esa alianza, adivinó Dashvara.

Se recostó contra el respaldo de la silla, que, por cierto, era condenadamente cómoda.

—Ahem. Una alianza interesante considerando que los Hermanos de la Perla tienen buenos principios y Cobra, no.

—En eso te equivocas —lo contradijo Azune—. Atasiag también lucha contra el tráfico de esclavos.

—Es un ladrón.

Azune no rebatió. Tras unos segundos de silencio, se levantó.

—Verás, estepeño. Resulta que Cobra y nosotros tenemos intereses comunes: actuamos contra el tráfico del Maestro, que es quien tiene atado todo el comercio de esclavos en toda la costa este del Océano Caminante.

—Mm. ¿En serio? ¿Tan poderoso es ese Maestro?

Los ojos de Azune se volvieron fríos, mirando algo invisible que Dashvara no podía ver.

—Es poderoso, hasta cierto punto. Por el momento, tiene el apoyo oficial de la mayor parte de los Consejeros, pero algunas grandes familias llevan poniéndole trabas desde hace muchos años y ahora el viento empieza a soplar en nuestro favor. —Hizo una mueca y admitió—: Aunque no sólo en nuestro favor. A primera vista, Titiaka parece ser la ciudad más unida de toda la Federación, pero la realidad es que dista mucho de serlo. Hay movimientos divergentes por todos los lados. Que si los Unitarios, los Federales, los Indulgentes… Yo misma sigo perdiéndome un poco después de dos años de estar viviendo en el meollo de la administración.

Dashvara se encogió de hombros.

—Bueno, ¿y lleváis tres años dándole vueltas al hombre ese sin haber conseguido matarlo?

La vio esbozar una sonrisa casi imperceptible.

—Antes que nada, me gustaría dejarte clara una cosa, Dash: aquí no estás en la estepa. El Maestro está rodeado de algunos amigos y súbditos muy capaces de sustituirlo y actuar como él. Matarlo no resolvería nada. Nuestra idea es la de encontrar todos los documentos posibles que prueben la actividad ilegal de algunos esclavistas en Dazbon. Con ellos, el Senado de Dazbon no tendrá más pretextos para hacer la vista gorda.

Dashvara se encogió de hombros.

—Entiendo. ¿Por qué me cuentas todo eso, Azune? ¿Acaso quieres que os ayude en algo en vuestros asuntos?

—Mmpf. —Azune sonrió sin alegría y volvió a sentarse con la agilidad de un felino—. No, estepeño. Somos unos investigadores, tú eres un guerrero. De momento, tu ayuda, no la necesitamos. Sois trabajadores de Atasiag. Y Atasiag Peykat es un ciudadano titiaka y, pese a nuestros objetivos comunes, no tiene la misma… noción sobre la esclavitud que nosotros. Puedes considerarte feliz de que hayamos podido convencerlo para que se ocupe de vosotros.

Dashvara reprimió una sonrisa. Que una republicana que luchaba contra las injusticias usase el término de «trabajadores» para referirse a los esclavos le dejó un curioso sabor de boca.

—Bueno —dijo con soltura—. Pasando a temas más… personales, verás, ya que pareces más habladora esta noche, me gustaría preguntarte más detalles sobre lo ocurrido estos últimos tres años. Quiero hablar de mi pueblo —explicó—. Sé que sobrevivieron más Xalyas en el ataque al torreón. Por consiguiente, o bien los supervivientes siguen en la estepa o bien fueron vendidos como esclavos como nosotros. ¿Qué fue de ellos?

Azune se ensombreció.

—Fueron vendidos algunos —admitió—. Varios niños y un anciano. No les seguimos la pista a tiempo. Supimos demasiado tarde que los niños habían sido adoptados y a partir de ahí fue imposible localizarlos. En cuanto al anciano, se lo quedaron los de la Universidad de Titiaka. Según me ha explicado Fayrah, era una especie de maestro espiritual en vuestro pueblo.

El shaard Maloven, entendió Dashvara, suspenso. No sabía si sentirse aliviado al saber que seguía vivo o echarse a llorar al comprobar finalmente cuán al borde del abismo estaba el pueblo de los Xalyas. ¿Y desde cuándo no lo está, Dash, desde cuándo? Nuestro pueblo ha ido mermando desde hace generaciones. Hace un siglo éramos más de dos mil. Luego nos quedamos poco más de quinientos. Y hoy vivimos menos de cincuenta. Ese es tu pueblo, señor de la estepa. Ahora, haz un milagro y resucítalo.

Azune sacudió la cabeza, como apenada.

—No tenemos noticias de que haya más. En cuanto a las diez Xalyas que salvaste en esas catacumbas… Dos desaparecieron. Y cinco fueron recapturadas por Arviyag en casa de un tal Shizur. No… tuvimos tiempo de sacarlas antes. —Un rayo de culpabilidad pasó por sus ojos—. Las salvaron unos piratas. Ahora están viviendo en la isla de Matswad. Según sé, todas están bien. Y, como ya sabes, Aligra, Fayrah y Lessi están con nosotros.

La noticia de las cinco Xalyas vendidas y perdidas en una isla pirata lo dejó sin reacción durante largos segundos, con la garganta bloqueada. De las siete, dos eran primas de Alta, otra era la hermana pequeña de Boron, otra la hija de Ged… Todas eran hermanas de los Xalyas. Y él, su señor, las había traicionado, junto a Shizur. Las había salvado y las había traicionado. Ni siquiera recordaba haberlo hecho. Con el corazón ahogado por la vergüenza, espiró lentamente y articuló:

—Gracias por haberos ocupado de Aligra, Fayrah y Lessi.

La expresión de Azune titubeó.

—Personalmente, no me he ocupado mucho de ellas —admitió—. Bueno, Aligra pertenece a la Hermandad de la Perla. Sheroda le tiene mucho aprecio. —Carraspeó retomando—: En cambio, Fayrah y Lessi son ahora pupilas de Atasiag Peykat. Las adoptó como hijas.

Dashvara dio un bote que lo despegó de la silla.

—¡¿Qué?!

Azune le soltó una mirada de advertencia.

—Baja la voz, Dash. —Se irguió en su silla—. Recuerda que vivirás en Titiaka en calidad de trabajador, no de hombre libre, y menos de ciudadano. Tu estatus es infinitamente inferior al de Fayrah y Lessi. Tu propia hermana me pidió que te dijera que fueras paciente y que no te dejaras arrastrar por tu… dignidad Xalya —sonrió a medias, como burlona, pero enseguida recuperó una expresión apremiante cuando añadió—: Si debo repetirlo, lo repetiré cuantas veces sea necesario: Atasiag Peykat es un propietario y tú y los tuyos estáis bajo su potestad. Aún no sois libres, pero lo seréis. Y lo único que tenéis que hacer es cumplir vuestro trabajo sin apartaros ni un palmo de él. Ningún desliz que pueda perjudicar el prestigio de vuestro amo. Ningún escándalo de ningún tipo. De lo contrario, Atasiag Peykat os devolverá a la Frontera, ¿entendido? Ningún intento de fuga —añadió—. Y ninguna traición. De lo contrario, podréis soñar con la libertad hasta vuestra muerte. Rowyn y yo tal vez te hayamos perdonado lo que hiciste, Dash, pero ni Sheroda ni Atasiag son tan comprensivos. Esta vez, no puedes traicionarnos.

Dashvara se estremeció junto con su Ave Eterna. Fue incapaz de sostener la mirada de Azune. Se encogió de hombros.

—Dije que mi vida os pertenecía: haré todo lo que me digáis hasta que consideréis pagada mi falta. No respondo de mis hermanos.

—Sí respondes —le replicó Azune con viveza—. Eres su señor, ¿no? Y sabes que les conviene ayudarnos. Nosotros hemos ayudado a su pueblo y, si son pacientes, obtendrán su libertad cuando Atasiag lo considere factible. Díselo.

Puso unos papeles sobre la mesa. Dashvara meneó la cabeza sin responder. Ni que fuese él señor de nada. Obligar a sus hermanos a renunciar a la huida era comportarse como un esclavista a su vez. De todos modos, no tenía ningún poder sobre ellos como para obligarles a nada.

—Pon una cruz en cada casilla.

La voz de la semielfa lo sacó de sus pensamientos sombríos. Echó una mirada curiosa a la hoja que le tendía.

—¿Qué es esto?

—Las reglas esenciales que tendréis que acatar. Es un contrato. Atasiag me pidió que te lo diera. Quiere asegurarse de que vas a colaborar voluntariamente como trabajador. Siente unas… cuantas aprensiones a la hora de meter a unos guerreros estepeños en su casa.

Dashvara soltó un resoplido lleno de sarcasmo.

—Eso es ridículo. Ya estoy marcado. Lo quiera o no, soy su esclavo y si huyo toda la guardia federal andará buscándome.

—No, Dash. Si huyes, te aseguro que el mayor peligro no será la guardia federal. —Los ojos de Azune reflejaban claramente su amenaza. Dashvara volvió a encogerse de hombros.

—No me sorprende.

—Pon una cruz en cada casilla —insistió Azune—. Pero antes, lee lo que pone y memorízalo bien. Les recitarás el contrato a los demás para que se lo aprendan de memoria también. Órdenes de Atasiag.

Dashvara le echó un vistazo a la hoja. Había cuatro frases. La primera decía: «Presto voluntariamente mis servicios al hombre que me contrata y juro no actuar nunca en contra de los deseos de este.» Resopló.

—Yo os di la vida a los Hermanos de la Perla, no a esa serpiente que…

—Es lo que hay —lo interrumpió Azune. Se la notaba cada vez más exasperada—. No seas cabezota, estepeño. Ambas hermandades están aliadas y nosotros no tenemos el poder de agenciarnos a veintitrés Xalyas. Atasiag, sí.

—Me pregunto cómo ha conseguido tanto poder —ironizó Dashvara. Desvió la mirada de los ojos relampagueantes de Azune y leyó la siguiente frase.

«No traicionaré a mi amo ni a los aliados de mi amo y trataré a cualquier persona con que me relacione respetando estrictamente las condiciones sociales, sin atenerme a si es persona conocida o desconocida.»

—Más de lo mismo —suspiró. Siguió leyendo:

«En caso de traición, falta o descuido por mi parte o por parte de uno de mis compañeros, pido, reivindico y demando que se aplique el debido castigo, sea cual sea su naturaleza, y juro no intentar sustraerme al susodicho o interponer obstáculo alguno en caso de que la falta sea ajena.»

La última frase remataba la fiesta:

«Reconozco no actuar bajo coacción, chantaje o presión al mostrar mi acuerdo con este contrato.»

Dashvara dejó escapar una risita nerviosa.

—Esa serpiente está loca. No solamente nos toma como esclavos, sino que además espera que le demos nuestra conformidad.

—Disparates —replicó la semielfa—. Simplemente toma precauciones y te avisa de cómo funcionan las cosas. Teme que os volváis más una molestia que un apoyo, lo cual podría causar graves problemas para nuestros intereses. Andamos sobre hilos, Dash. Ciertos secretos podrían acabar con nosotros. Por ejemplo, que Atasiag Peykat y Cobra son la misma persona. —Lo miró, insistente—. Así que… en cuanto te levantes de ese asiento quiero que empieces a actuar como un esclavo guerrero que va camino de Titiaka a encontrar un amo al que no conoce. Al fin y al cabo, es la pura verdad. —Señaló una pluma junto a un tintero—. Las cruces.

Dashvara la observó unos segundos. La tensión brillaba en sus ojos. Estaba claro que aquellos tres años no habían sido muy benévolos con sus nervios. Pensándolo bien, ¿qué era menos reposado, luchar contra unos monstruos de propósitos claros para proteger a gente inocente o bien luchar contra unos esclavistas codiciosos que iban sembrando guerras por toda la costa para comprar prisioneros y esclavizarlos?

Y cuando pienso que mi hermana está metida en todo ese lío… Convertida en la hija de Cobra, encima. Dashvara espiró ruidosamente y tomó la pluma odiándose a sí mismo por ello pero ¿qué otra cosa podía hacer?

—Por curiosidad, ¿y si me niego a poner esas cruces? —inquirió.

Ella replicó sin vacilar:

—Entonces, os volveremos a mandar a la Frontera, muy probablemente. Atasiag necesita a un grupo de mercenarios leales, no a un grupo de amotinados.

—Mercenarios, ¿eh? ¿Y dónde está el oro en todo esto?

Azune puso los ojos en blanco.

—No os faltará de nada. Un mercenario trabaja por una recompensa. La recompensa, en este caso, será la libertad. Ya puedes considerarte afortunado de que te hayamos sacado de la Frontera. Además —agregó, viendo tal vez que Dashvara seguía dudando—, ¿qué sentido tiene volverse contra un aliado, Dash? Sospecho que este contrato sólo lo escribió para tranquilizar su conciencia en caso de traición. Creo que hace algo parecido con todos los miembros de la Hermandad del Sueño. Te aseguro que, cuando haya llegado el momento adecuado, no se negará a entregaros la libertad. Tú eliges: el Contrato o la Frontera.

Dashvara ya estaba poniendo cruces antes de que hubiese acabado su última frase. Dejó la pluma en el escritorio como se suelta un tizón ardiendo. Cuando alzó la vista, Azune sonreía y su rostro tenso había dejado lugar a una expresión de alivio. La vio levantarse, rodear el escritorio e inclinarse hacia él, murmurando:

—Te añadiré una última cláusula sólo para ti: ya que vas a vivir en casa de Atasiag, quiero que observes sus actuaciones y que me avises si notas algo extraño. Sólo por si acaso.

Dashvara asintió con la cabeza. Así que la Envenenada no se fiaba de la serpiente. Era previsible.

—Asegúrate de que todos tus compañeros conozcan el contrato como su propia mano —añadió la semielfa—. Un error grave puede provocar vuestra pérdida. Y tanto Rowyn como yo lo lamentaríamos mucho.

Dashvara le devolvió una mirada pensativa. Sus amenazas, más que amedrentarlo, lo dejaban perplejo.

—Te creo —afirmó—. ¿Puedo preguntarte algo? ¿Dónde se ha metido ese humor cáustico que tenías? ¿Se te perdió en algún canal de Dazbon?

Azune enarcó una ceja.

—¿Lo echas en falta?

—Pues sí —admitió Dashvara.

Azune sonrió y sus ojos pardos centellearon, burlones.

—Te aseguro que no se me ha perdido. ¿Sabes? Reconozco que al principio era poco partidaria de sacarte de la Frontera. Estuviste a punto de matarnos a todos y… —Aspiró aire y su rostro se ensombreció—. Aquel día maldito, los secuaces de Arviyag mataron a los dos amigos más fieles de la Suprema y casi la matan a ella. —Giró una mirada brillante hacia él—. Te advierto que yo no voy a darte otra oportunidad. Tengo buen corazón, pero soy como soy. Tampoco perdono fácilmente. Y hay una cosa que me inspira tanta repulsión como los asesinos: los traidores.

Dashvara sacudió la cabeza, incrédulo.

—¿De veras crees que, si hubieses estado en mi lugar, no habrías hablado?

Los ojos rasgados de Azune se redujeron a unas meras rendijas. Su voz sonó muy fría cuando siseó:

—No lo habría hecho ni aunque me hubieran arrancado los ojos, estepeño.

Ya. Valiente republicana. Repite eso cuando te hayan convulsionado todo el cuerpo con los dedales de tortura… Dashvara disimuló su escepticismo y abandonó el asiento.

—Supongo que me has dicho todo lo que querías decirme.

Azune abrió la boca y, de pronto, su máscara de frialdad se desmoronó.

—Dash, yo… —Se mordió el labio y, para sorpresa de Dashvara, murmuró con aplicación—: Perdón. Rowyn tiene razón. No es justo que te eche la culpa de todo. Simplemente a veces yo… Demonios, qué importa. —Resopló interrumpiéndose y realizó un brusco ademán ante la mirada perpleja de Dashvara. Antes de que este pudiese contestar, ella retomó con voz firme—: Sólo una pregunta más, estepeño, y te dejaré tranquilo. ¿Quién es ese drow que os acompaña?

Dashvara la detalló con la mirada. ¿La pregunta era casual o bien sabía quién era Tsu? Apostó por la primera opción: no tenía sentido que Azune conociera el papel que había desempeñado Tsu en Dazbon. Así que contestó simplemente:

—Es un amigo.

—¿Fiable?

Dashvara sonrió a medias.

—Pondría mi corazón en sus manos para que lo guardara.

—Oh. —Azune puso cara divertida—. Entonces, perfecto. Que él tampoco se descarríe. —Volvió a ponerse la máscara de bronce y señaló la puerta con un gesto autoritario de secretario de policía—: Falfir te conducirá de vuelta. Buenas noches, soldado.

Dashvara inclinó secamente la cabeza.

—Buenas noches.

—Señoría —lanzó Azune con voz suave. Dashvara resopló pero repitió formalmente:

—Buenas noches, señoría.

Estaba ya dirigiéndose hacia la puerta cuando Azune apuntó con sinceridad:

—Estaría bien que fueses un poco más servil. Te ahorrarás problemas.

Dashvara bufó sin darse la vuelta.

—Un Xalya es servil sólo cuando se le antoja. Señoría.

Abrió la puerta y encontró a Falfir arrimado al muro al final del pasillo. El elfo parecía ser un conocido de Azune y, por lo visto, no había caído en la tentación de escuchar detrás de las puertas. Lo condujo de vuelta a las habitaciones sin pronunciar una palabra y, en cuanto él llegó a su litera, lo dejó otra vez a oscuras. Dashvara empezó a desvestirse con movimientos lentos. Apenas se hubo metido en su litera, Zorvun se deslizó afuera de su cama y se acercó.

—¿Y bien? —murmuró en oy'vat.

Dashvara había comprobado que la mayoría de los Xalyas dormía profundamente pero, cómo no, el capitán no había resistido a querer permanecer despierto hasta su regreso. Cubriéndose con las mantas, apoyó la cabeza contra la almohada y cerró los ojos con cansancio.

—Y bien, capitán, el señor de la estepa acaba de aceptar voluntariamente su propia esclavitud.

Hubo un silencio.

—¿Quién era la dama?

—La funcionaria. No pronuncies su nombre —lo advirtió, abriendo los ojos—. De ahora en adelante se la llama «señoría» —escupió en común.

Zorvun, arrodillado junto a la litera, sacudió la cabeza en la oscuridad.

—¿Así que no pretenden liberarnos?

—Claro que sí. Pero, como en cualquier contrato digno de las peores serpientes de este mundo, no se especifica.

—Mmpf. ¿Qué dice ese contrato?

La voz de Zorvun delataba su inquietud. Dashvara alzó una mano y le dio unos golpecitos en el hombro.

—No es nada que no supiéramos ya. Os lo diré a todos mañana en el desayuno. Así dormirás más tranquilo.

El capitán bufó por lo bajo.

—Al diablo con la tranquilidad. ¿Qué dice ese contrato?

Tú lo has querido… Dashvara espiró suavemente, resumió el encuentro y repitió las cuatro frases traduciéndolas en oy'vat. Tenía la impresión de haberlas grabado en su retina. Zorvun permaneció en silencio un minuto entero. A saber lo que estaría pensando.

—Bueno —susurró entonces—. Queda por saber qué pretende hacer Atasiag con nosotros y qué desea que hagamos para ganarnos esa maldita libertad. Volveremos a la estepa, Dash. Lo siento. Siento que volveremos ahí. Y nos vengaremos de esos malditos asesinos —murmuró—. No somos ya más que un puñado de Xalyas perdidos en Háreka. Pero aún tenemos dignidad, hijo. Aún podemos impartir justicia.

Dashvara se sintió helado. Después de tres años haciéndose preguntas sobre si el capitán Zorvun estaba al corriente de la venganza de Vifkan, acababa de confirmárselo el propio Zorvun. O al menos se parecía mucho a una confirmación.

Aguzó el oído para escuchar las respiraciones regulares en la habitación. Algunos no dormían.

¿Impartir justicia, Zorvun? Quién sabe si finalmente no eres igualito a mi padre. Inspiró y espiró.

—Tal vez tengas razón, capitán —admitió—. Sólo falta que Atasiag no nos pida levantar una montaña para ganarnos la libertad.

—Bah, no seas pesimista —rió el capitán por lo bajo—. Aunque nos pidiese que levantáramos una montaña, los Xalyas somos capaces de todo. Que no te quepa duda.

Dashvara asintió y sonrió.

—No me cabe duda, capitán. Simplemente tiendo a desconfiar de los extranjeros y sus promesas.

—Mm. —Le pareció que el capitán sonreía a su vez—. Haces bien en no confiar, hijo. Como decía ese viejo shaard, fíate más de un salvaje que de un civilizado. El salvaje te ataca de frente y el civilizado por la espalda.

Dashvara sonrió.

—Maloven está en Titiaka, Zorvun. Lo vendieron como esclavo y ahora está en la Universidad de Titiaka.

Zorvun irguió la cabeza.

—¿En serio?

—En serio.

El capitán meneó la cabeza, riéndose por lo bajo.

—Ese viejo shaard. Más de una vez lo di por muerto de lo viejo que está. Casi me dobla la edad —murmuró para sí—. Debe de tener más de ciento treinta años, si no me engaño.

—Ciento treinta y uno —afirmó Dashvara—. Regresó de Dazbon con ciento ocho años. El año en que yo nací.

—Y ya me daba clases a mí cuando era un crío —rió Zorvun—. Ese hombre nos enterrará a todos.

Casi lo ha hecho, pensó Dashvara. Esbozó una sonrisa tétrica. Y tal vez lo haga.

El capitán le palmeó el hombro antes de regresar a su litera. Oyó que alguien se aclaraba la garganta y se daba la vuelta en su colchón. Era Zamoy. Tras un silencio, Dashvara pensó en la partida de cartas a medio terminar. Si no hubiese estado tan interesante, probablemente la hubiesen olvidado pero teniendo apuestas tan bien montadas… Sonrió. Mañana la acabarían, se dijo.

Una vocecita traicionera se infiltró entonces en su mente y le susurró: Presto voluntariamente mis servicios… No traicionaré a mi amo ni a los aliados de mi amo… En caso de traición, falta o descuido… pido, reivindico y demando que se aplique el debido castigo… Rió interiormente. Aquella pantomima era una de las cosas más cómicas y absurdas que había visto en su vida. ¿Realmente necesitaba Cobra que le diera su consentimiento para que hiciera lo que quisiera con su vida? Lo había hecho para tranquilizar su conciencia, según Azune. Anda ya. ¿Pero qué conciencia podía tener un ladrón?

Cierto, Cobra también luchaba contra la esclavitud. O al menos contra el tráfico de prisioneros de guerra. Aquello no acababa de cuadrarle. Todos los bandidos que había conocido en la estepa, además de ser ladrones, no tenían ningún reparo en matarte si era necesario y desde luego jamás se les ocurriría participar en un proyecto tan altruista como el de acabar con un canalla esclavista. O bien no es tan pícaro como me pareció, o bien nos está engañando a todos por alguna razón, concluyó.

Tras varias horas dando vueltas a los mismos pensamientos, se cansó, se enderezó, agarró el cinturón que había dejado caer al suelo, sacó unas hojas de belsadia y se puso a masticarlas. Minutos después, caía dormido como un perro viejo.