Página principal. Ciclo de Dashvara, Tomo 1: El Príncipe de la Arena

25 A la mesa de Kroon

Una de las cosas que más odiaba Kroon era ser el último en enterarse de las cosas que pasaban a su alrededor. Fue el último en enterarse de qué había ocurrido en la casa del esclavista. El último en enterarse de que la sede de la Hermandad de la Perla había sido atacada durante la noche por unos encapuchados. Y el último en saber que Sheroda había desaparecido y que sus dos hombres de confianza habían sido asesinados. Kroon siempre había pensado que eran grandes guerreros. Pero hasta un gran guerrero puede ser derrotado si un asesino te clava un puñal en tu propia cama.

Alzó una mirada cansada sobre la mesa. Tildrin posaba su cabeza entre ambas manos, con un aire inhabitualmente tristón. Azune se dedicaba a hacer saltar astillas de la mesa con su cuchillo y por un instante a Kroon se le ocurrió recordarle que era su mesa, pero ahogó sus palabras y se giró hacia Rowyn. El «jefe» de la banda parecía estar sufriendo una indigestión brutal. Su conciencia se había quedado sucia como un canal de la ciudad, decía, porque había abandonado al bárbaro mientras éste le salvaba la vida. Cuando Kroon le había hecho notar que el bárbaro, de todas formas, tampoco debía de tener la conciencia muy tranquila, el Duque le había soltado una mirada criminal.

—Bien, bien, bien —dijo de pronto el monje. Los demás se sobresaltaron—. Así que nos hemos quedado sin Suprema. ¿Algún voluntario para reemplazarla?

Azune le devolvió una mirada fúnebre.

—Kroon, la Hermandad de la Perla está muerta.

Kroon meneó la cabeza. Veía la sala con una claridad diáfana pese a que esta estuviera, para los demás, sumida en la penumbra. Nunca había entendido muy bien por qué los efectos de aquella poción curativa lo habían dejado así; tampoco le interesaba mucho averiguar la razón.

Muerta, decía Azune. Sí, tal vez fuera cierto, pero ¿qué importaba? Era sólo un nombre.

—El Duque, Tildrin, Axef, tú y yo —enumeró Kroon con elocuencia—. No, Azu, la Hermandad de la Perla no está muerta.

Azune siguió estropeando su mesa sin contestar. Kroon observó de nuevo a sus tres compañeros y suspiró, exasperado.

—Esto es ridículo —gruñó—. No podéis seguir con esas caras de entierro. Ni que fuera el fin del mundo…

En ese instante, se abrió la puerta y Kroon bajó la mirada hacia sus piernas inexistentes, huyendo de la luz. Cuando la puerta se cerró, posó un ojo entornado sobre el rostro sonriente de Axef.

—¿Y el muchacho? —interrogó.

Axef frunció el ceño.

—¿Qué muchacho?

Kroon croó.

—¡Almogán Mazer, por la Divinidad!

—Oh. El muchacho. ¿De verdad quieres saberlo? Ahí seguía cuando lo he dejado. Vivo pero desesperado, a menos que estuviese furioso. Sí, también lo estaba. Muerto no creo. Me ha tirado su lámpara a la cabeza. Es decir, era su intención. Una suerte que no haya llegado a cogerla, si no, me la habría tirado de verdad. El muchacho —repitió con una sonrisita irónica.

Kroon juntó ambas manos, aliviado.

—Bien. ¿Qué son esas voces que hay detrás de la puerta? —preguntó.

La sonrisa de Axef se ensanchó.

—Gente. Han querido seguirme. Creo que es porque les gusta Naranja —añadió, bajando la vista hacia su túnica—. O puede, simplemente, que sea una coincidencia.

Enseguida todos se tensaron.

—¿A quién has traído? —preguntó Azune—. Abre esa puerta.

Axef la abrió e hizo una señal a los que estaban fuera para que entrasen. Kroon vio aparecer a un hombre con sombrero, a una mujer de generosas curvas y a tres jovenzuelas. Azune bufó.

—¿Qué hacéis aquí?

El bárbaro Shalussi se quitó el sombrero como un caballero antes de contestar:

—Hemos venido a ayudar.

El Duque, Azune, Tildrin y Kroon lo contemplaron sin saber muy bien cómo reaccionar a tan absurda declaración. Al fin, Kroon soltó:

—A ayudar, ¿eh? Siéntate, bárbaro, aunque no se me ocurre en qué puedes ayudarnos.

—¿Y la sombra? —inquirió Azune. Kroon observó que los ojos de la semi-elfa se habían posado en un saco que llevaba una de las Xalyas. El saco caía, prácticamente vacío.

—Se marchó —murmuró la bárbara con una vocecita—. Dijo que iba a salvar a Dash.

Ni ella ni Azune comentaron nada más. A Kroon aún le costaba creer que una sombra hubiese estado siguiendo al bárbaro. Bueno, él sabía que existían esas criaturas pero… no podía dejar de recordar lo que se decía de ellas: que eran malignas, que traían mala suerte, que eran insidiosas y engañosas… Bah. Si el monstruito se había marchado a por el bárbaro, mejor que mejor.

Todos se sentaron, incluido Axef, quien parecía ser el único algo animado. Kroon se preguntó por qué.

—Antes que nada, recordadme vuestros nombres —les pidió—. Mi memoria no es ya como antes.

Se presentaron: Rokuish, Zaadma, Fayrah, Lessi y Aligra. El primero estaba inquieto, la segunda ensimismada, Fayrah y Lessi tenían los ojos brillantes y Aligra, la cara de un búho asesino.

—Bien, bien, bien —dijo Kroon—. Así que tú eres el que salvó al Duque de los esclavistas, ¿eh, bárbaro? —Rokuish se encogió de hombros con modestia. Kroon miró a la joven sentada junto a él—. Y tú eres la dueña de la linterna ladrona.

—No soy la dueña —replicó Zaadma, sacando el famoso disco—. Que os quede claro que yo no pertenezco a la Hermandad del Sueño. Esta linterna no es mía, sino de un viejo compañero. Además…

Kroon la interrumpió alzando la mano. Vista la manera con que hablaba Zaadma, estaba claro que era una habladora empedernida y no tenía mucho aguante con las personas aquejadas de verborrea.

—Gracias por las precisiones —remarcó—. Ahora, decidnos, ¿en qué pretendéis ayudarnos?

Rokuish se aclaró la garganta.

—Esos esclavistas…

Kroon lo cortó.

—Ya hemos tenido suficiente con esos esclavistas. No queremos liarnos más. Si de verdad queréis ayudarnos, dadnos oro: nuestra Suprema se ha fugado y, en cuanto a nuestro mecenas, seguramente querrá olvidarse de nosotros. Sólo la Suprema trataba con ella. Hey, bárbaro, ¿realmente quieres ayudarnos? ¿O estás buscando más brazos para intentar salvar a tu amigo el bárbaro, si acaso sigue viviendo?

Los estepeños palidecieron y el Duque cerró un puño.

—¡Kroon! —bramó—. Ese bárbaro, como dices, era un buen hombre.

—Sí, creo que lo era —aprobó Kroon con una súbita certeza—. Pero no podemos salvar a todos los hombres buenos de este mundo, Duque. Los esclavistas han demostrado ser más inteligentes que nosotros. Ahora toca aceptar la derrota y retomar costumbres más saludables. Tu querido Dashvara nos ha traicionado, Duque.

Rowyn se puso lívido, pero no contestó. En medio del silencio, Azune hincaba el cuchillo en la mesa sin parecer darse cuenta de lo que hacía. Una de las Xalyas, Fayrah, negó entonces enérgicamente con la cabeza.

—No —dijo—. Mi hermano no os ha traicionado. Él jamás traicionaría a nadie —afirmó.

Su amiga Lessi aprobó con la cabeza mirándolos a todos con convicción. Aligra, tras vacilar un segundo, confirmó la aseveración. De verdad se lo creían. Valientes bárbaras. Kroon era demasiado viejo para tener fe como ellas. No se le ocurría otra posibilidad: el bárbaro había cantado.

—Qué importa —soltó al fin—, de todas formas los esclavistas descubrieron a la Suprema y la Hermandad está con un pie en el abismo. No podemos permitirnos asumir más riesgos ahora.

Ni que él hubiese asumido riesgos, se dijo con sarcasmo. El Duque golpeó la mesa con el puño en un arrebato inusual y se levantó a medias.

—Si sigue vivo, no vamos a dejarlo en manos de esos patanes —tonó—. Y si está muerto, no vamos a dejar que haya muerto en vano.

Kroon reprimió un suspiro. El Duque era capaz de cometer las mayores locuras cuando se ponía en ese estado caballeresco.

—¿Entonces, qué propones? —susurró con tono neutro.

La quijada de Rowyn se tensó.

—Propongo liberar a Dazbon de los esclavistas de una vez por todas.

—Oh. Sí. Maravillosa idea —aprobó Kroon con suavidad—. ¿Y cuál es el plan? ¿Luchar hasta morir? ¿Envenenarlos a hurtadillas? ¿O suplicarles para que se vayan de aquí y nos devuelvan el cuerpo de nuestro queridísimo bárbaro?

El tono suave de Kroon se tiñó de amargura. Sin grandes sorpresas, el Duque volvió a sentarse con aire abatido. Kroon advirtió la rápida mano que pasó Fayrah por sus ojos húmedos. No era su intención desanimar a nadie, se dijo con un suspiro. Pero las cosas son como son y desde luego no iban a planear ninguna locura ahora que los esclavistas estaban en pie de guerra… Kroon estaba a punto de abrir la boca para informar a los bárbaros y a la ladrona de que eran libres de marcharse, cuando un trueno lejano resonó, fuerte, muy fuerte.

Cayó un silencio aturdido en toda Dazbon.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Azune, levantándose para acercarse a la ventana.

Kroon apartó la mirada, dejando escapar un gruñido de protesta cuando entró la luz del día. No había ninguna tormenta. Demonios, ¿no se suponía que no había truenos si no había tormenta? Todos se precipitaron hacia fuera, salvo Kroon, por supuesto. Y salvo Axef. El monje miró al desintegrador a través de la rendija de sus párpados.

—¿Por qué ríes, Axef?

El aludido se limaba las uñas con dedicación con una sonrisa de demonio en el rostro.

—¿Que por qué río, Kroon? —Interrumpió sus movimientos y alzó unos ojos brillantes—. No lo sé, ¿estás seguro de que estoy riendo?

—¡Es el Bastión! —exclamó una voz afuera—. ¡La gran torre se ha derrumbado!

Kroon frunció el ceño con un terrible presentimiento.

—¿Qué has hecho, Axef?

El desintegrador no reía. Sonreía, pero no reía. Contestó con calma:

—Tranquilo, no había nadie dentro. Sólo he roto la máquina. Mi máquina. Algún día tenía que hacerlo, ¿no crees, Kroon?

Kroon no tenía ni la más remota idea de qué estaba hablando ese loco. Sabía que Axef había estado estudiando en el Bastión. Sabía que algo grave había pasado ahí y que por eso lo habían expulsado. Nunca había oído hablar de ninguna máquina.

—También has roto la torre —murmuró, aturdido.

Axef asintió.

—Sí. A menos que no fuera una torre y fuera algo mucho peor. Ojalá volase todo el Bastión. Pero hay gente dentro. Y yo no soy un asesino. Kroon —añadió tras un silencio—. ¿De verdad crees que cantó?

Kroon alzó una ceja ante el brusco cambio de tema.

—Yo… —Se encogió de hombros—. ¿Acaso importa realmente, Axef? No creo que cantase por voluntad propia.

Axef meneó la cabeza con tristeza.

—Todos cantamos por voluntad propia. Pero tienes razón, no importa. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Yo tengo una sugerencia. —Una voz desconocida resonó junto a la puerta, ahí hacia donde Kroon se esmeraba en no mirar.

Las voces de los Hermanos de la Perla, afuera, bramaron.

—¿Pero tú quién te has creído que eres? —lanzaba Azune—. ¡Sal de nuestra casa ahora mismo!

Kroon oyó un carraspeo divertido y vislumbró la silueta de un hombre embozado. Precisamente en ese instante, desveló su rostro.

—Me llaman Cobra, soy de la Hermandad del Sueño y he venido a proponeros un contrato y una recompensa.

A medida que hablaba, se había avanzado por la sala y se detuvo a unos pasos de Kroon, detallándolo con una mirada desvergonzada.

—¿Puedo? —preguntó al cabo, señalando una botella que había en la mesa.

Kroon hizo un mohín.

—Puedes, maldito ladrón.

Cobra hizo una mueca sonriente y cogió la botella. Tomó un trago mientras los demás volvían a tomar asiento con movimientos recelosos. Se pasó la manga por la boca y le palmeó el hombro a Kroon.

—Gracias. Nos conocemos, ¿verdad?

Kroon no despegaba su ojo de su rostro. Sí, se conocían de vista. Jamás hubiera podido olvidar el día en que la Orden de Sifra había puesto la mano encima al ladrón. Entonces, Kroon aún servía como monje-dragón en Dazbon y fue castigado por negligencia cuando Cobra había conseguido fugarse antes de que las cohortes rezagadas vinieran a recogerlo. Por eso lo habían mandado a la frontera, a luchar contra los orcos. Y por eso se había quedado así, como estaba.

Cobra sonrió.

—Te veo mejorado.

Kroon gruñó.

—Habla. ¿Qué vienes a hacer por aquí, en una madriguera de gente honrada?

Cobra meneó la cabeza y fue a sentarse también en cabeza de mesa, en la otra punta.

—Qué gusto volver a verte, querida —soltó, mientras pasaba junto a Zaadma. Esta se había quedado pálida.

—Contesta, granuja —siseó Azune.

Pero Cobra tomó su tiempo. Sonrió a cada uno, pidió que se presentasen, se mostró muy caballeresco, y entonces, cuando los nervios estaban ya a punto de estallar, declaró:

—Todos somos gente honrada. Sí —añadió, mirándolos de nuevo—. Todos sin excepción. Y creo que vamos a poder llegar a un acuerdo muy rápido. Vuestra Suprema está conmigo.

—¡La habéis raptado! —exclamó el Duque.

—No seas ridículo. Esa mujer nos ha raptado a nosotros —replicó Cobra con una sonrisilla—. Y ahora, siendo serios, vuestra Suprema ha decidido aliarse con la Hermandad del Sueño y actuar conjuntamente. Al fin y al cabo, nuestros objetivos no son opuestos.

—¿Ah, no? —replicó Azune con una mueca escéptica.

—No. Vosotros lucháis contra la esclavitud. Yo robo a los traficantes. Vuestra Suprema os lo explicará mucho mejor que yo. Me ha hablado de vosotros. Admiro vuestra dedicación y vuestro empeño. Y estoy dispuesto a aliar mi Hermandad con la vuestra. Os prevengo: no soy un idealista. Yo lucho por la felicidad de las personas: no por su libertad. —Sonrió—. No os pido que compartáis mi opinión, por supuesto, pero, si vamos a trabajar juntos contra el tráfico de esclavos, es necesario que nos comprendamos. Queréis encontrar documentos contra los esclavistas en Dazbon. Sea. Os echaré una mano. Pero sin precipitarse. Este tipo de asunto se lleva a cabo con calma. ¿Que sale bien? Perfecto. Si no, se opta por otro camino. A menos que queráis acabar como el Filósofo, ese Xalya amigo vuestro.

El Duque se atragantó.

—¿Cómo sabes que ha muerto?

Cobra alzó una ceja.

—No lo sé. De hecho, puedo confirmarte lo contrario. Al menos, seguía vivo esta noche cuando los han embarcado.

Durante unos segundos, las palabras carecieron de sentido para todos.

—¿Embarcado? —repitió al fin el bárbaro shalussi, estrujando su sombrero.

Cobra sonrió sin parecer muy apesadumbrado.

—Sí, embarcado, eso es lo que he dicho. El barco con los esclavos ha zarpado rumbo a Titiaka. Apuesto a que es la primera vez en la historia que veintitrés Xalyas navegan por el mar.

Kroon abrió la boca y la volvió a cerrar. Luego se encogió de hombros. Así que el bárbaro se había librado de la muerte. Qué listo. Antes de que nadie pudiera reaccionar realmente, Cobra se levantó y anunció:

—Ahora, amigos míos, daos prisa y desalojad este lugar. Los esclavistas han descubierto vuestro refugio y, en este caso, creo que no es el Xalya el que os ha delatado, sino vuestra falta de precauciones.

Se levantaron varios con cierta precipitación. Kroon dejó escapar una maldición. Habían pasado tres días desde el ataque a la sede y, tras no detectar ningún espionaje alrededor del Refugio, habían acabado por regresar a este… Un poco pronto tal vez, tuvo que reconocer Kroon. Pero es que era su casa

—Espera un poco —intervino Azune—. ¿Estás sugiriendo que trabajemos con unos ladrones?

Rascándose la mejilla, Cobra sonrió.

—Pues sí. ¿Alguna objeción?